Una invitación a ordenar el mundo a partir del juego y la magia

Bullicio infantil, sala a pleno en la Mandové, expectativa en este estreno. Hasta que en escena aparecen de casco amarillo y mameluco rojo, colores furiosamente atractivos, dos agentes del orden. Una misión compleja y bastante difícil los convoca. Una misión que haría morir de miedo hasta el más valiente. Una misión para la cual hay que estar muy preparado y entrenado. Una misión que no es para cualquiera o como decimos por acá, no apta para “amarillentos”.

Los seleccionados para tal épica que consiste en ordenar la habitación de dos niñas, que se podría decir que son un poco, pero sólo un poco, no vayan a creer lo contrario, como decirlo? Hmm... a ver: ¿desordenadas? Bueno, por el momento dejemos esa palabra. Poner orden en la habitación de dos niñas desordenadas, de eso se trata la titánica tarea.

También hubo momentos para el dibujo y la libre expresión. Fotos: Marcelo Rodríguez

Dos expertos en ordenar suben al escenario para jugar y cantar. Mientras lo hacen, sus reflexiones hacen pensar al público, quizás por eso de que el juego es cosa seria. Y cuando se juega, se juega, tal como cuando los adultos asumen responsabilidades.

La habitación en la cual transcurre la obra, es un universo donde los objetos se esconden como si tuvieran alma y vida propia, se alejan cuando se los busca. Se escabullen, pudiendo desaparecer sin dejar rastros y aparecer nuevamente sin previo aviso.

En ese territorio se adentran los ordenadores. Uno de ellos es Bernardo, a cargo de la misión, con la experiencia, con la sapiencia que dan los años, con criterio formado, ordenado. Él sabe cómo proceder, tiene aprendido el manual. Él sabe. Su coequiper, Azulina, no tanto.

Entonces,  emprenden con ardor y ganas. Coordinando sus tareas, aferrándose a los procedimientos, los dos. Bueno, no tanto, porque quien secunda al rígido y estructurado líder que sabe cómo son las cosas y qué hacer, es un poco más lírica, plástica, libre, espontánea, pero no menos entusiasta y responsable. Son dos formas de hacer diferentes que se van complementando para llevar a buen puerto la misión.

La obra se desarrolla en ordenar el cuarto de una niña.

La dirección está a cargo de Paula Parodi, quien también da vida a uno de los personajes, Bernardo, es impecable. Parodi se siente a sus anchas sobre las tablas, resuelve cada imprevisto con naturalidad, incorpora las intervenciones espontáneas de los espectadores y las hace parte de la obra, dejando constancia, una vez más, que ese tipo de personajes parecieran haberse inspirado en ella. La secunda Dañela Lo Ge en ese contrapunto que ambas interpretan como si fuesen una pieza de relojería, sin lugar ni espacios para la duda.

El texto de Laura Abián lleno de magia y fantasía, cual pentagrama que interpretan las actrices, se mete en el mundo de los niños apelando a veces a los lugares y frases conocidas, sobre todo las dichas por los adultos, para llevarlas a otro lugar. La autora plantea desde un lugar lúdico la relación de las palabras y las situaciones, se dirige al terreno de la ilusión.

Apela al niño interior de los que acompañan a los pequeños recordando la importancia de jugar, porque jugar es ordenar al mundo de otra manera, ya que lo dado no siempre fue o que las cosas pueden ser de otra manera. Y todo desde el mágico pensamiento porque qué adulto no ha elaborado teorías conspirativas sobre el misterio de la desaparición de medias en el trayecto del canasto de ropas al lavarropas.

Cuarenta y cinco minutos que atrapan al público (todo público) llevándolos a un lugar súper conocido y transitado, pero con dos personajes que cambian la ecuación cotidiana. 

La próxima función de ‘Ordenadores’ será el 28 de agosto, a las 16, en la Sala Tempo.