La delicadeza de un hada alivió la carga

domingo 04 de septiembre de 2022 | 6:00hs.
La delicadeza de un hada alivió la carga
La delicadeza de un hada alivió la carga

Tomó las tres carpetas que reposaban sobre el asiento del acompañante, las acomodó debajo de su brazo izquierdo; hizo lo mismo con los dos libros que tendría que leer antes del viernes para la causa del incendio del depósito fiscal. Agarró el maletín marrón -a medio cerrar- lleno de documentos que asomaban desde cada compartimiento y se lo colgó en la muñeca del mismo brazo izquierdo. Guardó la funda con los lentes de leer en un bolsillo del saco; retiró las gafas de sol del estuche y se las puso a modo de vincha sobre la frente, introdujo el empaque de las mismas en otro bolsillo. Aseguró la mochila roja con ropa deportiva para el partido de pádel de la tarde en el hombro derecho y tiró las llaves de la casa adentro. Todavía faltaba encontrar lugar para el enorme sobre con cintas grabadas, fotografías, radiografías, etc., etc., etc.

Abrió la puerta del auto y con el pie izquierdo la empujó para ampliar el espacio y poder salir sin que se desorganice todo lo que minuciosamente estaba acomodando, a modo de estantería, sobre su humanidad. “¡Por fin, creo que tengo todo!”, pensó mientras la primera gota de transpiración recorría sus sienes hasta el cuello de la camisa -blanca, planchada a la perfección por Mercedes, la ayudante de la casa-. “¡Dios mío, qué calor…!, tan temprano, y estoy empapado” -comenzó a sufrir incómodo-. Miró el espejo retrovisor y vio que de una percha colgaban –enfundadas- una camisa de repuesto y una de sus corbatas preferidas. Aflojó el ceño en señal de alivio, en hora y media comenzaría la reunión, y sentirse desprolijo le provocaba un tremendo nerviosismo. En ese microsegundo movió la cabeza y se dijo: “¡Qué geniaaa la Merce!, ¡cómo me conoce! Tengo taaanto que agradecerle a esa mujer”.

Bajó del auto. Sacó la camisa del perchero ubicado en la parte trasera y con el codo cerro la abertura; regresó a la parte delantera del auto y con una patadita suave empujó la puerta que, al impactar con el sistema de cierre automático, levanto los vidrios y trabó el vehículo asegurándolo para que no se volviera a abrir hasta el nuevo clic del sistema.

_ ¡Noo, nooo!, ¿peeero qué hice?, -gritó enfebrecido.

Las llaves de la oficina y del coche habían quedado adentro. Miró a su alrededor, el estacionamiento del edificio estaba vacío, la mayoría de las oficinas comenzaban a trabajar a las ocho de la mañana. Se sentía un tarado. Giró sobre el último paso con el pie derecho –a modo de cábala- y apoyó su entusiasmo malogrado, su impotencia, su poco descanso y el silencio de la cinco y cincuenta y cinco de la mañana sobre el capot mientras, entre dientes murmuraba: “modernísimo auto del carajo”.

El grito de furia de Manuel -en la cochera- se escuchó desde la cocina del primer piso del edificio. Mariana, asustada, soltó el saquito de café adentro de la taza, se asomó a la ventana que daba al garaje y vio a su jefe envuelto en frustración en medio del embrollo que de lejos se percibía.

Bajó las escaleras, entró al escritorio del letrado, abrió el cajón y sacó la llave de repuesto del auto, pasó por el cuartito almacén, tomó la cesta plástica con rueditas que utilizaba para las compras de librería o supermercado y fue hasta la cochera a socorrerlo.

Manuel, que no dejaba de mirar la entrada del edificio esperando un milagro y casi a punto de soltar su trabajo, su conocimiento, su tiempo, sus horas sin sueño, su esmero y todo lo distribuido con minuciosidad sobre sí mismo; cerró un segundo los ojos y en ese instante creyó soñar que se abría la puerta. Sintió pasos que se acercaban, escuchó el deslizamiento de rueditas sobre el cemento del garaje y escuchó:

_¡Buenos días, señor!, ¿me permite que lo ayude? Manuel permaneció inmóvil; Mariana apenas sonrió -aunque por dentro se desarmaba en carcajadas ante la escena del jurista desencajado-. Volvió a repetir:

_Permítame que lo ayude, señor.

De a poco, con la delicadeza de un hada fue aliviando la carga y la preocupación del jefe afligido.

_¡Mariana, que temprano viniste!

_ Siempre al mismo horario, señor, cinco y cuarenta y cinco am, -respondió la secretaria.

_ Me parece que no te voy a dejar jubilar. ¿Quién me salvaría si vos no estás?

_ Bueno, bueno que para eso faltan unos cuantos años más. No se preocupe, ya lo tengo organizado; olvídese del tema, yo lo ayudo a buscar un reemplazo cuando sea necesario. Por ahora, puede desearme feliz día de la secretaria.

_ Te das cuenta de que soy un jodido…, felicidades. No sabía que había un día de la secretaría.

_ Sí, se celebra hoy, 4 de septiembre. Existen dos versiones de la historia que dio origen a la celebración; las dos muy cautivantes, después le comparto el link, si le interesa.

_ ¡Ajá!, sí, claro, me gustaría leerlo. Decime, Mariana, ¿alguna vez te hice un regalo?

Mariana hizo una mueca de sonrisa y contestó:

_No, señor, nunca. Pero sí me ocupé de que Mercedes –la maestra del planchado- todos los años reciba uno en su nombre y el de su señora.

_ Qué bárbaro, Mariana, disculpanos, ¿cómo solucionamos semejante olvido?

_ Mmm, qué le parece si me regala un libro de poesías para descansar el alma y ablandar la mente después de un año de temas tediosos.


La autora reside en Posadas. En 2019 presentó Testigo, libro de poemas ilustrado por el artista Bernardo F. Neumann. En el mismo año, la poesía Y´ syry, ¡y´pokatu! (Arroyo, agua milagrosa) fue incluida en Antología Misionera. En 2021 presentó -en cuatro idiomas- su 2° libro “Noche de luna sin luna”.

María Elena Zuza

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