El profesor de Literatura

“Asomaba a sus ojos una lágrima y a mi labio una frase de perdón; habló el orgullo y se enjugó su llanto y la frase en mis labios expiró.
domingo 31 de julio de 2022 | 6:00hs.
El profesor de Literatura
El profesor de Literatura

Eduardo se paseaba nervioso por la plaza. Varias veces se preguntó si lo que estaba haciendo no era una locura. Se sentó en uno de los bancos, aún faltaba media hora para la cita, por lo que recordar cómo había llegado hasta allí, fue una buena excusa para hacer pasar el tiempo.

Hacía poco había comenzado a trabajar de profesor de Literatura de los dos últimos años de la única escuela secundaria del lugar. Amaba la poesía y trataba de transmitirla a sus alumnos. Había ganado las horas por concurso y se trasladaba de lunes a miércoles desde su pueblo natal para cumplir con el dictado de las cátedras y para ello alquilaba el cuarto de una pensión. A pesar de sus cuarenta años estaba solo.

Desde el inicio había sentido una atracción especial por Claudia, una alumna de sexto año, especialmente luego de conocer su apellido. A ella le costaba la materia y él la ayudaba más de lo normal, hasta le había agregado un punto a su nota para que aprobara el primer trimestre. Claudia vivía junto a su madre y se daba cuenta del trato especial que le brindaba el profesor, hasta llegó a pensar que el “jovato”, como le decía, estaba enamorado de ella. Por eso no se sorprendió cuando esa mañana él la invitó para tener una charlar en la plaza. Esa tarde, antes de ir a clase de Educación Física le contó a su madre y que como era un profesor bueno iría, pero prometía contarle todo lo que hablasen. Además, la tranquilizó pues en la plaza, a esa hora, hay mucha gente y ante cualquier duda gritaría.

Faltaba poco para las tres de la tarde, la hora convenida. De lejos lo vio sentado en un banco cerca del centro de la plaza. Fue acercándose lentamente, mirando de reojo a la gente que estaba en el lugar.

 - ¡Hola! - Le dijo con un aire de seguridad, sentándose en la parte vacía del banco.

 - Hola Claudia ¿Cómo estás? No temas, seré breve. Quiero contarte lo que me llevó a invitarte a venir hasta aquí. No quería hablarte en la escuela, solo escucha y discúlpame el atrevimiento. 

Claudia no entendía nada y sentía un poco de vergüenza por estar hablando con una persona mayor a pesar de ser el profesor un tipo bastante apuesto.  Eduardo continuó:

 - Cuando era joven, en un pueblo lejos de aquí, me enamoré de una chica de tu edad, muy parecida a ti.  Íbamos a la misma escuela y al mismo curso… y hacíamos miles de planes, se llamaba Estela… Estela Rodríguez.

- Igual que mi mamá. – Expresó Claudia.

- Nos amamos mucho hasta que un día me contó que había quedado embarazada y ese fue el principio del fin. Sus padres se enfurecieron y la llevaron… - y no pudo continuar hablando.

Dos policías se acercaron por atrás y se abalanzaron sobre él, le colocaron las esposas y a los empujones lo llevaron hasta al patrullero.

- ¿Estás bien hija? - Claudia sorprendida miraba como llevaban detenido al profesor.

- ¡Mamá! No estaba haciendo nada malo, simplemente me contaba una historia de su juventud.

- ¡Es un corrupto! - agregó la mamá. -No tenía por qué citarte aquí. ¿Y de qué te hablaba si se puede saber?

Ella se sentó nuevamente en el banco y mirándolo a los ojos le dijo:

- Mamá: me estaba contando que cuando tenía mi edad, se había enamorado de una compañera, Estela Rodríguez. Sí, igual que tu nombre.  Me dijo que se amaban mucho y que ella quedó embarazada. Al enterarse los padres se enojaron mucho… luego llegaron ustedes y no pudo contarme el final. 

La madre no pudo expresar ninguna palabra, se sentó, inclinó su cabeza y se puso a llorar ante los ojos de su hija. Luego la miró, la abrazó y con voz entrecortada le preguntó:

- ¿Él se llama Eduardo?

- Sí mamá… ¿Cómo lo sabes?

Iba a seguir hablando, pero calló al ver llegar a un policía para pedirle que se acerque a la comisaría a firmar la denuncia. Cuando lo vio, maltratado y esposado en una de las dependencias policiales, corrió a abrazarlo y mirándolo a los ojos le dijo:

- ¿Por qué no me dijiste que estabas aquí? 

- Lo iba a hacer el día que entregaron los boletines del primer trimestre y no viniste - Le contestó con mucha vergüenza. 

Ella se apoyó sobre su pecho y se quedó un rato en esa posición ante los ojos de su hija y del personal policial. El comisario miraba atónito la escena. En un momento carraspeó para llamar la atención y le habló a la mujer. 

- Aquí está la denuncia contra el “sujeto” … ¿La va a firmar?

Se dio vuelta con sus ojos llenos de lágrimas y con voz entrecortada contestó:

- Fue una terrible confusión… el Señor es el padre de mi hija. Por favor anule la denuncia.

Claudia, emocionada, se abrazó a su madre.

Luego de los trámites administrativos, Eduardo fue liberado. La tarde agonizaba y las sombras de la noche envolvían el lugar. Mientras caminaba hacia la pensión, sentía la mirada inquisidora de la gente. En un pueblo pequeño todos sabrían de la detención del profesor. Apenas llegó, comenzó a guardar sus pocas cosas en la valija. Lo había decidido, renunciaría al trabajo en la escuela y se iría.

Luego se puso a escribir, primero la renuncia a las horas de cátedras que dictaba, atendiendo a su vergonzosa actitud y después a Claudia y su madre. En ella les contaba su vida y lo que sufrió cuando se separaron. También, de la emoción que sintió el primer día de clases al ver a Claudia, tan parecida a Estela cuando eran novios y que desde ese mismo momento pensó que podría ser su hija. Unos días después había solicitado su legajo para obtener datos y se encontró con la verdad, por ello había actuado así, que ese día en la plaza quería hacerle saber a Claudia que él era su padre y le pidió disculpas por el mal momento pasado. Durante la noche no pudo dormir, se avergonzaba de lo vivido y las imágenes de la tarde se repetían una y otra vez en su mente.

Por la mañana, muy temprano, tomó la valija y después de pagar el alquiler se dirigió a la escuela para despedirse de los colegas, contarles la verdad y entregar su renuncia. La rectora intentó disuadirlo, pero entendió su posición, la gente del lugar ya lo había juzgado y sería muy difícil limpiar su nombre. Le contó que habló con la madre de Claudia y gracias a ella supo toda la verdad, por lo que no haría ninguna presentación a las autoridades educativas. Eduardo le pasó la mano y antes de irse le pidió que le entregue la carta a Claudia cuando ésta llegase a la escuela. Luego se marchó lentamente, el ómnibus que lo llevaría a su pueblo pasaba al mediodía y aún faltaba mucho tiempo, así que compró un diario y se sentó en el bar de la terminal a tomar un café. No veía la hora de irse de ese lugar.

Luego de la larga espera, minutos antes de las doce, el colectivo se detuvo en la dársena. Tomó la valija y se encaminó hacia él. Estaba por ascender cuando escuchó un grito:

- ¡Papaaá! -Era Claudia, que con su guardapolvo blanco corría hacia él.

- ¡No te vayas! La Rectora me contó que renunciaste y me entregó tu carta… por favor quédate. Anoche mamá me contó toda la historia… te necesito. - le dijo mientras lo abrazaba llorando.

- No tengo nada que hacer aquí, cometí un gran error como profesor y me tengo que ir. Te vendré a visitar.

- ¡Quédate con nosotras!

Iba a decir que no, que ya tenía el pasaje, que había entregado la habitación que alquilaba, pero no pudo llegar a hablar. Desde atrás escucho una voz que le decía:

- ¿No pensás hacer algo por esta niña? ¿Querés volver a repetir la historia de hace casi veinte años, cuando no luchaste por ella?

Sintió la bofetada en el alma. Bajó la mirada y escucho la voz del chofer:

- Señor: tenemos que partir… por favor ascienda al colectivo.

Eduardo miró a Claudia, se dio vuelta y se dirigió al chofer:

- Vaya nomás…iré en el próximo viaje.

Mientras el vehículo se movía, Claudia se abrazaba a su padre y lo llenaba de besos. Estela, emocionada, pensaba en el tiempo que había esperado ese momento, no sabía si aún lo amaba, su vida difícil le había vuelto dura y el corazón se le había marchitado. Quizás tendrían tiempo para recuperar lo perdido, pero lo más importante estaba en su hija, recuperaba a su padre que tanta falta le hizo en su crecimiento.

Y así tomados de la mano se dirigieron a la casa.  Claudia, en medio de ambos, estaba feliz. Eduardo, después de mucho tiempo sentía que su corazón latía muy fuerte, el reencuentro con su hija lo hacía feliz y a la vez lo desafiaba para un futuro en que, por ahora, no quería pensar.

Mientras caminaba junta a ellas recordaba las rimas de Bécquer, aquellas que en ese lugar ya no volvería a recitar con sus alumnos:

 

Yo voy por un camino; ella, por otro; Pero, al pensar en nuestro mutuo amor, yo digo aún: ¿Por qué callé aquel día?

Y ella dirá: ¿Por qué no lloré yo?”

Rima XXX–G.A.Bécquer


Inédito. Pereyra es docente jubilado y reside en Virasoro, Corrientes. Libros “Cuentos y relatos que dejan huellas” – Editorial “Ediciones Misioneras” y Ramos Generales: Mboyeré.

José Pereyra

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