Pacífico Batista

domingo 09 de octubre de 2022 | 6:00hs.
Pacífico Batista
Pacífico Batista

¡Suerte perra! Domingo y hacer guardia. Y de yapa, el coso este...

El gendarme remueve la yerba mientras vigila que la pavita ennegrecida no chille demasiado fuerte.

Hace apenas cuatro meses que lo incorporaron. Entre carpir la chacra y ganarse un sueldo mediante un uniforme, eligió lo segundo. El mismo Director de la Escuela lo recomendó, a pesar de no ser uno de los mejores de sexto. Pero, por lo menos, había llegado al último grado.

Y como derecho de piso, se chupa todas las guardias de fin de semana.

- ¡Suerte perra! - Y piensa en las ancas de la Petronila, a quien esa noche no podrá visitar. Aunque, a lo mejor... Pero el jefe le recomendó que no se descuidara. Que vigilara continuamente al preso. ¿Preso? ¡Mejor al enjaulado!

Allí está. Él no se atreve casi a mirarlo. Y menos a acercarse. En una de esas, es cierto.

Un escalofrío le recorre la espalda, recordando tantos casos de aparecidos y asombrados, contados por sus padres, los vecinos o el viejo Álvez... Y él tiene que pasar la noche solo con el tipo ese.

¿Será cierto lo que dicen? Quiere espiarlo nuevamente. En realidad, apenas lo entrevió, cuando lo trajeron. Un montón de pelos y un alarido ronco, sujeto con piolas.

Quiere verlo mejor, pero un temor ancestral lo inmoviliza sobre el banquito de tres patas.

- ¡Suerte perra! Menos mal que mañana se lo llevan.

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Los diarios de la Capital lo publicaron con grandes titulares:

EL ESLABÓN PERDIDO

EL HOMBRE MONO

“El hombre desciende del mono, dicen las teorías. Tal vez el eslabón tan buscado se encontró ya. Estaba en las selvas misioneras. En las impenetrables selvas de la lejana provincia. Pero la bravura de nuestros guardianes ha logrado la captura de un peligrosísimo ser que asolaba el lugar, haciendo huir despavoridos a los lugareños y atacando a los niños. Fueron necesarios refuerzos para vencer la resistencia física de este ser mitad hombre y mitad mono, que apenas emite sonidos guturales y cuyos ojos llamean.

Una vez más las fuerzas del orden, cumpliendo su misión y arriesgando su vida...”

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-Hoy se llevaron a Pacífico Batista... Ha terminado la cacería.

El maestro de escuela enciende un cigarrillo mientras los cerros se van oscureciendo y sus ojos se empañan ante el recuerdo. El recuerdo y la injusticia.

Pacífico Batista era un hombre bueno y anónimo. Nació y se crió en los montes. Solía tener en los bolsillos algunos caramelos para regalar a los gurises. Vivía sierra adentro, en un ranchito que el mismo había levantado. Y cultivaba mandioca, zapallo, maíz, porotos y hasta tabaco. Algunas gallinitas y un perro esquelético y sarnoso le hacían compañía.

Pero una extraña demencia se apoderó de él. Ya no bajó al pueblo, y cuando de golpe se encontraba con alguien en las picadas, corría a ocultarse, espiando atemorizado.

Le creció la barba, el pelo, las uñas. Olvidó el aseo y sus ropas se volvieron harapos. Algunas noches se escuchaban gritos sobrecogedores.

Así se inició la leyenda, la superstición, los conjuros...

Pacífico Batista no molestaba a nadie. Hasta que empezó la sequía. Fue una extensa, agobiante sequía. Duró exactamente dos años.

Las cosechas se perdieron. Los pozos se secaron. Los arroyos mostraban las piedras desnudas. Apenas quedaron algunos charcos de agua estancada y lechosa, ya que a ellos acudían las lavanderas. Y, para peor, un invierno crudísimo escarchaba los pastos amarillentos y ponía una capa de hielo a las escasas vertientes.

Justamente una de las mejores vertientes estaba en los alrededores del rancho de Pacífico Batista. Y fue el factor desencadenante del drama, porque, aun en su locura, era consciente de la importancia del agua y no dejaba que nadie se acercara a lo que consideraba su único tesoro.

Fueron los chicos, con su inocente crueldad, quienes comenzaron a tirarle piedras, a gritarle obscenidades, a enturbiar el ojito de agua. El pobre hombre se ponía furioso; se le desorbitaban los ojos y con ademanes violentos y ronquidos desesperados ponía en fuga a los pequeños diablitos.

Dantesco, sin dudas, debía de ser su aspecto.

Cuando los padres se quejaron porque alguna criatura apareció con la cabeza chorreando sangre de alguna pedrada, la Gendarmería tomó cartas en el asunto.

Un jefe nuevo, borrachín y ansioso de ascenso o de borrar la oscura falta por la cual lo habían confinado, hizo el resto... Más la superstición de la gente, claro.

Alguien lo comparó con un mono, por su aspecto...

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Yo era muy chica entonces. Apenas recuerdo las bromas de mis compañeros, los serranitos: ¡Cuidado, que viene el Hombre Mono! Pero no se me borró la mirada triste del maestro cuando nos hizo callar y nos comenzó a contar la verdadera historia.

Dicen que los diarios de la metrópoli publicaron su foto, sentado, la cabellera hirsuta, el gesto hosco, como un extraño ser de la selva misionera.

Dicen que se habló de la teoría de Darwin, y un folletín novelesco hasta lo satirizó saltando de árbol en árbol entre polvorientos caminos y tupidos yerbatales, a orillas del Uruguay.


Lo apodaron el Hombre Mono.

Yo prefiero evocarlo como el ser bueno y desgraciado que fue: Pacífico Batista, del que nunca nadie volvió a saber nada después.

Rosita Escalada Salvo

El relato es parte del libro Pombero en el maizal y otros cuentos. Escalada Salvo ha publicado más de treinta libros de cuentos, poemas, novelas, teatro y antologías compartidas.

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