viernes 29 de marzo de 2024
Cielo claro 22.7ºc | Posadas

Presentimiento de verano

domingo 04 de septiembre de 2022 | 6:00hs.
Presentimiento de verano

Hace calor, mucho calor a temprana hora de la mañana y el pronóstico siempre asusta hacia la siesta. Son las ocho y las camas empujan a los mal dormidos, quienes las abandonan dejando las sábanas deshechas, por las repetidas patadas insomnes. El ventilador empuja un aire caliente que entibia la habitación y ellos han dado vueltas y vueltas en busca de un poco de descanso, pero solo desnudan el colchón de sus camas. Las sábanas se acomodan en montañas desordenadas sobre el piso de mosaico rojo.

Son tres hermanos de edades escalonadas, entre ocho y trece años. Apremiados por compartir con los adultos el mate de la mañana hacen su aparición descalzos en el patio, luego de una breve estancia en el baño. Con los ojos entrecerrados por la claridad del día y todavía semidormidos , caminan disimulando los bostezos.

Enero es un mes caluroso y abruman los aromas y colores. El patio permanece perfumado desde diciembre hasta febrero gracias al enorme árbol de mango que se encuentra en medio. Algunas de sus ramas rozan el piso cargados de frutos maduros y amarillos. Otros, picoteados por los pájaros o mordisqueados por las ratas nocturnas, caen del árbol estrellándose sobre la cerámica marrón que inmediatamente son sobrevolados por las moscas. Las manchas dulzonas y pegotas perfuman y colorean el piso.

El patio es grande, con plantas de hojas verdes y algunos árboles de mango, mamón y limones. Los almácigos son tupidos con una enorme variedad de hojas y flores que rodean un enorme árbol, cuya copa, protege a la familia de los meses muy cálidos del verano misionero.

La madre y la visita, esa mañana, han iniciado muy temprano el ritual del mate. Son las vacaciones de verano y aunque se hubiera podido dormir por más tiempo, el calor no lo ha permitido. Esa mañana no es la excepción, no sólo por el calor, sino por lo que se avecinaría. Es temprano, no pasan de las ocho de la mañana y los más pequeños, remoloneando todavía, se recuestan en las silletas abandonadas en el patio desde la velada de la noche anterior.

El barrio es tranquilo. Todavía abundan enormes terrenos con patios arbolados. Allí se reúnen los chiquillos a jugar en horas de la siesta. Un horario de complicidad que se aprovecha cuando los grandes caen adormecidos por el calor luego del almuerzo. Indistintamente niños y niñas se convocan en los baldíos deshabitados que todavía existen aunque las amenazas de construcción ya se hacen ver en algunos de ellos.

La rutina barrial pocas veces es interrumpida por algún hecho que lo altere; salvo el de ese día. Todos se conocen y hasta las visitas son presentadas a los vecinos quienes dan la bienvenida. Así había sido cuando llegó el tío de los chicos de edades en escaleras. La cuadra estaba habituada a su regreso cada año y siempre era bien recibido.

Es el hermano de la madre y pasa todos los veranos en la tierra colorada. Vive en Buenos Aires y su visita es el mejor regalo para los chicos durante las vacaciones. Gran contador de historias que insiste en haberlas vivido y que los amigos de sus sobrinos también las disfrutan. La complicidad del tío empieza a la hora de la siesta llena de historias acompañadas de tereré con cocú, agua con mucho hielo o bien limonada que prepara él mismo. Jamás se les ocurre a su auditorio dudar de la verosimilitud de sus narraciones. De ser necesario se levanta de su silleta para imitar algún gesto o exagerar el parlamento de sus personajes. Siempre va acompañado de su equipo de música en el que sintoniza alguna radio con programas siesteros de chamamé. La música litoraleña es de su preferencia pues vivió en Posadas cuando el Festival del Litoral estuvo en su mayor apogeo.Y aunque a su auditorio juvenil el chamamé llorón no le gusta, lo toleran por el tío fanático.

Ya son cerca de las nueve y los remolones mal dormidos, han sido incluídos en la ronda de mate lavado acompañado de la chipa de almidón recién horneada. Don Vicente, como cada mañana en su recorrida, se acerca al portón y con un grito familiar para sus clientes, anuncia que trae su preciado manjar. ¡Chipas, chipas calentitas. Chipas recién salidas del horno! – grita el hombre. Sólo levantar el mantel con que las cubre en el canasto para sentir el aroma que inunda los sentidos y empezar a saborearlas.

Como sucede en los tradicionales barrios, la solidaridad abunda entre los vecinos. Por supuesto, están aquellos con quienes se tiene mayor afinidad y se comparten las celebraciones importantes, y luego, los otros. Entre todos ello está Mary, la vecina de hijos con cabellos dorados, viven en frente. Es ama de casa y tiene tres niños. El menor de ellos empieza a caminar y se parece a un osezno. Es rollizo, de enormes ojos celestes y cabellos casi blancos. Tiene el encanto propio de su temprana edad y su mirada es dulce y apacible. Parece un ángel. Lo dicen todos. Cada tarde cruza la calle de la mano de su madre al patio arbolado de los vecinos. Allí asegura sus primeros pasos bajo la mirada de los mayores mientras Mary toma un descanso junto a la vecina.

Esa mañana amenaza con ser muy calurosa, quizá más de lo habitual. Mientras la familia del patio vecino disfruta casi el fin de la mateada debajo de la copa del árbol, una vez más, entretenidos con alguna anécdota del tío, Lidia de súbito cambia la expresión de su rostro. Sus ojos se llenan de lágrimas, sin razón aparente, mientras se aprieta el pecho. Todo parece indicar que está atravesando por un ataque de pánico. Intenta hablar pero solo logra emitir algunos sonidos apenas perceptibles Su madre se acerca con pasos parsimoniosos, ya ha visto estos episodios otras veces.

– Algo va a pasar, algo va a pasar- repite Lidia, ahora de manera clara. La angustia no ha desaparecido de sus rostro de trece años. Se pasa la mano por la frente y se enjuga las lágrimas que empiezan a asomarse.

-Hija, no me asustes otra vez. – Dice la madre - Seguro tuviste alguna pesadilla anoche.

La joven se encuentra hiperventilando. Su tío se levanta de la silleta, asustado al ver por primera vez este episodio.

-¿Esto le pasa seguido?- pregunta a su hermana. Y ésta hace un gesto con su cabeza diciendo por lo bajo –no le demos importancia. Ya le va a pasar.

Pasan pocos minutos entre este episodio y el siguiente. Mary, la vecina de hijos con cabellos dorados baja las escaleras de su departamento a los gritos. El cuadro es escalofriante. Todavía en camisón con los pelos revueltos y los ojos desorbitados lleva en brazos a Gabriel, su osezno de ojos color cielo.

-¡Por favor ayuda!- grita Mary una y otra vez. Los vecinos salen a sus veredas, a la calle, se acercan a Mary y Gabriel. La vecina del patio arbolado, el tío contador de historias y los tres niños recién levantados, todos ellos asisten al horrible espectáculo.

Mary detiene un auto y sin necesidad de hablar exhibe a su pequeño. Gabriel se ha tirado encima una olla con arroz hirviendo. Su piel blanca está en carne viva. El conductor la asiste con ayuda de otro vecino. El auto sale disparando por las calles polvorientas del barrio tranquilo.

Lidia está abrazada a sus dos hermanos menores. Sólo llora sin poder explicar ese cúmulo de sensaciones por las que ha atravesado sin poder poner en palabras. Pasarán los años para poder explicarlo porque ese episodio fue inolvidable. La angustia la fue oprimiendo hasta dejarla sin aire, sin voz, sin fuerzas. Como una enorme serpiente enroscada a punto de tragarla. Sí, así lo recuerda.


Inédito. La autora es licenciada en Educación, docente. Reside en Oberá

Hilce Liliana Díaz

¿Que opinión tenés sobre esta nota?


Me gusta 0%
No me gusta 0%
Me da tristeza 0%
Me da alegría 0%
Me da bronca 0%
Te puede interesar
Ultimas noticias