Quique: ”¿Tené’ platita?”

lunes 08 de agosto de 2022 | 6:00hs.

La vieja terminal de ómnibus, o colectivos, enclavada en el cruce de las avenidas Mitre y Uruguay, de Posadas, era muy pintoresca, se nutrió de historias, anécdotas y sucesos. Como en la calle Santa Fe de la ciudad de la furia se encuentra La Casa de Misiones, con cierto tono de libertad podríamos afirmar que la vieja terminal era “la casa del interior” en la capital de la provincia. Los de tierra adentro esperaban con ansiedad la llegada o la partida del colectivo que los trasladaba a destino. El tiempo de espera podría ser extenso y sujeto a las inclemencias del tiempo, pero la gente se bancaba el viento, la lluvia y también el frío.

Para viajar se podía comprar los tickets en boletería o abonarlos al guarda en la unidad de transporte; mientras tanto, el incesante ingreso y egreso de los móviles y la mirada atenta si no era el que uno estaba esperando. Juntamente a ello, el espectáculo multicolor de las personas que esperaban y de las que a diario frecuentaban ‘la parada’, como solía denominarse al lugar.

Aparecía el diariero, los vendedores de chipa, bollos y otros alimentos que por su bajo costo eran adquiridos por los pasajeros. Los personajes permanentes que eran conocidos por todos. Uno de ellos, llamado con el apodo de Quique, se movilizaba con dos muletas.

Quique era corpulento, desaliñado, con pies grandes y una voz ronca que decía “¿tené’ platita?”. La gente no siempre le daba, porque creían que el pedía para otra persona, eso lo contrariaba y presentaba humores cambiantes que iban de la impotencia a la bronca.

Los chicos de la calle a veces lo tomaban de punto y lo invitaban a boxear, él se prendía, pero nunca buscaba lastimar a un niño pese que podía hacerlo porque tenía las manos grandes. Era como un juego o entretenimiento o un desahogo de tanta impotencia. Un mediodía se cruzó con un tipo semialcoholizado que lo desafió:

-¿Así que vos sos boxeador?

–¡Sí, soy! -le respondió Quique.

-Quiero ver si sos bueno, entonces -agregó el hombre.

Al acercársele, nuestro personaje soltó las muletas y le metió una mano que lo derribó; enardecido, se levantó y se fue con todo sobre la humanidad de Quique, que se sujetó en una columna para no caerse. La gente grito enardecida para evitar que sea lastimado. Por suerte un valiente policía copó la parada y le advirtió al sujeto que si intentaba agredir al muchacho indefenso lo iba a llevar preso. El hombre se contuvo y el público respiró aliviado.

Era común encontrarlo con frecuencia con su latiguillo ‘¿tené’ platita?’, a veces sonreía solo o murmuraba con bronca, como que estuviese enojado con él mismo.

No podemos afirmarlo de un modo categórico, pero quizás Quique padecía acromegalia, esa enfermedad incurable que produce un crecimiento anormal en las manos, en los pies, en la cara, mandíbula y ojos y un considerable deterioro en las áreas psicoemocionales, perturbaciones en la memoria, adopción de estrategia equivocadas en la toma de decisiones, modificaciones en la ansiedad o síntomas depresivos. Esa enfermedad suele ocasionar diabetes e hipertensión arterial y disminución de 15 años en la esperanza de vida.

Si esto fuera así, su final sería muy triste, los constantes cambios en sus estados anímicos parecieran corresponder a ese cuadro clínico. La terminal, entonces, era su vida. Con todas las limitaciones, aunque fuese poco algo de contención allí hallaba.

La terminal fue quedando chica, los ómnibus de gran porte tenían dificultad para maniobrar en ese espacio reducido, la gente entendía eso, pero se resistía a un traslado distante que la obligaría a realizar otros gastos para llegar al centro.

El avance de la cantidad de medios de transporte tornó inevitable el cambio de sitio y se trasladó finalmente a Santa Catalina y avenida Quaranta, con mayor espacio y salidas de los micros que cubrían trayectos de larga distancia. La gente se resistió en principio, pero finalmente aceptó que el progreso trae aparejados muchos cambios.

No se sabe a ciencia cierta si Quique apareció por la nueva terminal, creemos que no, tal vez por desconocimiento o por un acto de protesta de haberse quedado sin ese lugar que era su cobijo diario, donde se sentía cómodo. Tal vez sus recurrentes problemas de salud le impidieron acercarse.

Con el traslado se perdió parte de la historia misma de la ciudad. Ese ruido constante se convirtió en silencio, para luego ser reemplazado por un espacio cultural; y nos quedamos pensando que fue de Quique que siempre venía.

Quizás el no estaba pidiendo dinero cuando decía ‘¿tené’ platita?’ estaba pidiendo cariño, que le hacía falta, y mucho.

Por Ramón Claudio Chávez
Ex juez federal

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