Improvisado wing izquierdo

domingo 11 de septiembre de 2022 | 6:00hs.
Improvisado wing izquierdo
Improvisado wing izquierdo

Ernesto recuperó por izquierda una pelota que parecía perdida a la salida de un córner y encaró para lanzar, de zurda, el centro para el gol del campeonato. Corrían 42 minutos del segundo tiempo y él estaba a punto de convertirse en héroe del triunfo de Atlético ante el poderoso Magallanes. Y ese gol, el que se originaría en su centro, no sería especial sólo para su humilde equipo, sino que él lo tomaba como una revancha: hace dos años tuvo que abandonar el club de sus amores ante la falta de oportunidades, y ahora Ernesto, el marcador central al que habían echado a las patadas, les iba a propinar la cachetada más grande de los últimos años.

Centro de zurda al segundo palo para que el Cabezón López hiciera lo único que sabía hacer: ganar de cabeza y mandarla al fondo de la red. Pero primero Ernesto debía superar la marca de un defensor rival, justo el 2 que estaba usurpando la camiseta que a él le correspondía usar. Y allí iba el Tractor Peralta, hermano de uno de los ídolos de Magallanes, Mario, volante por izquierda del múltiple campeón de la liga.

El rencor de Ernesto había empezado cuando le dijeron que ya no lo tendrían en cuenta, y tuvo que dejar “su” equipo, el que lo vio dar sus primeros pasos con la número 5 en los pies, el que abrigó sus ilusiones de llegar lejos, empezando con una vuelta olímpica. Vuelta olímpica que soñó dar mirando con afecto a la tribuna sur, la misma hacia la que ahora encaraba con ganas de sacarse la bronca y de gozar en la cara de todos esos imbéciles que lo putearon en los pocos partidos que llegó a jugar en Primera. Y pensar que con 17 años había jugado en el seleccionado juvenil regional.

“Milimétricamente calculado el envío con pierna cambiada”. Eso publicaría el diario al otro día. Es que Ernesto siempre decía que era un jugador muy completo, que no sólo era un férreo marcador central, que en ataque podía aportar mucho más que goles de cabeza, y ahora lo demostraría. Aunque, en realidad, su aporte esta vez también sería un gol de cabeza, pero no suyo, sino de ese número 9 que se caía a pedazos, pero que nadie discutía porque en su momento la mandó a guardar en partidos importantes.

Cuando llegó a Atlético, Ernesto sólo pensaba en acceder a una instancia como esta y taparles la boca a los dirigentes, a sus ex compañeros, por supuesto a la hinchada, pero principalmente al técnico, un ignorante que se la creía porque alguna vez dirigió en Buenos Aires, pero que la guita que cobraba nunca se la mereció.

¡Y cómo tuvo que luchar también en ese cuadrito de porquería para poder jugar! Los primeros partidos ni siquiera iba al banco, pero se rompió el lomo en los entrenamientos y la lesión de Morales le abrió la puerta para ser titular. Cumplió casi siempre, pero él estaba seguro de que podía dar mucho más.

Le iba a regalar el primer festejo grande a Atlético con ese centro que iba a tirar de zurda. Sí, de zurda, porque desde que el viejo pelotudo del técnico empezó a defender con línea de tres, a Ernesto le tocó jugar de stopper por izquierda... Topper, decía el burro del DT, como si el líbero usara otra marca de botines. Y si bien nunca se proyectó demasiado por ese sector, aprendió a rechazar bien con esa pierna y estaba seguro de que no tendría problemas para levantar la pelota al segundo palo para que el inútil de López se llenara la cabeza de gol. Seguro que el Cabezón se quedaría con la gloria a los ojos de la gente que no sabe nada de fútbol, pero los especialistas no dejarían de reconocer, en la radio y en los diarios, que el improvisado wing izquierdo fue el verdadero héroe.

Las dos radios que transmitían en vivo el partido estaban en la tribuna, ahí cerquita, pero el griterío del público no le permitía a Ernesto escuchar ni una palabra de lo que decían los relatores. Sin embargo, en el cerebro escondido dentro de su imponente cráneo, el número 6 de Atlético podía imaginar las palabras que surcaban el éter, como si sus orejas fueran realmente antenas parabólicas, tal como las cargadas que soportó toda su vida hasta que se dejó la melena. El gordo de Radio Capricornio seguro estaría diciendo: “Encara Peralta por izquierda... Cabrera cruza para cerrar la punta. Sigue Ernesto Peralta, va a levantar el centro de zurda...”.

Y ahí estaba el Tractor, ganándole en velocidad a su adversario y a punto de frenarse para acariciar con el pie izquierdo la pelota y mandarla al segundo palo, allí donde López se relamía y preparaba el salto. Ya no faltaba nada para llegar al fondo de la cancha, sólo un paso más y... ¡no, una mata de pasto! ¡La puta que lo parió!... Ernesto alcanzó a pegarle, pero mordido, la pelota no tomó efecto y se perdió por sobre el travesaño.

Poco y nada pasó en los siguientes minutos, 1 a 1 durante los noventa y a penales. En esa instancia estaba previsto que Ernesto fuera el quinto en patear, pero no hizo falta, porque dos de sus compañeros fallaron, Magallanes ganó 4 a 2 y se llevó el título por cuarto año consecutivo. El diario apenas mencionó: “Atlético tiró varios centros en el final del partido, aunque careció de precisión”. Sólo eso, ni siquiera aparecía su nombre en el comentario.

Después de una nueva vuelta olímpica del ex club de sus amores, Peralta pidió el pase y se fue a jugar a Nacional, de Teniente Díaz, el equipo del Escuadrón Militar. Allí no fue figura, pero al menos se destacó por su regularidad.

A los 29 años, luego de una fisura en el dedo de meñique, y asumido el fracaso de su carrera futbolística, Ernesto colgó los botines y se puso a trabajar como chofer de un distribuidor mayorista. Su tarea consiste en transportar bolsas de azúcar y fardos de Saborix, una gaseosa horrible pero barata que se fabrica en la zona; entre los paquetes, siempre viajan varias cajas de cigarrillos de contrabando que don Alberto, su patrón, manda traer de la frontera.

Tres veces por semana pasa por la avenida América al mando de su viejo camión De Soto, justo a un costado del estadio municipal. Mientras se acerca al cruce con la ruta, que da a la tribuna sur, Ernesto reduce la velocidad, mira hacia el campo de juego y se imagina al número 6 de Atlético desbordando por izquierda y levantando, de zurda, el centro para el gol del campeonato.

Inédito. Bachiller reside en Posadas, es periodista.

Mariano Bachiller

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