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Hoy es el Día del Colectivero

El legado de Juancito, toda una vida dedicada a manejar colectivos

Juan Arací Martínez conectó parajes y colonias cuando los caminos de tierra marcaban las dificultades. Murió hace poco como consecuencia del coronavirus pero su recuerdo permanece intacto. "Fue una persona excepcional que trabajó por y para su comunidad", señaló su esposa.

sábado 24 de septiembre de 2022 | 12:00hs.
El legado de Juancito, toda una vida dedicada a manejar colectivos
Juancito tenía amor y compromiso con su profesión de colectivero, el homenaje de María. //Fotos: Cristian Valdez.
Juancito tenía amor y compromiso con su profesión de colectivero, el homenaje de María. //Fotos: Cristian Valdez.

"Fue mi universo completo. Fue mi consejero, mi hermano, mi amigo, mi compañero, mi confidente, mi gran y único amor. Me formó como mujer y nos aceptamos para vivir juntos toda la vida. Con la mirada nos conocíamos. Como pareja formamos un equipo perfecto, por eso duele tanto su fallecimiento. Fue lo más triste y estoy segura que él me da fuerzas para mantenerme en pié, aunque no lo puedo entender todavía". El recuerdo de Juancito permanece intacto en la mente y el corazón de María Meza (79), la esposa y madre de sus tres hijos: Jorge, Violeta y Marcelo.

Juancito es el apodo con el que se lo conocía a Juan Arací Martínez (85), un hombre que dedicó su vida a manejar colectivos y el mes pasado, más precisamente el martes 2 de agosto, murió como consecuencia de haberse contagiado de Covid-19.

Su legado se sostiene sobre una base de honestidad, solidaridad y respeto, lo que reconoce en él cada una de las personas que lo conocieron al mando de las ahora antiguas unidades que manejó cuando los caminos de tierra marcaban las dificultades, al principio de la empresa La Victoria y finalmente de la extinta Don Tito de Leandro N. Alem, ciudad que eligió para vivir con su familia.

Si bien desde hace casi dos meses Juancito no está presente, contar algunos tramos de su historia es rendirle homenaje, más un día como hoy, 24 de septiembre, que en todo el país se celebra el Día del Colectivero.

"La mejor manera de homenajearlo es tenerlo presente. Juancito fue héroe de mucha gente en épocas donde el chofer de colectivos era clave para la conexión de los pueblos, cuando la palabra tenía un valor incalculable y el respeto regía la vida de las personas", analizó María y en esa línea destacó que "no había un chofer con su muñeca para manejar por esos caminos polvorientos, sinuosos, muchas veces con barro y cadenas en las ruedas".

Subrayó también que "siempre fue cuidadoso y solidario, tanto con sus pasajeros como con su familia. Buen hijo, excelente padre y las miles de personas que en algún momento viajaron con él lo recuerdan así: trabajador, honesto, respetuoso, virtudes del gran hombre que fué".

El halago con el que todo comenzó

Retrocediendo el tiempo en su memoria, María recordó que conoció a Juan allá por 1960, en un parque. Él había llegado hacía poco de Buenos Aires proveniente de la Marina. "Yo estaba con una amiga, tenía un lindo vestido celeste con tul como se usaba antes y él se acercó. -'Qué lindo vestido', dijo. Sonreí y me invitó a hamacarnos. En ese mismo momento sentí que era para mí. De esa forma comenzó el noviazgo".

María reveló que al principio no pudieron casarse aunque estaban preparados para ello.  Una tragedia vial dejó gravemente herida a su mamá y dependiente del cuidado que ella le podía dar. "Estabamos en casa cuando llegó la Policía para avisar que a mi mamá la había atropellado un auto y así terminó mi alegría, nuestros planes de casamiento en ese momento, porque tenía que cuidar a mi mamá", recordó y en paralelo contó que "en ese entonces ya tenía una semillita que iba creciendo en mi panza. Por eso decidimos comenzar a convivir en una casa que fuera nuestra, como podíamos y con lo que teníamos".

Para ese entonces, el trabajo de Juan era como chofer de colectivos La Victoria y los viajes comenzaron a ser parte de la vida diaria de ambos. "Primero alquilamos y después del primer hijo pudimos comprar la primera casa propia por un valor de 8.000 pesos que el patrón le prestó a modo de adelanto porque era buen empleado. Y así empezamos", reseñó.

La vida en el colectivo

En poco tiempo de trabajo Juan se convirtió en una pieza fundamental en su primer empleo y lo fue más aún en Don Tito, empresa que acompañó desde la fundación. "Se convirtió en  colaborador directo, fue como un padre para los chicos (propietarios) cuando iniciaron la nueva empresa. Era chofer y consejero, hacía que todo funcione desde el comienzo”, valoró María.

Sobre aquellos tiempos en los que la comunicación era escasa y despedía a su amado por la madrugada sin saber si volvería, recordó que "es una profesión muy sufrida, angustiante para mí como lo debe ser para muchas mujeres cuyos maridos manejan, aunque la comunicación ahora mejoró bastante y un mensaje basta para tranquilizar o avisar si pasó algo o habrá cierta demora en el regreso".

"Los caminos eran de tierra. Juan se iba a la madrugada a El Soberbio, por ejemplo, y volvía al mediodía siguiente, tantas veces embarrado porque se quedaba empantanado o debía colocar cadenas en las ruedas para avanzar. Un viaje a Puerto Iguazú demandaba toda la semana. De esa forma lo fueron conociendo en cada pueblo, viendo crecer las comunidades porque al inicio eran 6 o 7 casas hasta que fue llegando el progreso", narró.

Los tiempos lejos de casa

Ese periplo fue empujando a María a tener que hacerse cargo de la casa, de los hijos que iban creciendo y sobrellevar cumpleaños o festividades alejados unos de otros. Muchas navidades lo encontraron volanteando en algún camino de chacras.

 

"Se perdió casi toda la niñez y crianza de sus hijos porque llegaba y los encontraba durmiendo, se iba de madrugada y se despedía solo con un beso porque ellos aún dormían. Siempre que podía me decía que sentía mucho eso y le clamaba a la Virgen de Itatí que aliviara su trabajo porque era muy pesado viajar tanto. Él quería estar con sus hijos y en un momento eso se cumplió porque comenzó a hacer recorridos más cortos", contó María, admitiendo que para ella también eran difíciles las despedidas: "Lo veía cada tanto, eran algunas horas o un rato hasta que se iba y lo que seguía era pura incertidumbre por no saber si estaba bien o si pasaba algo, porque no había teléfonos celulares, la comunicación de ahora no existía".

"Me calaba el alma que muchas veces preparaba con entusiasmo la cena de Nochebuena y le buscaban porque tenía que viajar. Su responsabilidad no le permitía fallar porque era honesto, de palabra, por eso me quedaba con los chicos y todo sobre la mesa. Fue difícil el no saber por qué no volvía, pensar en mil cosas, pero así nos quisimos y formamos nuestra familia", subrayó, aunque se mostró aliviada porque "él amaba su colectivo, su trabajo".

"Un ser excepcional"

Juancito pasó su vida trasladando personas en el colectivo y se jubiló en 1992 al mando de una unidad de Don Tito. "No quería parar. Quería seguir manejando si su vida era el colectivo, unir los pueblos, conectar a las personas que trasladaba, pero a la vez tenía muchos problemas de salud. Entonces se puso como prioridad dejando en segundo plano a su gente", explicó María y reiteró el cariño que sus pasajeros le transmitían: "Lo conocen en cada pueblo donde estuvo y lo querían tanto, al punto de haber recibido muchos regalos a lo largo de su trayectoria. Es que brindó un servicio vital en una época en la que el colectivero era respetado porque era necesario. Se enviaba correspondencias, remedios, hasta víboras traía a Oberá para que elaboren suero antiofídico. Había tanto vínculo que los padres le confiaban a sus propios hijos para que los lleve de una a otra parte y él los cuidaba como si fueran propios. Ese fue Juancito, un ser excepcional con el que compartí sesenta años de mi vida. El que trabajó por y para su comunidad".

Entre el cariño y el reconocimiento

Su jubilación significó más tiempo con sus hijos, su esposa y sus nietos, disfrutando la calidez del hogar lejos de aquellos viajes lejanos.

Se mantuvo solidario, siempre que pudo ayudó a quien necesitó una mano y su comunidad no se olvidó. Por eso hace algunos años fue parte de una serie de cortos documentales en el marco del 90 aniversario de la ciudad de Leandro N. Alem, donde dejó asentada a su familia.

De esa forma transcurrieron los últimos años de su vida, entre el cariño y el reconocimiento de la gente. "Se sintió querido en todo momento", puntualizó su esposa.

Pero la pandemia le tenía marcado un destino tan ingrato como inesperado, en razón de que contrajo Covid-19 y pese a sus ganas de seguir viviendo, la muerte lo sorprendió. Su vida se apagó el pasado 2 de agosto. Fue un golpe tremendo para los suyos, más aún para María.

"Las últimas semanas previo a su fallecimiento estuvo muy afectado, lo teníamos que conectar al tubo de oxígeno porque tenía muchas dificultades para respirar", contó María y después de una breve pausa continuó: "La peleó hasta lo último. Murió estando internado en el hospital público de Apóstoles, en manos de personas desconocidas, siendo él un servidor público de 'su' localidad, pues según los trabajadores de la salud ese lugar contaba con terapia específica para el tratamiento del covid".

"Es difícil estar en la casa y no recordarlo, porque fue el mejor hombre con el que pude haber formado esta familia con la que voy a seguir manteniendo su legado de honestidad, solidaridad y respeto", subrayó, acongojada y aún con mucha tristeza. "Tendremos que aprender a vivir sin él".

 

*Los videos que ilustran esta publicación son parte de una producción de Cable Norte de Leandro N. Alem, cedidos por la familia Martínez.

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