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Dudas de un difunto

domingo 04 de septiembre de 2022 | 6:00hs.
Dudas de un difunto

Me desperté en un féretro, depositado como cadáver y en condiciones de ser enterrado o cremado. Apretujado en su interior entre maderos lustrados y colchas refinadas, recordé el violento accidente que protagonicé manejando el Mercedes Benz por la autopista. Se me cruzó un rottweiler. Sí, un perro de esos grandes, caros y peligrosos. Ahora a mi alrededor, una procesión de ilustres visitantes corean sus pésames y me obsequian coronas de flores. Escucho voces y a un torbellino de cuervos regurgitando miserias humanas. ¿O en realidad escucho míseros humanos regurgitando como un torbellino de cuervos? La verdad no lo sé…

Aturdido de llantos, trato de husmear los detalles del funeral. ¡Mi funeral! Despedida nostálgica a un verdadero millonario de doble apellido francés y cotizada herencia. Con respetuoso silencio, observo detenidamente mi “elegance”. En segundos me doy cuenta que la palabra extranjera no fue traducida correctamente. Visto un traje decrépito, vetusto y raído que, bien rememoro, lo usaba el marido alcohólico de una de mis domésticas ¿Y mis Christian Dior de seda? ¿Y mis Mr. Porter? ¿Y mis Burberry Classic? ¿Quién se los llevó? La verdad, no lo sé…

Me marcho de este páramo terrenal con lo puesto que, por cierto, huele a chorizo ahumado y caña de importación canoera.

Desconcertado, examino mis brazos. Lucen como escuálidos bambúes: sin relojes, sin pulseras y anillos de oro. El despojo se hizo presente en plenitud. Ni en los aeropuertos de Corea del Norte me han quitado tantas cosas. ¡Chantas! ¡Canallas! Ni siquiera se han tomado el trabajo de limar mis uñas o humectarme las manos para sostener el estilo metrosexual que marcó tendencia entre mis iguales por décadas. ¿Quiénes verdaderamente lamentan esta partida sin pensar en la posesión de mis huérfanos acervos patrimoniales? ¿Qué frontera salvaje cruzamos al expirar? ¿Qué misterios se me revelarán ahora que soy osamenta? La verdad, no lo sé…

San la muerte se ríe a carcajadas de mi desgracia. Me brinda una frívola bienvenida, frota sus huesos rancios y me golpea gozosamente con su guadaña. Ebrio, invita una ronda más de tragos. Pero hoy estoy de luto.

¡Mi luto! Y carezco de ánimo para socializar. Ya soy un difunto y tengo que vivir como tal. ¡Ja, ja, ja! ¡Qué ironía! “Vivir como un difunto”. Pero si estoy muerto ¿Por qué hablo de vida? ¿O tal vez el alma vive y el cuerpo muere? ¿O el alma muere y el cuerpo renace? La verdad, no lo sé…

La ciencia nunca fue mi vocación. Toda mi vida no hice más que acumular riquezas en los mercados de capitales apostando sistemáticamente a la inmaculada “timba financiera”. Estafa para algunos, prosperidad para otros.

El péndulo se mece y en alguno de los extremos transitan los vivientes, cargando vanidades, presumiendo cantidades, erigiendo idolatrías o pidiendo limosnas aferrados a la esperanza. ¿Es la esperanza lo último que pierden los mortales? ¿O ellos se pierden en una pobre esperanza? La verdad no lo sé…

Lo que sí sé es que, irreversiblemente, afortunados y carentes terminamos recostados en este lecho de madera. Ayer, vivo, fui millonario. Y hoy, muerto, me siento miserable. ¿O acaso vivo fui un millonario miserable? La verdad, no lo sé…


Inédito. Rodríguez tiene publicado 
Cuentos con Esencia Misionera y Poemas con Esencia Misionera.

Marcelo Rodríguez

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