Imágenes de la segunda guerra mundial

domingo 11 de septiembre de 2022 | 6:00hs.
Imágenes de la segunda guerra mundial
Imágenes de la segunda guerra mundial

Cursé la escuela primaria en Diadema Argentina, Km 27 de Comodoro Rivadavia como comenté en un relato anterior.

Un día volví a casa de la escuela y encontré a mi mamá llorando desconsoladamente. Me abrazó y me dijo que había escuchado por la BBC de Londres que los alemanes habían invadido Holanda. Para forzar la rendición bombardearon la ciudad de Rotterdam dejando una gran parte completamente destruida. Sobre todo el puerto. Hasta ahora sigue siendo el puerto más grande de Europa y siempre tuvo una gran competencia con el puerto de Hamburgo.

Durante los próximos años escuchábamos todos los días los noticieros de la noche por onda corta de la BBC de Londres.

Yo tenía alrededor de 10 años y por supuesto no tenía una idea clara de lo que estaba ocurriendo.

 Recuerdo estar muy impresionado por los fusilamientos en Praga que se escuchaban a diario.

En los años de la guerra mi mamá y otras señoras holandesas pasaron horas y horas tejiendo guantes, medias, pulóveres, bufandas, todas de color verde militar o azul marino para los soldados Holandeses que lograron llegar a Inglaterra.

Frente a nuestra casa vivía un geólogo holandés. Había llegado hacía poco de Indonesia. Tuvo suerte, si se hubiera quedado allí seguro que terminaba en un campo de concentración japonés.

 Era un poco excéntrico y se parecía a Gandhi. Siempre tenía su casa llena de piedras y rocas para estudiarlas. Era polifacético, uno de sus hobbies era coleccionar mariposas. Había estado en muchos lugares del mundo por su profesión y tenía miles. A nosotros como chicos nos fascinaba; muchas veces nos invitó a verlas.

Muchos años más tarde me enteré que desde chico había tenido fascinación por todo lo que era sedimento marino. Por eso estudió geología.

 En las perforaciones, antes de llegar a la capa de petróleo y muy por encima de él, siempre se encuentra una capa comprimida de caliza. Ésta está compuesta por sedimentos de conchas marinas acumuladas durante eones. Nuestro geólogo descubrió que si dentro de estos sedimentos se reconocen los restos de determinadas variedades de moluscos se puede estar 100% seguro que debajo hay petróleo. Si estas variedades no aparecen, es inútil seguir perforando.

 Este descubrimiento ahorra millones de dólares. Para preservar el secreto nuestro geólogo fue mandado a analizar los sedimentos de todas las perforaciones de la Shell en el mundo.

También era astrólogo.

En las kermeses que se hacían para juntar dinero se disfrazaba de mago y en una carpa toda adornada, con una bola de cristal sobre una mesita, interpretaba cartas natales por unos pesos.

 A mi madre le comentó que yo iba a tener una vida muy movida en sus principios, que iba a llegar con mucha tranquilidad y paz a una edad avanzada. Esto mi madre me lo comentó muchas veces en su vida. Estoy seguro que este pronóstico debe haber tenido para ella un efecto tranquilizador.

En nuestra cuadra también vivía un amigo de mis padres de apellido Lobbes. Su hobby era buscar y coleccionar flechas que buscaba en sus días libres y feriados en la zona de los lagos Coluhué Huapi y Muster. Debe haber tenido un sexto sentido porque encontró muchos lugares donde los indígenas confeccionaron las flechas. Éstas están hechas de obsidia, un cristal que probablemente provenía de la Codillera.

Muchas veces tuve la suerte de acompañarlo con su Packard modelo 1930 y su dobberman pincher llamado Wanda. Pude de esa manera hacer mi propia colección que largamente excedía las 300 unidades.

 Muy pronto llegó una orden de la Shell de Londres. Despedir a todos los de nacionalidad alemana.

 Uno de ellos le vendió a mi padre el garaje de su coche con el comentario que muy pronto volvería para quitárselo porque en ese momento él sería el que daría las órdenes.

Después nos enteramos que había muchísima actividad de la quinta columna (espías) en toda esa zona. Un empleado alemán a cargo de la carga de los buques tanques en la costa pasó gran parte de la noche del día en que fue despedido, quemando papeles en una de las calderas destinadas a calentar el petróleo para hacerlo más fluido para facilitar el bombeo en invierno.

Nuestro peluquero, el Sr. Ulm, también se tuvo que ir, aunque era anti-nazi a ultranza. Se mudó a Montecarlo, Misiones. Muchos años más tarde lo visité varias veces en esa localidad. Me contó que colaboró con Gendarmería Nacional para detectar los depósitos de armas que tenía la quinta columna allí, para el caso de tomar el poder en este país.

Muchos de los empleados holandeses fueron llamados a las filas. La mayoría integró la “Compañía del Petróleo “ una unidad con base en San Diego, EEUU. Pero esa es otra historia.

VIAJE A HOLANDA

A finales del año 1945 la Shell trasladó a mi padre a Londres. Parece que lo descubrieron como un gran organizador; durante dos años lo prepararon para ejercer un puesto clave en el departamento de ingeniería en la sede central de la Shell en Londres. Además del idioma Inglés tuvo que estudiar economía, sociología y muchas otras logías.

Abordamos un avión de la British Airways que nos llevó a Londres. Yo tenía 14 años. Mi hermana en el interín se había casado. Se radicaron en La Plata donde mi cuñado estaba terminando sus estudios de ingeniería.

Volamos en un bombardero cuatrimotor Lancaster que rudimentariamente había sido transformado en avión de pasajeros.

 Todavía tenía la torrecilla de avistamiento. Se accedía a ella levantado una silleta haciendo accionar una manivela. Una vez en la torre, se desplegaba una vista de 360 grados alrededor del avión. Pasé la mayor parte del viaje en ese lugar privilegiado.

La primera etapa era Montevideo, supongo para recoger más pasajeros. Pasamos la noche en un hotel y al día siguiente hicimos la segunda etapa hasta Recife, Brasil. Allí aterrizamos en una base construida por los norteamericanos. Había varias escuadras de cazas y cazabombarderos. Al día siguiente desayunamos en la cantina del personal militar. Varios pilotos se acercaron a nuestra mesa para conversar. Como mi madre no hablaba inglés y yo lo había aprendido muy bien en el Belgrano Day School, muy orgulloso hice de intérprete. Uno de ellos me regaló un gran cigarro. Me dijo que era para mi abuelo en Holanda, que se lo diera cuando llegue. Otro le entregó a mi mamá una bolsa con mandarinas, también para regalarlas a algún pariente en Holanda. Les aseguro que fueron bien recibidas. No habían visto mandarinas en muchos años.

Cruzamos el Atlántico y ya entrada la noche aterrizamos en Dakar. Todavía era una colonia Francesa. Nos llevaron a una especie de salón con grandes sillones y un bar. Era de noche y no había nadie salvo nosotros los pasajeros. No había mucha luz. Me fijé qué había detrás del bar y de golpe hubo un gran alboroto. Un hombre negro, presumiblemente un ayudante del bar, que estaba durmiendo en el piso, se despertó sobresaltado; estaba acurrucado en un rincón temblando como una hoja. En la semioscuridad se veía pánico en el blanco de sus ojos.

Nunca supe qué es lo había sucedido pero me dejó la impresión que ese hombre había sido maltratado.

Esperamos muchas horas antes de volver a abordar el avión. Recién en Londres nos enteramos que tuvieron que arreglar un desperfecto en la radio y que habíamos aterrizado sin previo visto bueno de la torre de control.

Nuestra próxima etapa era Lisboa. Era invierno y el tiempo había desmejorado. Nuevamente la radio del avión había dejado de funcionar (de esto también nos enteramos después). Toda la zona de Lisboa estaba cubierta de nubes. Sentado en mi silla de centinela me di cuenta que estábamos volando en grandes círculos sobre esas nubes. Hicimos muchos círculos. En ese momento no me imaginé que habíamos volado ya muchos kilómetros desde Dakar y que se nos podía estar terminando el combustible. Ahora me puedo imaginar la sensación que deben haber sufrido los pilotos.

 Quizá hicieron tantos círculos justamente para vaciar los tanques de combustible para evitar incendio en caso de aterrizaje de emergencia.

 No recuerdo cuanto tiempo seguimos dando vueltas, pero de golpe vi delante nuestro un hueco en las nubes por donde penetraba el sol. El piloto no dejó pasar la oportunidad y el avión entró en picada dentro del hueco. Casi de inmediato pude divisar el aeropuerto con sus pistas.

Aterrizamos bien.

Nos llevaron a un lujoso hotel a orillas del mar. Al bajar del taxi fuimos asediados por docenas de chicos vestidos literalmente con harapos pidiendo limosna.

No recuerdo cómo eran las habitaciones.

A la hora de la cena bajamos al comedor. Era un salón grandísimo. En la entrada contra una de las paredes había una larga y lujosa mesa puesta con vasos de cristal, flores, cubiertos de plata y vajilla tipo rococó. Estaba puesta como para 100 personas.

 En el comedor había muchos otros comensales. Nos guiaron hacia una mesa cercana a la entrada. Mientras estábamos comiendo el primer plato, comenzaron entrar personas vestidas de etiqueta, las damas con vestidos largos y los hombres todos de riguroso frack.

 En un momento dado estas personas se colocaron en dos hileras, desde la entrada del salón hacia la gran mesa. No recuerdo oír trompetas, pero un señor, también vestido de gala, entró lentamente al salón con pasos y acompasados y saludando de un lado a otro a medida que iba pasando entre la fila.

Mi padre me dijo que era el rey de España, padre del rey actual, el mismísimo al que Francisco Franco no permitía volver a su país. No recuerdo si iba acompañado por una dama pero sí me impresionó cómo la fila se iba doblando en pomposo saludo. La mesa era atendida por mozos vestidos de lacayos con pelucas blancas!. Parecía una película de la corte del siglo 18!. Mi padre también me contó que el rey tenía alquilados dos pisos enteros del hotel y varias habitaciones estaban destinadas exclusivamente para sus galgos. Vivía en Portugal en exilio con toda su corte.

 

A la mañana siguiente nos buscó un taxi para llevarnos al aeropuerto; fuimos nuevamente asediados varios minutos por la horda de chicos pidiendo monedas!.

 Mi madre lloró en todo el trayecto.

Londres era una tristeza total. Hacía bastante frío, la calefacción del hotel dejaba que desear por la escasez de combustible. Los ingleses la pasaban mal. Había escasez de alimentos, azúcar, pan, manteca, carne, cigarrillos... todo estaba severamente restringido.

Mi padre se presentó en la oficina central de la Shell y estuvo unos días muy ocupado.

Le dieron un mes de vacaciones para visitar a su familia y tuvo alguna dificultad en conseguir pasajes para Holanda.

 Me llevó al centro de Londres y abordamos uno de esos autobuses de doble piso. Casi todas las calles estaban bordeadas por altos carteles para evitar ver la destrucción. No se podía ver detrás de ellos. Desde el piso superior de autobús se veía perfectamente el resultado de los severos bombardeos que sufrió Londres a los comienzos de la guerra, y los estragos que provocaron más tarde los cohetes V1 y V2. Manzana tras manzana, completamente destruidas. En muchos lugares estaban sacando escombros para comenzar la reconstrucción.

Abordamos un pequeño avión que nos llevó a Shiphol (que significa hueco para barco).

El aeropuerto consistía en barracas construidas de chapa corrugada de forma semicircular pintadas de blanco. Todo daba una impresión rudimentaria pero no de abandono. Triste por el frío, no se veía el sol. Restos sucios de nieve. Se palpaba un ambiente oprimente.

 Nos dirigimos a la estación de Amsterdam con destino a Hengelo, una ciudad cercana a la frontera con Alemania en el este del país donde residía una hermana de mi padre. Tenían una casa grande y nos habían invitado.

El tren tardó muchísimo en llegar, tenía que hacer muchos desvíos por las precarias condiciones del material, las estaciones (que habían sido todas bombardeadas, sin excepción).  Los pocos puentes que habían quedado en condiciones, permitieron que llegáramos a destino.

 Nos habían aconsejado abrigarnos bien. Las ventanas de los vagones no tenían vidrios, estaban tapadas con tablas y en cada vagón habían instalado una pequeña salamandra alimentada con carbón para por lo menos calefaccionar un poco. Muchos de los vagones tenían señales que habían sido ametrallados.

En casa de mis tíos hacía frío, la ración semanal por persona de carbón era muy exigua.

Nos recibieron con los brazos abiertos. Me llevé muy bien con mis dos primos. Mi tío era un hombre muy jovial. Trabajaba en la oficina de una fábrica de motores diésel, la misma donde mi padre había comenzado su trabajo como tornero. También era músico. Tocaba la ocarina en la orquesta sinfónica de la ciudad. Nunca en toda mi vida encontré otra persona que tocara ese instrumento.

 Los paquetes con alimentos y ropa que mis padres les mandaron desde el armisticio fueron para ellos un gran alivio. Esos paquetes siempre llegaron, ninguno quedó por el camino. Recuerdo que hasta los vecinos se acercaron para agradecer.

Al día siguiente fuimos a la municipalidad donde debíamos presentarnos para recibir los cupones que se expedían mensualmente a cada habitante.

Para comprar cualquier cosa había que entregar el cupón correspondiente. Cigarrillos o tabaco para armar y hasta el papel para armarlos, jabón, carbón, manteca, azúcar, sal, carne. Todo estaba estrictamente racionado.

No recuerdo los gramos de cada ítem pero estaba calculado de tal manera que sólo se podía subsistir. También la ropa estaba racionada. Mi tía nos mostró una blusa de seda blanca muy linda que estaba usando debajo de un saquito. Tenía sólo la parte frontal sostenida por tres hilos con sus respectivos moños en la espalda. Los paracaidistas canadienses que liberaron esa ciudad, habían abandonado sus paracaídas en los campos. Estaban hechos de esa seda blanca.!

Mi padre, previsor, había llenado la mitad de cada una de nuestras valijas con cigarrillos. Una tarde, con tres cartones de cigarrillos en los bolsillos del sobretodo, me llevó a un lugar en la periferia de la pequeña ciudad y habló con unas personas. Esa noche en plena oscuridad y sigilosamente, descargaron de un camioncito muchas bolsas de carbón que se guardaron en el sótano. Treinta atados de cigarrillos habían sido canjeados por carbón en el mercado negro!. No sentimos más frío. En ese mercado se conseguía de todo. No por dinero sino por canje.

Gran parte de la familia de mi padre residía en un pequeño pueblito de campesinos en la provincia de Gronigen, en el norte del país, de nombre Putten. Fuimos a visitarlos.

 Ya estábamos enterados.

 Nos encontramos con un pueblo donde no había hombres. Sólo había mujeres y niños.  Eran ellas las que trabajaban en los campos, sobre todo en el cultivo de papas que siempre fue la base de alimentación de los holandeses. La historia es la siguiente:

Durante la ocupación alemana, la resistencia holandesa había perpetrado un ataque contra el gobernador alemán Zeis Inquart, en el sur del país. La emboscada no tuvo el éxito y el gobernador salvó su vida por milagro.

Cuentan que el alto mando alemán se reunió alrededor de una mesa sobre el cual habían extendido un mapa de Holanda. Uno de oficiales, con los ojos vendados, apoyó un lápiz sobre el mapa. Ese punto era Putten.

 Varios batallones de la SS rodearon el pueblo. Sacaron a todos los habitantes de sus casas y los llevaron a la plaza delante de la iglesia. Todos los masculinos de más de 14 años de edad fueron llevados a las afueras del pueblo. Las mujeres y los niños fueron encerrados en las iglesias. Los hombres tuvieron que cavar sus propias fosas y los colocaron delante de ellas. Esperaron durante muchas horas la orden de disparar.

Un tío de mi padre, con el mismo nombre y apellido pero de cerca de 90 años también fue obligado a dejar su sillón y su pipa. Parece que se cansó de esperar en la fila y simplemente salió caminando, se fue a su casa y se sentó en su silla de hamacar. No se sabe porqué lo dejaron ir. O no se dieron cuenta. Fue muy extraño. Es el único hombre que sobrevivió, todos los demás fueron ejecutados. Llegué a conocer a mi tío abuelo; murió a los 96 años. Mi padre murió a esa misma edad.

Esto no es un cuento. Verdaderamente sucedió. Es comprensible que ahora en el año 2013, si bien en forma mucho más disimulada, sigue habiendo cierto rechazo a los alemanes en  Holanda.


El relato corresponde a vivencias del autor en la década del 50. Son parte del libro Recuerdos de Misiones, inédito. Klomp tenía propiedades en Eldorado. Falleció en 2019 en Buenos Aires.

Gerardo Klomp

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