Un minuto a la deriva

domingo 16 de octubre de 2022 | 6:00hs.
Un minuto a la deriva
Un minuto a la deriva

Las anécdotas de pescadores son tan variadas como exageradas. Mil circunstancias asombran a quien participa de una reunión de amigos del río que, entre mate y copa, desgranan increíbles sucesos casi nunca ciertos.

A buen conocedor pocos semblantes bastan para interpretar las narraciones que refieren muchos acontecimientos, a veces cómicos, a veces trágicos.

El hombre de río, el pescador fundamentalmente, conocedor meticuloso de las zonas donde frecuenta con su bote, hace alarde de mil proezas y a veces también de algún fracaso en su actividad de pesca o de campamento. El reconoce todo, sus éxitos y sus frustraciones.

Pero lo que nunca podrá reconocer el hombre de río es el haberse extraviado en alguna oportunidad, porque eso atenta contra su propia esencia, contra su idiosincrasia y su razón de ser: “baquiano de las aguas”.

No obstante ello, en alguna oportunidad y porque la “mala suerte le ha jugado una pasada”, un hecho de esta naturaleza trasciende el marco de la intimidad del protagonista y se hace carne en los comentarios de reuniones (mentideros), y por la misma fama de no tan veraces de estos amigos, la cosa queda flotando en el aire como que fuera “dudosa su confirmación”, ya que para que alguien confiese “un extravío” antes tendrán que pasar por sobre su cadáver.

Remontaba el Paraná rumbo a Posadas, más precisamente hacia el muelle del Club de Pesca Pirá Pytá (pez colorado) nuestro amigo “Cambá Bolsa” con su potente lancha mezcla de barco y camión.

“Cambá Bolsa” se ufanaba de dos cosas en la vida: su conocimiento del río y la autonomía de su bote que, aunque potente, podía mantener una marcha de cientos de kilómetros con un sólo tanque de combustible. Lo que nunca pudimos saber fue la autonomía de “Cambá Bolsa”, pero, por lo que se aprecia, la misma es de muy pocos kilómetros por litro de cerveza.

Viajaba “Cambá Bolsa”, según contamos, aguas arriba y a toda marcha, confiado en su lancha y en su instinto. Faltaba no más de 30 kilómetros para arribar a su destino cuando la naturaleza actuó en forma apresurada sobre el sistema de “evacuación de combustible” del timonel, quien, ante tan imperiosa necesidad, detuvo la marcha en momentos en que el sol ya se había ocultado y las figuras de la costa se desdibujaban en un horizonte indefinido.

Motor en marcha, sin anclaje dada la brevedad de la parada no planificada, nuestro experto timonel no se percató de que la embarcación, por efectos de la corriente, había girado sobre sí misma apuntando su proa hacia la dirección contraria a su destino.

Aliviados sus riñones y a toda máquina, nuestro amigo siguió viaje, sin saberlo, hacia un rumbo opuesto al imaginado.

Pasaba el tiempo y, en la casi plena oscuridad, “Cambá Bolsa” notó una sola diferencia en el régimen de marcha de su nave. ¡Cómo se desplazaba! A una velocidad fenomenal. Pareciera que la corriente no le hiciera mella, por el contrario, la incentivaba.

En algún momento de su viaje, extrañado por la demora en arribar a buen puerto, detuvo su marcha y analizó la situación. Ahora sí actuaron sus reflejos y sus dotes de baquiano. Advertido de su error puso proa hacia Posadas y entonces sí, la famosa autonomía de su lancha jugó un papel decisivo. Aunque muy tarde, llegó a puerto no sin antes encontrarse con la lancha de auxilio que sus camaradas habían despachado en su búsqueda, dada la tardanza en su llegada.

Ustedes imaginarán que “Cambá Bolsa” nunca confesó el motivo cierto de su demora. Más bien manifestó que el pique de la boga era tan importante que decidió quedarse en un lugar secreto de su preferencia para aprovechar la circunstancia.

Interrogado sobre las causas por las cuales su bote no portaba ningún pescado, no obstante el importante pique señalado, “Cambá Bolsa” salió del apuro manifestando que “durante la marcha se había detenido a conversar con los tripulantes de otra embarcación, quienes se sentían frustrados por no haber pescado nada en la jornada, por lo que decidió regalarles toda su cosecha de bogas. Total, si con su experiencia y su agudo sentido de la orientación, en cualquier momento, cuando lo quisiese, podía reeditar su hazaña”.

Un amigo que, desde otro bote y en la semipenumbra observó el momento del cambio de rumbo de la embarcación y sabedor del motivo por el cual se produjo la nefasta parada, contó en forma “confidencial” este hecho que hoy es de público conocimiento. “Cambá Bolsa” lo niega.

No sé a quién creer. Ambos son pescadores y los pescadores son (amén de reservados)... ¡tan mentirosos!

Luis Ángel Larraburu

Del libro Son cosas de no creer. Larraburu ha publicado además “A mis amigos… Los duendes”, “El Monje Negro”, “En los pagos del Oro verde”, “Sobre duendes, mitos y leyendas”, entre otros.

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