La puerta abierta

Inspirado en un hecho de la vida real
domingo 25 de septiembre de 2022 | 6:00hs.
La puerta abierta
La puerta abierta

Ocurrió en el Paraje Santa Rosa, cerca de San Vicente.

   Esa mañana como todas las mañanas de su vida, Doña Asunción se levantó tempranito con las primeras luces del alba.

   Se enderezó en la cama acomodando los viejos y crujientes huesos que cargaban con la frágil fortaleza de sus setenta y pico de años. Ella era una mujer pequeñita que casi desaparecía dentro de los abrazos protectores que sus hijos le brindaban.

_ Gurises queridos, hoy ya hombres… si les habré limpiado los mocos y sacado piques y curado rasguños de tanto andar cabezudeando por el  monte…

   Recordando el monte una antigua añoranza se apoderó de su espíritu. Cuando la selva era selva y el sol tenía que abrirse paso a los codazos para tocar la tierra, ella y su Manuel llegaron a este lugar, donde con amor y esfuerzo fundaron hogar y familia. ¡Qué tiempos lindos! Lo que hubo que trabajar … Todo estaba por hacerse pero ambos tenían la fuerza imparable de la juventud que no le hacía asco a nada.  Y desmontaron y construyeron la casa con tablas de madera nativa que hasta hoy largaban olor a savia cuando estaba por llover.

   Si habrán luchado … si habrán soñado … si habrán amado …

   Ahora Manuel ya no estaba y la casa había quedado grande…

   Antes que el fantasma de la tristeza se apoderara de su corazón, Doña Asunción terminó de vestirse en la oscuridad, se calzó tanteando las ojotas y enfiló hacia  la cocina.

_ Lindo fresco para tomar unos mates en la galería.

   Puso unos taquitos en la cocina a leña y la pava perezosa empezó a despabilarse lentamente. Trataba de no hacer ruido para no despertar a sus hijos.  Juan y su mujer, casados hace unos meses, dormían en la pieza del fondo. Miguel y su esposa, de visita por el fin de semana, reposaban en la habitación que había sido de los chicos. Benjamín, el menor, roncaba al lado de la cama ancha en un fuerte camastro protegido por la esquina. Una meningitis infantil le había dejado una severa discapacidad y demandaba constante atención. Era la luz de sus ojos…

 _ Lindo tener la casa como en los viejos tiempos…

_ Sólo faltaba Rubén que vivía a unos cien metros pero que seguro pronto aparecería para tomar unos mates.

Con estos pensamientos dando vueltas en la cabeza, Doña Asunción preparó los petates para instalarse en el corredor. Los ladridos del Pirata,  su perrito mimado, mezcla de todo con nada, la sorprendieron un poco.

_ ¿Qué anda haciendo ruido, malcriado? Cállese que va a despertar a la gente. ¿Será que es Rubén que está viniendo?

 Con la ansiedad de quien espera a alguien se acercó a la puerta, abierta como siempre.

   No tuvo tiempo de verlos. Un empujón y una sombra oscura que cubrió sus ojos después del golpe.

_ Metete adentro, vieja. ¿Dónde está la plata… la plata…?  -Otro golpe- Dale, hablá si no querés que te matemos. Tu hijo vendió ayer una moto. ¿Dónde está la plata? ¡Te voy a matar!

    Instintivamente Doña Asunción pensó en proteger a su pobre Benjamín y tanteando la mesa de la cocina consiguió manotear un cuchillo. Retrocediendo por los empellones llegó a la puerta del dormitorio y se sujetó con ambas manos del marco. El enfermo intentó enderezarse a la vez que emitía un grito agudísimo alertando a los demás  habitantes de la casa.

_ ¡Mamá !

   A partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron.  Doña Asunción tropezó y cayó de espaldas sobre su hijo. Uno de los asaltantes la tomó por el cuello a la vez que gritaba.

_ ¡La plata, dame la plata, vieja de mierda!

   Casi sin aire, ella soltó el cuchillo. Benjamín lo recogió y en un esfuerzo sobrehumano lo hundió en el pecho del intruso. Una marea de sangre negra cubrió las frazadas y el plumado. Los otros dos hijos y sus esposas que habían sido despertados por los alaridos peleaban como perros de presa con los tres maleantes restantes. Machetes, escobazos, tiros.

_ Cuidado. Está armado. Saltale

_ Correte. Dale. Sujetalo.

_ ¡Me cortó!

_ Apurate. Rajemos. La plata…

_ Me duele. Se escapan.

   Mil voces sin rostro y después de ¿un minuto? ¿una hora?¿una eternidad? un silencio de muerte instalado en la casa.

 Benjamín se sacudía espasmódicamente cubierto por la sangre y el amor materno. Un delincuente yacía muerto al pie de la cama. Juan y su mujer sujetaban con alambre a otro tirado boca abajo en el piso de la sala. Rubén, atravesando el potrero, logró detener al tercero que huía despavorido y lo traía acarreando a los empujones y patadas. El cuarto logró escapar y se perdió en el monte. Seguro que iba a cruzar el río para perderse en Brasil.

 Policía. Vecinos. Comentarios. Hasta la prensa vino y habló de la inseguridad y que la colonia ya no es la colonia de antes y que hay que tener cuidado. Y más visitas. Y más curiosos. Todo el día.

Cuando a la noche, Doña Asunción se preparaba para ir a dormir, exhalando un doloroso suspiro, por primera vez en su vida, cerró la puerta y puso la tranca.

Inédito. La autora ha publicado más de una docena de libros. Socia fundadora de la ALA: Asociación Literaria de Alem.

Norma Varela

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