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El viaje final

domingo 28 de agosto de 2022 | 6:00hs.
El viaje final

Navegar contra la corriente requería el doble de esfuerzo para una tortuga longeva y voluminosa, aun así ella continuaba su viaje lo más cerca de la costa que podía. Ahí las corrientes eran más benévolas y podía alimentarse de los diversos frutos que caían de los árboles costeros, como así también hacer una pausa para descansar en alguna playa solitaria.

Hacía más de cien años que no estaba tanto tiempo en el agua y el ejercicio constante la estaba agotando más de la cuenta, se entretenía con los recuerdos de su vida mientras avanzaba, lentamente, kilómetro tras kilómetro sin darse cuenta.

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Había nacido cerca de Madagascar y tras romper el cascarón, corrió a gran velocidad hasta alcanzar el océano Índico. Pasó sus primeros años tranquilamente entre islas y aguas abiertas, alimentándose y creciendo junto a su gran familia. Era feliz, se sentía libre y nada podría predecir las cosas que le sucederían en su larga vida.

Un día se desató una tormenta como nunca había visto. Las olas gigantescas la arrastraban de un lado a otro. Duró muchos días y las corrientes la alejaron cientos de kilómetros, apartándola de todo lo conocido. Cuando amainó ya no sabía dónde estaba. El mar frente a sus ojos era infinito.

De pronto vio algo flotando en las cercanías, algo que se movía de una extraña manera. Nadó lentamente hacia eso que llamó su atención y vio que se trataba de un ser con brazos y piernas muy largos luchando con el oleaje. Jamás había visto un ser humano, por lo que creyó que se trataba de una especie rara que vivía mar adentro.

La humana, al verla, se dirigió hacia ella y se sostuvo de su caparazón. Ambas flotaron por mucho tiempo hasta que a lo lejos, un bote salvavidas lleno de otros seres parecidos a la que transportaba, se les acercó y la ayudaron a subir. La tortuga los miró intrigada y los siguió por largo rato, hasta que sus caminos se separaron.

Años más tarde supo que esas personas eran transportadas en un barco que se hundió con la tormenta y ella fue la heroína que ayudó a esa mujer a sobrevivir hasta su rescate.

Pasaron los días y los meses hasta que una tarde lluviosa, a fines de diciembre, se encontraba nadando pacíficamente cuando de pronto quedó atrapada entre un montón de hilos casi invisibles. A su lado había peces de toda clase luchando por liberarse y enredándose cada vez más. De pronto los hilos se tensaron y comenzaron a subir y subir, salieron del agua, se elevaron por el aire hasta que descendieron lentamente sobre un barco. Ahí también había muchos seres parecidos a los que había visto antes, con brazos y piernas largas que se movían sobre una base firme en lugar de nadar y emitían sonidos extraños para comunicarse.

Se acercaron al montículo en movimiento y la miraron curiosos, jamás habían capturado una tortuga de semejante tamaño. La liberaron de los hilos –que más tarde supo que se llama red- y comenzó a caminar por la cubierta, estirando su larguísimo cuello en busca de la libertad. Pero el capitán decidió no devolverla al mar como acostumbraban y la retuvo en el barco hasta llegar a la costa. Una vez allí, fueron necesarios 8 marineros para levantarla y ponerla sobre la carrocería de la camioneta del capitán. Éste la llevó directamente al zoológico de Buenos Aires, donde su joven hermano llamado Pedro era encargado de los animales acuáticos.

Al llegar, Pedro se encontraba preparando un almuerzo que compartiría con un amigo escritor, ya que ese día era su cumpleaños. La dejaron en los jardines, cerca de una pequeña laguna y se marcharon. Más tarde llegó un hombre de larga barba con dos pequeños niños. Éstos enloquecieron al ver a la enorme tortuga en el jardín y comenzaron a jugar a su alrededor. La tortuga quedó fascinada con esos pequeños humanos y los dejó subir a su lomo, paseándolos por todo el lugar. El hombre de larga barba la miraba con insistencia. Ella se acercó lentamente y lo miró a los ojos.

Se preguntaba tantas cosas y no hallaba respuesta. De pronto el hombre se arrodilló y le habló muy bajito:

- Perdón por lo que te han hecho. Los humanos solemos hacer cosas muy tristes, y tenerte presa en este lugar es una de ellas.

Sorprendida por entender sus palabras, preguntó:

- ¿Usted puede entender lo que pienso?

- Estoy tan sorprendido como vos –respondió- Nunca me pasó algo semejante…

Y así fue como iniciaron larguísimas charlas, a las que luego se sumó Pedro, porque también lograba “escuchar” lo que la tortuga pensaba. Ella preguntaba sobre los humanos y ellos respondían. Luego ellos preguntaban sobre el mundo marino y ella les contaba sus aventuras.

Su inteligencia y capacidad para comunicarse le dieron una ventaja especial sobre las demás tortugas del lugar, por lo que le permitieron caminar libremente en vez de estar encerrada.

Desde que llegó decidieron llamarla Horacio en honor al escritor, ya que había llegado al zoológico justo el día de su cumpleaños. Años más tarde del honorable bautismo se descubrió que Horacio ponía huevos cada tanto, por lo que cambiaron su nombre y desde entonces pasó a llamarse Horacelia.

Una tarde le contó a su amigo Horacio la historia de la mujer a la que había salvado y éste le pidió permiso para escribir un cuento sobre esa hermosa aventura.

De ahí que su fama comenzó a crecer y todos los visitantes del zoológico la reconocían como a una heroína.

Pasó el tiempo y Horacio ya no vino más. Años más tarde también Pedro dejó de venir. Decían que uno murió y el otro se jubiló. Desde entonces no volvió a comunicarse con otro humano. Su tristeza fue en aumento año tras año. El zoológico se convirtió en Ecoparque y la mayoría de sus habitantes animales fueron reubicados, menos Horacelia que seguía caminando cada vez más lento por los jardines.

Se aproximaba el otoño del año 2020 y de pronto la ciudad entera quedó en silencio. Ya no había visitantes en el lugar. Los pocos cuidadores que quedaban caminaban apurados con los rostros tapados por barbijos blancos y las manos cubiertas con guantes. Horacelia los miraba sin entender qué sucedía. Escuchó la palabra Pandemia muchas veces, también Covid y Virus. Algo realmente extraño sucedía.

Una mañana, aprovechando la ausencia de humanos, caminó hacia las puertas del Ecoparque y tomó la avenida Sarmiento. Sabía perfectamente que por esa avenida se llegaba al Río de la Plata. No podía creer que estuviera completamente vacía. Ningún auto, taxi, colectivo o humano transitaba el lugar, otrora bullicioso y congestionado. Caminó y caminó, sentía cada vez más cerca el aroma a grandes aguas y la adrenalina la embargaba. Superó varios escollos, pero logró su cometido: frente a sus ojos estaba el Club de Pescadores de Buenos Aires y más allá, la inmensidad del Río de la Plata.

Se sumergió lentamente y comenzó su viaje soñado.

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Transcurrieron un par de meses hasta que una mañana encontró una muralla gigantesca que le impedía avanzar. Nadie le había contado que el río había sido apresado por muros de cemento. Esto no estaba en sus planes. Durante días y días estuvo dando vueltas buscando la manera de superar semejante obstáculo.

Ya perdía las esperanzas cuando vio un barco acercándose cada vez más a la muralla. Bajó la velocidad y se introdujo en un espacio extraño que no había visto en las inspecciones anteriores. Decidió seguirlo y se quedó a unos pocos metros para ver cómo superaba la muralla. De pronto una enorme compuerta comenzó a moverse entre ella y el barco. Nadó lo más rápido que pudo y se quedó junto a la nave. La compuerta terminó de cerrarse, quedaron sumergidos en un inmenso pozo de cemento que lentamente comenzó a llenarse de agua y fueron acercándose a la superficie hasta que prácticamente estuvieron a la altura de los grandes muros que ella veía desde abajo. Otra compuerta se abrió, el barco encendió sus motores y se puso en movimiento lentamente para salir de ese encierro. Horacelia, impresionada por la experiencia, siguió al barco para ver qué había afuera.

Se encontró con un río anchísimo, casi como el Río de la Plata, pero con muchos árboles a ambos lados. El paisaje había cambiado repentinamente y se preguntaba si no era ésa la selva de la que tanto hablaba Horacio.

Siguió su viaje, pero tenía que detenerse cada vez más seguido a descansar. Ya le quedaban pocas fuerzas y aún no lograba ver en el horizonte el enorme Peñón, tan bien descripto por su amigo que sentía que ya lo había visto antes.

Pasó frente a una gran ciudad silenciosa, como estaba Buenos Aires a su partida. ¿Será que todavía sucedía eso que tanto mencionaban en el zoológico?

Estamos en Pandemia, decían… ¿De qué se trataría eso que había logrado mantener encerrado a todo el mundo? Ya no importaba. Lo bueno era que la ausencia de personas permitió que pudiera huir de su larguísimo cautiverio.

Ya no tenía fuerzas para seguir. Sentía que su caparazón pesaba cada vez más y le costaba mantenerse a flote. Encontró una pequeña playa de arena y se arrastró como pudo hasta debajo de unos arbustos. Era el fin. No lograría cumplir su sueño, pero al menos moriría intentándolo y en libertad. Cerró los ojos y se entregó al sueño final.

Un ruido la despertó días después. No sabía si estaba muerta o aún seguía con vida. Giró la cabeza y observó un enorme barco arenero que pasaba río abajo.

Volvió a cerrar los ojos y lo vio: su amigo Horacio remaba en un pequeño bote y le hacía señas, río arriba, mostrándole un enorme peñasco. De pronto sintió que la sangre volvía a correr por sus venas y una energía extraña la invadía. Regresó al río y continuó viaje. Sería el último intento. Ya no quedaba tiempo y sabía que pronto todo acabaría.

Cuando caía la tarde lo vio. Allá lejos estaba el enorme y majestuoso Peñón Reina Victoria. Ya casi había llegado.

Las patas apenas se movían pero dentro del caparazón un corazón enorme comenzaba a inyectarle fuerzas para hacer el último tramo. Pasó lentamente frente al Peñón que tanto había soñado conocer. Siguió unos kilómetros más y divisó a lo lejos el lugar de la cita. Tras una pequeña curva, vio la enorme gruta en el barranco de Osununú. Había llegado al fin.

La gruta había sido inundada al haber subido drásticamente la cota del río Paraná por la construcción de la represa de Yacyretá, pero en el fondo aún quedaba una pequeña porción de tierra y piedras.

Con las últimas fuerzas accedió a la cueva y ahí estaban Horacio y Pedro esperándola con los brazos abiertos.

Se abrazaron largamente.

No hicieron falta las palabras.

Sólo sentir la enorme felicidad de volver a estar juntos, y esta vez para siempre.

Jenny Wasiuk

Wasiuk nació en Campo Grande, Misiones. Escribe poesía y cuento. Fue co-fundadora del grupo literario Misioletras e integró la comisión directiva de la Sadem en varias ocasiones. Tiene publicado libros personales con sus obras y ha ganado varios premios y distinciones a nivel provincial y nacional.

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