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Pinceladas de historia

El mariscador del Iberá

domingo 28 de agosto de 2022 | 6:00hs.
El mariscador del Iberá

En reiteradas oportunidades nos hemos referido en esta columna al poblador mestizo del litoral rioplatense como un heredero de la cultura guaraní, de la cual conserva muchas huellas que se manifiestan en conductas atávicas, muy impregnadas en su cotidianeidad y de las que no puede prescindir.

La cultura guaraní era una cultura hídrica por excelencia. Es impensable relacionar al guaraní sin un estrecho contacto con el agua. Ríos, arroyos, esteros, han formado milenariamente parte de su vida. Su migración desde las tierras amazónicas hasta el litoral fluvial de la cuenca platina, según los principales antropólogos que estudian esta cultura se realizó transportándose en canoas durante siglos, a través de los ríos y sus tributarios.

Por ello, el poblador de toda la región de esteros y lagunas del enorme espejo de agua del Iberá ha estado en contacto con este hábitat desde siempre. Y ello implica también las típicas conductas de ese contacto entre el medio y el hombre. Hay una estrecha relación entre el hombre y su espacio, que de algún modo se lo apropia.

El estero es el espacio que constituye el soporte geográfico del poblador de la zona. Es el espacio que frecuenta y que lo identifica a este hombre ubicándolo como elemento indisoluble de ese paisaje. Y ese paisaje, desde un planteo ecológico, constituye un macrosistema escasamente modificado por el hombre.

“Es un sistema incontaminado por las actividades antrópicas lo que permite el mantenimiento de una rica biodiversidad y una alta calidad de sus recursos naturales”, según un informe que realizara décadas atrás la Universidad del Salvador.

Y este macrosistema guarda en su fauna el principal elemento que ha gestado un modo de vida en el hombre que vive en la zona de los esteros pues le ha brindado el principal sustento de vida a generaciones de habitantes de la zona iberana.

El esteral le ha proveído desde hace cientos de años a los mariscadores, como se denomina a los cazadores del Iberá, animales como el lobito de río, la nutria, el yacaré, ciervo de los pantanos, carpincho o garza blanca, que han brindado no sólo la carne para su sustento familiar, sino también sus cueros y plumas, cuyo valor ha sido mas o menos importante de acuerdo a las diferentes épocas.

Un trabajo de un antropólogo correntino, Mario Bortoluzzi, sobre el mariscador de la zona del Iberá, da cuenta de la importancia que tuvieron las plumas de diferentes aves de estas partes en los tiempos de la Belle Epoque francesa. Indica allí que las más prestigiosas damas de la alcurnia parisienne usaban sombreros con plumas naturales de garzas de los esteros correntinos.

El término mariscador tiene su origen español (“pescar mariscos”), pero se lo utiliza generalmente para referirse al cazador de los esteros, en especial a aquellos con grandes extensiones de lagunas, como el Iberá. Los muchos viajeros que recorrieron estos espacios en sus tiempos de poblamiento inicial ya se referían a estos cazadores iberanos como “mariscadores”. Y el término quedó incorporado al lenguaje popular.

Sin embargo, en la región del Iberá no diferencian la actividad pesquera de la caza. Ambas actividades se desarrollan conjuntamente. Por eso llaman mariscar por igual a cazar o pescar.

En Mburucuyá, localidad del espacio iberano, hace algunos años tuvimos la oportunidad de entrevistar a dos mariscadores, de diferente condición social. Uno de ellos lucraba con esa actividad, pues como avezado comerciante sabía vender muy bien lo que cazaba y esa actividad lo posicionaba muy bien en la sociedad mburucuyana. No actuaban intermediarios en su negocio. El otro, mariscador como único oficio, hijo y nieto de mariscadores, simplemente sobrevivía con esa actividad y se percibía una clara explotación por parte de quienes le compraban su mercadería.

Casos como los narrados en los tiempos actuales prácticamente ya no existen, pues, como es sabido, se ha creado una reserva oficial donde este tipo de actividades están absolutamente prohibidas por la ley para protección de la fauna de los esteros.

Indica Bortoluzzi que, por lo general, en la canoa marisquera se transportaban dos o tres personas, “el que lleva el botador (pértiga con la que se impulsa el mariscador), que va atrás, el popero, que lleva la fija y la chuza (elementos para recoger lo cazado) y, si hay un tercero, se ubica en el medio y es quien lleva la linterna en las cazas (que por lo general son nocturnas)”.

La organización de una mariscada implicaba ciertos resguardos y organización. Este oficio de mariscar ha sido una tradición de muchísimos años que ha inspirado a poetas y músicos del folklore regional que han grabado su presencia en la memoria colectiva del hombre de esta región.

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