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Historias de frontera: El hombre del caballo bayo

domingo 18 de septiembre de 2022 | 6:00hs.
Historias de frontera: El hombre del caballo bayo

La peculiar revolución municipal del año 1919 en la pequeña ciudad de San Luis Gonzaga, en la región misionera de Rio Grande do Sul, dejó secuelas. El grupo disidente del Partido Republicano que integraba el ganadero Raimundo Nunes logró deponer al intendente, Coronel Frutuoso Pinheiro Machado, como también que el candidato propiciado por ellos para el cargo, Virgilio José Correa, venciera en las elecciones celebradas luego del período de administración provisoria acordado con el gobierno del estado. El triunfo, no obstante, requirió enfrentamientos armados, sangre, sufrimiento y eternos rencores. Raimundo Nunes puso sus armas, las balas, el propio físico al servicio de la lucha, aportando una significativa parte de sus bienes para la obtención de los objetivos revolucionarios. Al pacificarse el municipio, vino el tiempo de reflexión; con sus cuarenta años, Raimundo advirtió que su participación en la revuelta municipal puso a su esposa Silvana y a los dos hijos adolescentes del matrimonio en situación de inestabilidad económica y aún peor, en riesgo de muerte; los del sector perdedor lloraban a sus caídos y sabían que el revólver y el rifle de Raimundo fueron causa de desgracia en esa y otras batallas, el ciclo de venganzas se pondría en movimiento en cualquier momento; sentía decepción respecto a los líderes políticos de su sector, en la hora de la victoria no tuvieron hacia él reconocimiento acorde al protagonismo y contribución que tuvo en las acciones; la promesa de su compadre, el abogado Getulio Barroso al solicitar su ayuda, de ubicarlo en un alto y tranquilo puesto administrativo en Porto Alegre, capital del estado, se diluyó en la nada. Raimundo no vio claro y seguro el destino de la familia en el municipio, dio la razón a aquel impulsor de la Revolución Francesa condenado a la guillotina, que dijo “la revolución, como Saturno, se devora a sus mejores hijos”; deseaba eludir la espiral de muerte y venganza que sobrevendría, decidió vender el ganado que aún poseía y la estancia para instalarse en el territorio de Misiones en la Argentina, allá tenía hermanas y hermanos que facilitarían la radicación del grupo familiar; compraría otro campo,  negociaría con vacas -lo que sabía hacer- y abriría un almacén de ramos generales a cargo de Silvana, mientras los hijos asistirían con regularidad a la escuela; el río Uruguay y otro país serían barrera de protección.

Raimundo realizó los pasos para la mudanza con discreción, grande fue su sorpresa cuando al llegar con el camioncito repleto de bártulos a Porto Santo Isidro, donde las canoas estaban dispuestas para el cruce, encontró a una pequeña multitud que esperaba para despedirlo, la noticia se había filtrado. Allí estaban amigos, peones, vecinos rurales, laderos de lucha, varios de ellos montados en caballos que Raimundo criaba por afición y regalaba; hubo tiros al aire, gritos de festejo y rondas de cerveza antes que la familia se embarcara hacia el nuevo destino; el ganadero pudo comprobar que su popularidad en la campaña se mantenía alta, lástima que algunos no la supieran apreciar, pensó.

Con la ayuda de su hermano Basilio, que residía en la zona, Raimundo y familia se establecieron en el campo comprado al sur de la desembocadura del arroyo Itacaruaré, en el área de transición entre selva y llanura abierta con pasturas, donde comienza a predominar esta última. Sobre el alto de una loma, en un cruce de caminos y trillos de vacunos, a kilómetro y medio de la costa del Uruguay, Raimundo Nunes levantó su casa; próxima a ella se irguió otra edificación apta para almacén de ramos generales, con anexo de talabartería y amplio salón; algo más alejado de este conjunto, se alzó un gran galpón con apartados para acomodar los catres de los peones solteros. Apenas fue habitable la construcción, abandonó la familia el refugio que les dio Basilio y se establecieron en el nuevo hogar, que al cabo de dos años estuvo completo, con las dependencias funcionando para sus fines específicos. Los hijos del matrimonió pronto se fueron como pensionados a la casa de una tía en Posadas, para seguir sus estudios. Silvana, con un ayudante, manejaba el negocio con buen criterio de administración, mientras Raimundo criaba vacas, comerciando con ganaderos de la zona, hasta de la provincia de Corrientes inclusive y satisfacía su gusto por el trabajo manual fabricando aperos y otros artículos de cuero en ratos libres. En el establecimiento se practicaba a rajatabla el concepto riograndense de la época sobre hospitalidad, el salón anexo al almacén solía estar lleno de gente durante el día: transeúntes, arrieros, algunos de los cuales pasaban vacunos a uno y otro lado del Uruguay a través de un cercano vado, disimulados contrabandistas, personas de la zona; un sector del salón no tenía piso, allí siempre ardía el fogón, a su lado se encontraban disponibles dos pavas de hierro, dos porongos con bombillas de plata y un barril de yerba en el rincón para quien deseara tomar mate; en tres grandes mesas se servían las refacciones del día, las mujeres de los peones y ayudantes estaban prestas a preparar el churrasco de desayuno y diversos guisos que se hervían en una gran olla para el resto del día; en el salón no se permitía consumir bebidas con alcohol. Raimundo compartía el almuerzo y a veces la cena con sus huéspedes, momentos en que recibía los agradecimientos por la hospitalidad brindada, si alguien quería pagar la comida, se ofendía y lo rechazaba con altivez; cuando el almuerzo o cena implicaba cerrar algún negocio, los realizaba en la casa.

El clima durante el mes de julio no fue bueno, ese día en particular amaneció con helado viento del sur, nublado y con una fina llovizna que caía de vez en cuando. Se trataba de una de las raras ocasiones en las que el establecimiento de Raimundo se encontraba sin visitantes y Silvana no abría el almacén, si alguien necesitaba algo podía golpear la puerta en la casa. Al mediodía, cuando el dueño de casa terminaba de comer el poroto negro con arroz y harina de mandioca hecho por su esposa, se presentó Juana, mujer de uno de los peones, que atendía el salón y dijo:

-Don Raimundo, en el salón hay un hombre que pidió albergue, viene del Brasil, le di de comer guiso carrero, dice que quiere verlo para agradecerle.

-¿Del Brasil? – repitió Raimundo en tono de pregunta más para sí mismo. ¿Cómo es, está armado? 

-Es un rubio grandote, de ojos bien azules, no es viejo, de su edad más o menos, se viste como gaucho y está armado, tiene un cinturón con balas y funda con revólver .

-Ajá, dígale que voy enseguida.

Extraño -pensó Raimundo- que un hombre armado proveniente del Brasil llegara hasta su casa en día tan destemplado, cuando no había nadie en el salón y los habitantes del lugar preferían resguardarse en interiores, viejos fantasmas se removieron en su espíritu. Mientras se ponía la capota de lluvia para afrontar los escasos metros que mediaban entre la casa y el salón, estuvo a punto de colocarse el revólver en la cintura, pero desistió, aunque significara la diferencia entre vida y muerte, había perdido la costumbre de andar siempre armado y no cambiaría por un forastero, que fuera lo que Dios quisiera.

Temperatura muy agradable había en el salón gracias al fogón. Raimundo se quitó la capa y se dirigió hacia la mesa donde estaba el visitante, que lo esperaba de pie. El hombre se presentó como Ceferino Vargas, Raimundo hizo lo propio, estrechó su mano e invitó a que se sentaran; el forastero dijo:

-Me alegro en conocer a un hombre como usted, tan famoso en Rio Grande, quería agradecer su hospitalidad, crucé el río hoy por el vado, justo andaba por la zona y un balsero estaba disponible para pasar con el caballo, de otro modo tendría que haber llegado hasta puerto Santo Isidro; mañana tengo una cita de negocios con Sinforiano Salinas, sobre este lado del río, compra de ovejas para variar un poco; un muchacho en la costa me dijo que encontraría hospedaje en esta casa, me dedico a la cría y compraventa de ganado.

-Sí, claro -respondió Raimundo- en mi casa el caminante siempre encontrará albergue. Tiene usted un nombre demasiado criollo para su aspecto tan gringo…

- Es que mi madre era hija de alemanes, es por eso, usted sabe que Rio Grande está lleno de colonos alemanes y sus descendientes.

-Sí, por supuesto, tengo amigos de ese origen. En cuanto a mi fama, espero que haya llegado a usted de la buena, porque tengo mis enemigos también- señaló Raimundo, mirando con suspicacia a su interlocutor, a la vez que bajaba la vista para observar el Colt 45 en la cintura del forastero.

-Lo que pasa es que usted anduvo en política en nuestro estado, allí no se trata solo de propaganda, actos y discursos, hay cuchillo y bala también, ese es el problema, ojalá algún día las cosas se hagan de otra manera, lo importante es que hay mucha gente que lo quiere.

A partir de ese instante fue como si una corriente de simpatía naciera entre los dos hombres. Hablaron largo tiempo sobre política, razas de vacunos, pasturas, cría, engorde, precios; Raimundo explicó cómo a través de cuidadosos procesos de selección obtenía tropillas de caballos del mismo pelaje; por ejemplo, si deseaba alazanes colorados, empezaba con tres o cuatro casales de ese matiz, no parientes entre sí, para evitar luego la consanguinidad; si nacían potrillos de otro color los regalaba al destetar a vecinos y amigos, conservando solo los alazanes colorados, así formaba la tropilla de alazanes colorados, llegando un punto en que todos los potrillos nacían con ese tono y cuando se aburría, los vendía o regalaba para iniciar cría de otro pelaje.  Por la tarde, después de la siesta, continuaron la charla mate de por medio; Raimundo invitó al huésped a pernoctar a en el lugar acondicionado al efecto en el galpón, aceptando y agradeciendo éste la atención; el anfitrión se preguntó cómo pudo desconfiar de ese hombre, si hubiera venido a matarlo dispuso de horas para hacerlo y escapar a tiempo.

Amaneció con clima frío, sin viento y con neblina, presagio de hermoso día. El huésped se levantó temprano, desayunó el churrasco que preparó Juana, disponiéndose a partir. Raimundo salió a despedirlo, se encontraron bajo el gran alero del salón, que hacía las veces de gran galería abierta. Enorme fue la sorpresa de Raimundo cuando vio el caballo del forastero, alojado hasta entonces en las caballerizas. Al instante lo reconoció como cría suya, de la última tropilla de bayos que sacó en el Brasil, el puro color blanco de la crin y la cola no daba lugar a dudas, para colmo exhibía en el cuarto una PL entrelazada, la marca de su amigo Pedro Leites, a quien regaló un ejemplar. Cauto, comentó:

-Lindo animal.

-Sí, lindo y de buen andar, lo gané en un juego de póker el mes pasado a Pedro Leites, un infeliz, quedó sin dinero, apostó el caballo y perdió- respondió Ceferino Vargas, adoptando un tono duro y despectivo al referirse al amigo de Raimundo.

-Lo conozco, para su propia desgracia, nunca pudo dejar el vicio del juego, pero no es mal hombre. 

-Juego, bebida y malas mujeres son cosas que arruinan al cristiano. Bueno amigo, debo irme para estar al mediodía en lo de Sinforiano Salinas, de nuevo agradezco las atenciones recibidas.

Raimundo le estrechó la mano con fría formalidad, deseándole suerte; si no fuera por el caballo, se imponía un abrazo, pero no resultó de su agrado que estuviera ocupando el montado de Pedro, por más que lo ganara en buena ley de juego. Raimundo admitió que, a esa altura de la vida, el vicio de Pedro ya no tenía remedio, pero era un amigo que le salvó la vida.

Después de la despedida, Raimundo se instaló en la talabartería a fin de preparar cuero para fabricar riendas. En esa tarea estaba cuando irrumpió Aníbal, el joven que vivía en la costa del río, traía una carta en sobre lacrado, dijo que venía del otro lado del Uruguay, la persona que la entregó remarcó que se trataba de un asunto urgente, dando propina; cumplido el cometido, el muchacho se retiró tan rápido como vino. El sobre no tenía remitente, al abrirlo, lo primero que vio en la nota fue la firma de su compadre, el abogado Getulio Barroso; el texto fue subiendo su indignación según avanzaba en la lectura; en síntesis, Barroso avisaba que los hijos de Euclides Mato, aquel que en un acto en la Plaza Matriz de San Luis Gonzaga, mientras Raimundo hablaba a favor del candidato a Intendente, lo apuntó  con un revólver, no llegando a disparar porque Pedro Leites se dio cuenta y lo bajó de un tiro en la sien salvando el pellejo de Raimundo, habían contratado a un sicario para vengarse, tanto de Leites como de Raimundo.  Este asesino era de Cruz Alta, rubio, grandote, medio gordo, de ojos bien azules, vestía siempre de gaucho, andaba armado, se llamaba Ceferino Vargas. En el mes de junio, luego de adueñarse del caballo de Pedro Leites en un juego de naipes, lo mató en las afueras de San Luis Gonzaga; hacía semanas que no se lo veía, seguro cruzaría el Uruguay en busca del otro “sentenciado”, el compadre lo instaba a que tuviera cuidado y abriera bien los ojos.

Una cólera ciega se apoderó de Raimundo, ordenó que ensillaran el caballo más rápido, si era verdad que iba a lo de Sinforiano Salinas, alcanzaría a ese Ceferino al mediodía; tomó de la percha el cinturón con balas y el Colt 45, dijo a Silvana que debía solucionar un asunto grave y salió a galope tendido, si en ese momento Ceferino Vargas aparecía en su camino, vaciaría el tambor del revólver en su cuerpo. No obstante, la distancia a recorrer no era corta, pronto el caballo se cansó y se puso a andar al paso, el cielo estaba de un azul diáfano y el paisaje se presentaba magnífico. Raimundo se serenó, planteándose interrogantes ¿por qué el sicario no lo mató si tenía ese encargo y vino a cumplirlo? ¿por qué a Pedro Leites sí y a él no? Caía en cuenta que, si Ceferino le perdonó la vida, de algún modo estaba en deuda con él, por más asesino que fuera, o tal vez la deuda era justo por eso; increíble que no pudiera escapar del pasado, allí estaba de nuevo, armado y buscando a un hombre para matarlo, aunque ya no estaba tan convencido de hacerlo.

Pasadas las dos de la tarde llegó a lo de Sinforiano, amigo de Basilio y por su intermedio, suyo también; la casa se encontraba silenciosa pero el caballo bayo descansaba a la sombra de un paraíso. Raimundo desmontó y se dirigió con sigilo a la galería que rodeaba la vivienda, vio que Sinforiano dormitaba en una hamaca paraguaya, lo despertó tapándole la boca para que no grite; cuando lo reconoció, preguntó en voz baja si Ceferino Vargas se hallaba allí, Sinforiano contestó en el mismo tono que sí, dormía la siesta en una de las habitaciones, cerraron trato sobre compraventa de ovejas y comieron asado con algunos vinitos; Sinforiano, desde la entrada principal de la casa, indicó la puerta del dormitorio donde descansaba el sicario. Raimundo esperó unos segundos que sus ojos se acostumbraran a la penumbra, luego abrió con un portazo la habitación señalada, vio a Ceferino en la cama y de un salto puso el revólver en su pecho, todo en menos de un segundo.

-¡Despertate asesino desgraciado hijo de p… mataste a mi amigo Pedro Leites!

El aludido abrió grande los ojos, sorprendido, tardó largos segundos en tomar noción de la situación, pero el frío caño del Colt aceleró el proceso.

-¡Raimundo ¡¿Qué significa esto? ¿Qué pasa? - exclamó.

-Me enteré de lo que hiciste a Pedro Leites, solo quiero saber por qué no me mataste, ya sé que sos un hijo de p… sicario.

-Ah, es eso…dejame sentar por favor- Raimundo lo permitió, prosiguiendo Ceferino – sí, a veces mato gente por plata, pero tengo que estar convencido para hacerlo, no es solo cuestión de dinero, la mayor parte del tiempo soy un ganadero con buen pasar económico. Es verdad Raimundo que tenés buena y mala fama, me vinculé con personas que hablaron muy mal de vos, te pintaron un monstruo, pero cuando te vi, algo cambió, por eso no te ejecuté en el acto, después hablamos, fuiste generoso conmigo y supe que lo eras con otra gente también, descubrí una personalidad muy diferente de la que me describieron y decidí que sigas viviendo, te perdoné la vida Raimundo. Pero ese Pedro Leites era una rata, no aportaba nada a la humanidad, ya sé que te salvó la vida, fue una cuestión de circunstancias, no servía para nada Pedro Leites, ni para sí mismo.

Raimundo suspiró profundo y bajó el arma, diciendo:

-Está bien, pero ahora soy yo el que te perdona la vida, estamos a mano, que me disculpe el alma de Pedro Leites, creo que es lo justo. ¿Y qué vas a decir a tus mandantes?

-Que no tuve oportunidad, que estás siempre rodeado de gente y el escape se me dificultaría mucho.

-Adiós Ceferino, no quiero verte nunca más.

-Adiós Raimundo y cuídate, no es solo por lo de Euclides Mato que hay bronca con vos…

Tres semanas después, Raimundo recibió otra carta del compadre Getulio Barroso, en ella contaba que los hijos de Pedro Leites tendieron una emboscada y mataron a Ceferino Vargas en el paso del arroyo Itacuá, ya no necesitaba preocuparse del sicario.

Por la noche, durante la cena, Raimundo reflexionaba en voz alta sobre las buenas acciones que salvan la vida, aunque resultaba muy difícil desprenderse de la espiral de muerte y venganza. Silvana asentía, sin entender muy bien a que se refería su marido.

Inédito. Freaza tiene publicados los libros Rotación de los Vientos, El amigo jesuita (novela) seleccionado para la Feria
Internacional del Libro 2018.

Carlos Manuel Freaza

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