Factura barata

domingo 21 de agosto de 2022 | 6:00hs.
Factura barata
Factura barata

Nunca consideré mi adicción por las harinas como un hábito peligroso, supongo que porque lo que se percibe como un vicio masivo, suele minimizarse. Pasa lo mismo con el cigarrillo y el alcohol. En mi caso, no hay nada que me guste más que la combinación harina, huevos, manteca, azúcar, crema pastelera, frutas, ricota, dulce de membrillo y dulce de leche. He probado todo tipo de facturas y me han permitido vivir diferentes sensaciones. Mi deseo de catadora me llevó a generarle a mi cuerpo un gran daño consumiendo masas mal cocinadas que caían dentro de mí como una molotov hecha de engrudo y fuego. En varias ocasiones el falso hojaldrado de un sacramento se ha quedado en mi paladar y tuve que ayudarme con mi dedo índice para despegarlo. Lo peor del caso es que pese a que mi cuerpo me advertía que eso no era algo digerible, yo lo volvía a mi boca para que sea masticado, degustado y finalmente digerido. Admito que así funciona, a veces hay que obligarse a tragar lo que sabes que no te va a hacer bien. De todos modos, siempre me pregunto ¿Con qué necesidad me expongo a ese maltrato? Sin embargo, acá estoy sufriendo el dolor producido por esa combinación de manteca, azúcar y harina.

Vos sabías de mi debilidad por las facturas y por eso, la primera vez que viniste a casa me trajiste media docena en una cajita de cartón topísima. Bajé la escalera y ahí estabas sujetando las facturas por esa manijita pequeñita esquivando el moño. Ahora que lo pienso, vos te parecías bastante a la presentación de aquel packaging. Camisa planchada, zapatos limpios, perfume y el cabello aún húmedo. Apenas pude comer una factura porque, lo sabrías posteriormente, cuando estoy contenta se me va el hambre. Pudiste ver mi cara disfrutando de una masa hojaldrada que crujía entre mis dientes y me obligaba a usar la otra mano de bandeja. Había cierta sensualidad en morder, desarmar y tratar de contener ese preciado manjar. No iba a dejar que se redujera a migajas. Intenté disimular mi sensación de felicidad, pero no lo logré. Lo estaba disfrutando y lo notaste. De hecho, me lo dijiste después. Vos hiciste la comparación y luego yo tuve que pensar, en varias ocasiones, en aquellas exquisiteces para simular mi alegría. No creo que te hayas dado cuenta.

Quizás deba ser así, administrarse el placer para no caer en la rutina o la gula. En definitiva, las facturas que compartimos luego de aquel encuentro siempre me dejaron una fea sensación. Nunca se parecieron. Odio admitir que mi cabeza las comparaba todo el tiempo hasta que un día, decidí abstenerme de algo que tanto me gustaba y alejar definitivamente a esos masacotes de mi paladar. Lo que sucedió inmediatamente fue lo contrario a lo que pensé que le pasaría a mi cuerpo. Creí que me sentiría liviana, menos ansiosa y hasta consideré que me reconciliaría conmigo. Sin embargo, lo que experimenté fue lo contrario. Comencé a sentirme cansada, los dolores de cabeza me generaban náuseas y solo quería dormir. Necesitaba limpiarme. Tuve que sufrir varios días hasta descubrir que lo que necesitaba era desintoxicarme de vos.

No iba a fingir más que me gustaba esa pesada combinación de ingredientes, ni iba a seguir mintiendo que te necesitaba. Mi cuerpo ya no la toleraba o mi cuerpo ya no te toleraba más. Fue un proceso lento. Solo me entenderán quienes lo hayan experimentado. Vos habías cambiado y yo no quería acostumbrarme a esa nueva versión. El sacramento de dulce de leche se había transformado en una patada karateca a la boca de mi estomago. Duele, pero tuve que hacerlo. Me olvidé de las palmeritas, los vigilantes y las medias lunas. Necesitaba extrañar y volver a sorprenderme con el aroma de la crema o de tu perfume. Creo que el exceso nos hizo mal. El mimo se tornó manipulación y la dulzura parecía cubrir las imperfecciones, pero hasta el maquillaje mejor logrado alguna vez se desvanece. Como el revoque sobre una pared húmeda, vi tus migajas desparramarse frente a mí. No quiero lo que sobra, no necesito tu lastima. Algo se ocultaba detrás de todo ese aspecto. Te veías tentador, pero solo era parte de una mentira. Una foto linda que se desintegra cuando la miras de cerca. Tu dulzura comenzó a caerme pesada. ¿Me puedo empachar de vos? ¿Me cansé de lo que más me gustaba? ¿En qué momento tu persona se volvió un vicio? ¿Cuándo se detecta que lo que te gusta se transformó en un dolor insoportable?

Entonces te lo dije: Sos una factura barata.

Noelia Albrecht

Inédito. Albrecht es profesora de lengua y literatura. Nació en Presidencia Roque Sáenz Peña, Chaco y actualmente vive en Posadas. Publicó: “Lo que escribí mientras no me mirabas”, parte del Plan Nacional de Lectura, y “Sueño de perro”.

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