El humor como mecanismo de resistencia

martes 13 de septiembre de 2022 | 6:00hs.

Por Lisandro Prieto Femenía Para Ethic

Sabemos que la etimología de la palabra ‘humor’ remite en latín a humoris, que significa humedad o propiedad líquida, también referida al torrente que atraviesa los poros de una superficie. Desde su origen, por tanto, la palabra nos indica que se trata de algo que se filtra inconteniblemente a pesar de cualquier tipo de resistencia física que intente retenerlo.

En su obra El mundo como voluntad y representación, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer interpreta que la risa es fruto del humor que contempla amablemente las incoherencias e incongruencias de una existencia aparentemente absurda. En otras palabras: la única forma de hacer reír es mediante la colocación de una cosa donde ésta no debería ir. Dicha incongruencia entre el concepto y el objeto real provoca un sacudón propio del comportamiento normal de una mente que se encuentra casi permanentemente acomodado en la ficticia idea de equilibrio entre pensamiento y realidad. La gracia, entonces, nace de la falsedad de las premisas de nuestros silogismos mentales.

Un ejemplo lo ofrece el pensador Alejandro Dolina, que sostiene que lo que torna ‘gracioso’ la explosión de un aparato pirotécnico no es la explosión en sí, sino el hecho de que esté prohibido en ciertos contextos: es muchísimo más entretenido explotar un petardo en un juzgado o un colegio que en un estadio de fútbol (o en los términos más refinados de Schopenhauer: ‘Los caballos tienen cuatro patas. Mi mesa de billar tiene cuatro patas. Mi mesa de billar es un caballo’).

Todos hemos estallado de risa por la simple inclusión ilógica de algo en un contexto al cual no pertenece. Nuestra mente tiene la tendencia de ordenar los objetos y conceptos mediante categorías que nos resultan familiares hasta que aparece un objeto que, al no estar donde debería, desencadena la risa. ¿No nos reiríamos frente a la incursión de un perro callejero en plena misa, haciendo alguna de sus funciones naturales junto al clérigo en el altar, mientras el acólito intenta desesperadamente detenerlo intentando, inútilmente, que nadie se dé cuenta?

Pero, ¿se puede hacer humor de cualquier cosa y en cualquier momento? No: cada época va gestando sus reglas discursivas y sus decálogos de lo políticamente correcto, abriendo un margen de acción tanto a aquellos que viven de hacer reír a los demás como a los simples ciudadanos, los cuales deben ir actualizándose –y cada vez de forma más rápida– como un dispositivo móvil. Justamente por ello traemos a la discusión y a la reflexión el humor como elemento que intenta romper el orden establecido, no por maldad o rebeldía revolucionaria, sino como necesidad vital.

De acuerdo a los posicionamientos de Nietzsche, en el marco de una existencia humana atravesada por todo tipo de padecimientos trágicos, la risa sería una especie de mecanismo de compensación para soportar lo que la vida conlleva en su tragedia constitutiva. En este caso, por tanto, la risa es una herramienta, un arma creada por el mismísimo hombre para no caer en el abismo del llanto y la tristeza.

Si lo analizamos brevemente, podemos acordar que, en un mundo que nos da más razones para llorar que para reír, reír es sin duda alguna el acto de resistencia más potente para contrarrestar el bombardeo incesante que atenta permanentemente contra la felicidad.

¿Queda alguna duda de que la alegría y el entusiasmo se castigan a diario? Lo que Nietzsche nos intenta legar es un pensamiento potente: reírnos de la fealdad propia de la decadencia moral en la que estamos inmersos nos otorga un poder que no es menor, ya que lograr liberarse de las cadenas de un régimen que correa permanentemente la función catártica del arte y sus manifestaciones es, sin duda, un acto de rebeldía que todos deberíamos convertir en hábito. Moverse por la vida con alegría y entusiasmo verdadero representa una amenaza para todo un sistema de existencia estructurado para ofenderse al percibir un ápice de alegría en alguien.

No es desatinado pensar que la alegría intimida profundamente, puesto que se trata de un gesto entusiasta que no se deja apagar por un mundo que permanentemente intenta reprimirlo. Hagan la prueba: muéstrense felices, alegres, entusiastas en cualquier contexto que no sea una celebración; alguien les hará saber inmediatamente que lo que uno está haciendo es completamente ‘inadecuado’.

Sí, es inadecuado porque es incongruente con ‘lo políticamente correcto’ establecido y masificado. Otro ejemplo práctico de ello consiste en observar las situaciones cómicas que acontecen en un establecimiento velatorio. El contexto es, evidentemente, un lugar predispuesto para que una situación sombría ocurra de acuerdo a ciertas pautas que permiten y prohíben: llorar, sollozar y hasta desmayarse está permitido; contar un chiste verde y que todos se rían a carcajadas, en cambio, se consideraría una grosería repudiable.

Aún así, nunca falta el familiar o el amigo íntimo que cuenta un chiste y provoca una reacción en cadena de tos masiva y risa reprimida en esa oscura sala.

Seguramente, y continuando con la interpretación de Nietzsche, el humor es en ese caso una herramienta para dominar aquello que produce miedo e incertidumbre. ¿Y acaso no provoca la muerte tales emociones? Acudimos a este recurso para intentar comprender algo que se nos presenta incomprensible, terrorífico e irresoluble para criticar, demoler y –luego– construir otro sentido de lo que se nos presenta como irremediable.

¿Qué nos pasó, entonces, desde la pureza de nuestro ‘espíritu libre’ propio de la niñez, hasta hoy? O dicho de otro modo, ¿cómo es que perdimos el entusiasmo de vivir y nos convertimos en estas máquinas de estrés permanente? No es sencillo responder a esta pregunta en una breve columna, pero intentemos entrever por la mirilla un esbozo de respuesta. Sólo basta ver, escuchar, vivir y analizar lo que sucede con los niños: ¿cuándo se ha escuchado a un niño de 6 a 10 años decir que cuando sea grande quiere ser abogado, contador o CEO de una compañía internacional de telecomunicaciones?

Quienes no podemos responder afirmativamente nos encontramos con el desafío de pensar nuestra existencia en clave de resistencia, si bien tal como aquí la hemos intentado expresar: hoy en día, ser feliz –verdadera y auténticamente feliz– es resistir a los embates intencionados de un modo de vida impuesto que apunta directamente a nuestros peores y depresores instintos. Seamos dignos de ser considerados ‘enemigos’ en el mercadillo de la vida; allí donde una tableta de somníferos es mucho más barata que un revitalizante paquete de café.

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