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La culpa es de la lapicera

domingo 14 de agosto de 2022 | 4:00hs.
La culpa es de la lapicera
Imagen ilustrativa.
Imagen ilustrativa.

Los hechos están demostrando que el presidente argentino puede ser el Jefe del Estado, pero no el Jefe del Gobierno, que es uno de los presupuestos de todo parlamentarismo, especialmente diseñados para las monarquías constitucionales que hoy rigen en la mitad de los países más industrializados del mundo. En esos países el Jefe del Estado es el monarca y el Jefe del Gobierno es el Primer Ministro. Les ponen nombres distintos, pero las funciones son las mismas o muy parecidas. En los presidencialismos, en cambio, el Jefe del Estado es el Jefe del Gobierno, como en los Estados Unidos y en toda nuestra América, donde copiamos a los gringos solo porque entonces estaba de moda y sin preguntarnos mucho si era lo que nos convenía.

El sistema francés es el más presidencialista de los parlamentarismos republicanos. En Francia casi nadie sabe quién es la Primera Ministra, Élisabeth Borne. El Alemania, en cambio, se conoce al Canciller, Olaf Scholz, que está a cargo del gobierno después de los doce años de Angela Merkel, pero pocos saben que el Presidente se llama Frank-Walter Steinmeier. En las monarquías constitucionales, como Bélgica o España, conocemos a Jefes de Estado más por su glamour que por lo relacionado con el poder. Son algo más que un símbolo, como el escudo o la bandera, pero no vaya a creer que el presidente de Italia o el de Austria tienen más injerencia que esos reyes en los asuntos del poder de sus propios países.

Para averiguar si estamos ante un presidencialismo o un parlamentarismo se puede usar una imagen que impuso la vicepresidenta con una expresión y una herramienta un poco antigua: la lapicera, instrumento de escribir posterior a la pluma y anterior al bolígrafo. Bastaría con preguntarse en cada caso quién tiene la lapicera, ya que cuando Cristina Fernández habla de la lapicera se refiere a quien tiene el poder de decisión, reflejado en la firma de los decretos, los nombramientos, los pactos, las renuncias... y los cheques.

En los parlamentarismos el que tiene la lapicera es el Jefe del Gobierno, aunque se reserva su uso al Jefe del Estado en casos de acefalía; es su función principal después de la representativa o simbólica: mandar en los cortos períodos en los que no hay Jefe del Gobierno, pero con el único fin de que se vuelva a instalar un gobierno, elegido por el pueblo o por el parlamento. Lógicamente estos mecanismos del poder dependen mucho de las personas que lo ostentan y de su carácter o estilo.

En la Constitución de 1994 la Argentina estableció una especie de Primer Ministro: el Jefe de Gabinete, que permite tanto un presidente débil –o vago– que deja el gobierno en manos de ese superministro; o uno con carácter fuerte, mandón, que usa al Jefe de Gabinete de secretario para hacerle los mandados.

Sergio Massa quería la Jefatura de Gabinete, con lapicera incluida, pero se quedó apenas con el Ministerio de Economía. El Jefe de Gabinete, que iba a gobernar, tampoco tiene la lapicera porque está en el bolsillo del saco del presidente. La vicepresidenta, que tampoco la tiene, le pide al presidente que la use de una vez. Y el que tiene la lapicera no tiene ganas de usarla, pero mientras, se va fagocitando uno por uno a todos lo que se acercan con la intención de sacarle la lapicera del bolsillo.

La culpa es del presidencialismo, que es un sistema para presidentes que usan la lapicera. No funciona con presidentes débiles, pero cuando se comprueba  esa debilidad, ya es tarde. En cambio, con el sistema parlamentario otro gallo cantaría.

 

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