El Perseguidor

domingo 04 de septiembre de 2022 | 6:00hs.
El Perseguidor
El Perseguidor

De niño tenía la costumbre de soñar muy de seguido. Recuerdo en especial un sueño, que luego con el tiempo pasé a llamar; “el perseguidor”. Se tornaban un suplicio aquellas horas previas a las de irme a la cama por las noches, eran momentos terribles para mí. Se repetía el mismo sueño, y con bastante frecuencia. Por las noches aparecía de negro, implacable y con el sólo hecho de verlo, alteraba mi pobre voluntad, era el visitarme con al que nunca quería encontrar. Se presentaba indefectiblemente a través de las tinieblas de mi cognición. Cuando apenas lograba conciliar el sueño, regresaba el siniestro personaje. Era terrible; no dejaba de atormentar mí existencia. Desagradable situación, la que vivía y lo hacía con mucha angustia. Un pequeño niño atrapado en su infinita inocencia, acosado por las noches por aquel protagonista siniestro.

Desconozco el motivo de tan desagradable pesadilla, pero era capaz de poner en vilo todas mis percepciones. Yo desconocía si era debido a la sucesión del mismo sueño, o por el sueño en sí mismo. Esta historia fue repitiéndose por meses, luego cesaba y cuando ya me había olvidado de ella, reaparecía nuevamente en una noche cualquiera, y comenzaba a fastidiar mi espíritu. Cuando comentaba esta pesadilla con mis padres, ellos lo admitían como algo natural, pero en realidad ignoraban el daño que producía el perseguidor en mí. Seguramente pensaban que eran inquietudes pasajeras, propias de mi corta edad y con el correr de los días debían diluirse, desaparecer, mientras insistían que debía cenar liviano, para que dejara de ocurrirme esa desagradable sensación de pánico y angustia.

La acción comenzaba apenas lograba dormirme. Por lo menos así lo entendía luego al recordarlo. De la nada aparecía un señor con sobretodo negro, alto, con barba y manos huesudas, mirada perturbadora, gritando barbaridades. Amenazaba con querer matarme mientras comenzaba a perseguirme. El hombre tendría unos cincuenta años según la apariencia física que podía develar desde el sueño, pero jamás pude descubrir su identidad. La persecución siempre se producía dentro de la casa, esta era antigua y con habitaciones inmensas, grandes ventanales y cielorraso elevado. En el mismo instante de iniciar el sueño, ya me encontraba corriendo. Corría impulsado con todas mis fuerzas y con mi voluntad alterada. No debía caer en las garras del hombre de negro, por eso mi actitud era activa y enérgica, al tiempo proveía de gran velocidad a mis flacuchas piernas, siempre adelante de ese señor. Obviamente mi pequeña edad, sumada a mi agilidad y destreza me suministraban de mayor rapidez y mejores reflejos de los que podría desarrollar el victimario.

Esa realidad de minutos, era una eternidad. Ni ahora, luego de años de aquel acontecimiento, logro entender el grado de desesperación que habría tenido en aquellas circunstancias. Corría adelante de aquel monstruo, con mi alma perturbada, hasta llegar a la sala en donde se encontraba la mesa grande. Era inmensa y rodeada de sillas, allí se desarrollaba la acción. Debido al desenfrenado terror y desesperación, sólo atinaba a dar miles de vueltas alrededor de la misma y él, con su mano alzada y huesuda, empuñando un enorme cuchillo amenazaba con clavármelo. Corría hacia mí, como una colosal bola de odio y terror, es lógico, como en todos los sueños, la imagen era patética, pero no lograba alcanzarme. Las piernas tenían el poder y la fuerza de la juventud para alejarme, y segundos antes de que me alcanzara a traspasar con su cuchillo, en ese preciso momento, me despertaba.

Así ocurrían aquellas noches. Fue durante un largo tiempo que me ha perseguido esa maldita pesadilla. A todo esto, cuando tenía conciencia de que era un sueño, cuando despertaba de aquella fantasía nocturna, mis cabellos y la almohada muchas veces se encontraban mojados, y mi corazón latía fuertemente, tanto que parecía estallar en mi pecho, hasta que lograba tomar consciencia de la realidad de la penosa situación. Recién allí me tranquilizaba, suspiraba aliviado. Al fin al cabo era sólo un sueño.

Otras veces, las sábanas de la cama y el almohadón estaban en el suelo, como fehaciente prueba de que arriba de la cama se habían producido movimientos violentos, consecuencia de la lucha intensa desarrollada.

No hace mucho, en ocasión de haber estado en la ciudad donde viví mi infancia, tuve contacto con otra historia increíble. Despertó mi interés de inmediato y quise conocerla. En este caso, la protagonista pasó a ser la relatora de la historia, seguramente sabiendo que me interesaba este tipo de ficciones. Cuando llegué una tarde a la casa de Ana, a la que todos conocemos por Chiquita, me contó con lujo de detalles cómo ella había luchado para no caer en las fauces de la muerte, por una horrorosa enfermedad que había padecido.

Luego de largo tiempo de aquel hecho, eran otros momentos, cuando todavía la vida de este mundo transitaba en comunión con su amada tierra.

En un determinado momento, se suscitó un drama bastante delicado, que comenzaría a vivirlo con angustia y desesperación, incluyendo sin querer en su infortunio a su propia familia. Yo, a la Chiquita, la había conocido cuando era apenas un joven, en esos tiempos tan lindos de la niñez. En aquella época seguro mi existencia habría estado rodeada de fantasías e inmerso en grandes aventuras, dominando mis mayores desvelos, producidos e influidos por la generosa imaginación que cultiva un niño.

Ella había enfermado gravemente. Pasaron largos meses de sufrimiento, y ya desahuciada, se encontraba desconsolada y próxima a entregar su alma, incluso teniendo consciencia que sus familiares también comenzaban a resignarse, de un inmediato desenlace final. El convencimiento de las escasas posibilidades que la amada Chiquita pudiera seguir con vida, era una evidencia que se inundaba de certeza, además teniendo en cuenta la confirmación de los médicos. La fatalidad era inminente.

Un día que recuerda muy bien, comenzó a experimentar al principio levemente, luego a darle forma a una poderosa convicción de dar batalla a la enfermedad. Finalmente, había pasado a ser un volcán en erupción desde su interior más profundo, dando por hecho que debería sobreponerse. Debía penetrar en su consciencia, a su esencia íntima, palpitando y hurgando bien profundo en su memoria. Comenzó a recordar lo que su abuela le decía cuando era niña: “Nunca debes dejar de soñar”. A pesar del escaso aliento vital que aún disponía, se propuso firmemente a sortear la fulera situación por la que atravesaba. No obstante, lo primero era adquirir fe. Fe inquebrantable, y tomar decisiones valientes que impulsaran con vehemencia a la positividad de su espíritu. Esto consistía en fijar una meta precisa: la cura de su enfermedad. No debía distraerse en otro menester que no fuera el de soñar cosas agradables, ya que esto provocaría en su organismo la liberación de sustancias endógenas de bienestar, pero a su vez, para lograr sanidad, debía estar receptiva y adquirir plenamente esa carga sanadora.

Chiquita había ejercido desde muy joven técnicas para soñar. Las leyó en su momento con mucha pasión, anotando en un cuaderno gloria con espirales, cada uno de sus pasos. En ese momento apenas si los recordaba. Una sobrina le trajo el cuaderno, y se lo leía por las noches. Su mente fue memorizando los pasos, pero lo que recordaba siempre, era el último paso; la eliminación de los feos o malos pensamientos. Conocedora de estas prácticas, exhortaba a exigirse para desarrollar el sistema. Si se despertaba del sueño, debía volver a dormir, y era necesario retener el sueño que se había tenido.

Es probable que la mente se disemine, se vaya de un lado hacia el otro de ese mundo onírico, pero hay que saber traer de vuelta al objeto de nuestro sueño. Se debe fijar la atención hasta quedarse dormido. La meditación es fundamental para traer nuevamente la mente al momento presente, y mantener la estructura de ese sueño; al despertar, seguramente lo recordaremos, —me decía.

Se propuso soñar sobre lo bueno que había hecho en sus años de vida plena y feliz. Entonces, lo increíble comenzó a suceder. Paulatinamente su enfermedad fue remitiendo, día a día notaba como la salud volvía a su cuerpo. Se estaba produciendo un verdadero milagro, y era el producto de esa férrea voluntad de soñar. A medida que pasaba el tiempo se aferraba cada vez más a la vida, de forma tal que su voluntad se dispusiera a cumplir con aquello que alguna vez había deseado hacer, pero por una cosa u otra, no había concretado.

Como estudiosa del tema del sueño, siguió relatándome cuestiones que yo desconocía totalmente, por ejemplo; que existen eventos que distraen la consciencia, que aparecen atropelladas ideas que se recogen de algún rincón de la memoria, e influyen o sorprenden con una respuesta que surge de nuestra personalidad, como asegurar que estar dormidos o despiertos es una cuestión circunstancial de espacio temporal del momento. —Siguió diciéndome…

Me inclino a pensar que el hombre, por lo general, es capaz de tejer en el transcurso de su vida, una infinidad de sueños, y detrás de cada uno de ellos, esa capacidad de soñar, simplemente para evitar el riesgo de hundirse en la locura. La imaginación tiene parte en esta historia, porque a través de ella se manifiesta, y con mayor frecuencia de la que uno puede creer. Un cúmulo de emociones y sentimientos, capaces de traspasar el ámbito cognitivo de la realidad. La capacidad de soñar es una acción maravillosa de la que goza el ser humano.

Chiquita sigue soñando. ¡Vive...! Es feliz, pero necesita comunicar ese amor a la vida a todos aquellos que quieran escucharla. Lo logra transmitiendo su extraordinaria experiencia, en especial a personas desahuciadas, aquellas que están en una situación similar a la que ella había padecido en otro momento. El sistema resulta, y la prueba es lo que expone con su caso particular. Vean quienes quieran comprobar, que ella es producto de los sueños. Los sueños curan.

Obviamente que le manifesté la pesadilla del perseguidor que me había tenido a maltraer durante aquellos tiempos de mi niñez. Ella sólo atinó a reírse, mientras me decía: Cómo no haberlo sabido, yo te hubiera ayudado a desterrarlo de tu vida. Ella, era capaz de anular aquellos malos sueños, pensamientos nefastos y pesadillas desagradables.


Cuento perteneciente al Libro “Nunca más será hoy”, ternado en los Arandú 2020-2021. Giordano es autor además de los libros A tientas y letras, Descarne y Relatos inconexos

Heraldo Giordano

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