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Metamorfosis

domingo 31 de julio de 2022 | 6:00hs.
Metamorfosis

Cuando leí la historia de la transformación de una persona en una cucaracha, contada por el escritor Franz Kafka, creí que era pura fantasía. Esta historia me la contó don Huberto, que vivía en el bajo de la vieja “fábrica de Tung”, el viejo molino de las pepitas donde se obtenía aceite para fines industriales, que luego se transformó en una laminadora. En las cercanías de esta factoría se fue rejuntando un caserío que luego devino en el barrio “La Fábrica”. Huberto fue uno de los primeros habitantes que se asentó en el lugar, después de la creciente grande del río, allá por la década del cincuenta del siglo pasado. Él mismo cuenta como clavó cuatro postes, sobre los cuales luego construyo su rancho de barro, hojas de palmeras y las consabidas láminas de terciado, refugo y deshecho de la laminadora.  Fue en aquella época en que lo visité varias veces, cuando, en los atardeceres, se sentaba sobre un taburete delante de la casa a matear. Charlábamos de la naturaleza, de los animales, de aparecidos o de las últimas noticias. Un día comenzó a contar una historia diciendo:

—Conocí a un hombre, Nicolás se llamaba, que tenía la cualidad de transformarse en un lagarto.

— ¿En un animal? ¿Cómo esos que se ven saliendo al sol, en plena siesta? -Le pregunté sorprendido.

—Sí, iguana, lagarto o teyú, en guaraní. Dice que lo había aprendido de chico, se lo había enseñado un viejo allá en la isla del río Paraná.

— ¿Don Huberto, usted me está hablando en serio o tan solo me cuenta esa historia para darme miedo, o quizás para impresionarme?

—Dice que lo tuvo que practicar muchas veces, que fue un largo aprendizaje con rígidas condiciones. —Continuó sin hacer caso de mis intervenciones— El ancestral maestro lo había elegido de entre otros niños. La elección tuvo varios pasos dentro de un periodo de tres años, desde los siete a los diez. Durante el primero, los niños tenían que aprender a diferenciar observaciones objetivas de las subjetivas. Es decir, diferenciar un hecho, describiendo las sensaciones, los sentimientos y los pensamientos que les desencadenaba la cosa. El sabio los ponía delante de un animal muerto, les pedía que lo describieran, luego que contaran lo que sentían y pensaban. En un segundo momento debían descubrir en cómo influir sobre la naturaleza, por ejemplo hacer que una bandada de pájaros levante vuelos a partir de una orden desde el pensamiento, o hacer cambiar de rumbo a una masa de aves, en vuelo, con sus pensamientos. El brujo los incitaba a apreciar la realidad intuyendo lo que podría suceder. Por ejemplo si habría de llegar alguna visita o cualquier evento que iba a suceder, lo debían decir, para luego corroborar su realización. En este primer año eran un grupo de doce niños que prontamente se fue reduciendo a seis o siete. En esta etapa debían aprender a descubrir y diferenciar huellas, luego decir a que animal pertenecían, cual es la dirección a la que se dirigían y si caminaban o corrían. También debían ubicar los puntos cardinales, tener en claro donde salía y donde se ponía el sol, aunque estuviera nublado. En las noches el maestro les enseñó a reconocer las estrellas y algunas constelaciones para que se pudieran ubicar a pesar de la oscuridad. Para ello emprendía caminatas partiendo al medio día y volviendo después de la media noche. En estas marchas uno de los ejercicios que proponía el maestro a los jóvenes aprendices era caminar de espaldas, es decir con la vista hacia atrás e intentando no desviarse del camino.

En el segundo año la observación era más profunda, debían prestar atención a los cambios en sus sentimientos, por ejemplo dilucidar lo que los alegraba y lo que los enojaba. También observar los procesos de la naturaleza. Hacer un seguimiento del nacimiento, del desarrollo y del día en que abandona su nido el pichón de algún pájaro, debiendo para ello descubrir a una pareja cuando estaba construyendo su nido. Así mismo debían observar los procesos meteorológicos, observar cambios en el aire, en el cielo, en las nubes e incluso en los animales, retener estos procesos en su mente para luego saber lo que desencadenaban cuando se volvían a repetir. Caminar de noche sin luna, sin iluminación de linternas, era una práctica común en esta parte del aprendizaje.
Casi como un juego, pero siendo fragmento del proceso educativo, hacia que los niños caminaran con los ojos cerrados para que aprendieran a caminar a ciegas.

El tercer año ya fue más riguroso, el grupo quedo reducido a tres chicos, dos varones y una niña. Estaban sometidos a duros esfuerzos realizando largas caminatas, observando el monte y la vida que se desarrollaba en él. Debieron ascender a uno de los cerros más altos de la zona y acampar allí toda una noche de invierno. Ante el fuego, preparado por el grupo de antemano, el maestro les hizo una introducción y una demostración, a lo que era la transformación de un ser humano a un animal. Casi a medianoche, con mucha parsimonia, se prendió un cigarro haciendo una gran nube alrededor suyo quedando casi escondido detrás del humo. Repentinamente el maestro había desaparecido y en el lugar donde tenía apoyados sus pies, como por un sortilegio estaba parado un zorro con su pelaje totalmente brilloso, que miraba sorprendido a los tres aprendices. El animal de un salto se escurrió entre el follaje para reaparecer transformado en una lechuza, que subrepticiamente levantó vuelo hasta posarse en una de las ramas más altas de un viejo cedro cerca del lugar. A los niños les corrió un escalofrío por la espalda cuando el gran búho chistó histéricamente para pasar a ser, en el mismo momento, un pequeño mono que comenzó a descender del árbol rama por rama. Al tocar el suelo el animal pasó a ser nuevamente el maestro, que miraba con una amplia y pícara sonrisa a los niños y, como si nada hubiera pasado, se puso a atizar el fogón agregando gruesos troncos al fuego. El silencio lo rompió la niña preguntándole como lo hacía. La contestación del maestro fue una simple frase: “Todo es una cuestión de deseos”. El grupo comentó con risas y con una sensación de alivio los distintos momentos vividos. La ternura que sintieron ante la mirada del zorro, la sorpresa y el terror ante el grito de la lechuza, las ganas de reír con las piruetas del monito mientras bajaba del viejo árbol y la sorpresa de encontrarse nuevamente ante el maestro. Después les habló de los animales, de sus características, de sus virtudes y de sus defectos, los invitó a identificarse con algún animal, mientras continuaba con la lista.

Los niños se identificaban con más de uno de los animales ya que había varias cualidades que les llamaban la atención. El maestro los incentivó a contar las sensaciones que tenían al elegir y nombrarlos animándolos a que sintieran como si fueran dicho animal. La noche transcurrió con este juego hasta que lentamente comenzaron a aparecer leves reflejos de un nuevo día en el horizonte oriental. El maestro los despidió animándolos a que en la vida cotidiana siguieran con este juego hasta encontrar algún animal con el que se sintieran completamente identificados.

Al año siguiente, es decir dentro del cuarto año, los chicos ya no fueron convocados en grupo. En sus encuentros esporádicos en la vida cotidiana del pueblo y de la escuela ninguno volvió a hablar de estas experiencias. Después de unos seis meses, más o menos, Nicolás fue convocado nuevamente por el “Gran Sabio”, como lo solían llamar. Por momentos dudó, ya que había escuchado comentarios que este hombre tenía la capacidad de matar animales y personas con el solo pensamiento, pero su apasionante experiencia en los tres años anteriores lo animaban, así que accedió a la convocatoria de la que había sido objeto. El primer ejercicio al que lo sometió el maestro fue el de descubrir y de observar a los animales con los cuales se había sentido identificado en el año anterior. Nicolás en el mientras tanto fue descubriendo a un zorzal y a un lagarto como sus animales, con los cuales se sentía reconocido. Muy temprano se levantaba y salía a los potreros y a los bordes de los montes para observar los pequeños saltos y el largo y tendido canto del pájaro marrón. En los atardeceres salía a observar a los lagartos que parsimoniosamente lo observaban a él, mientras miraba sus movimientos, sus saltos de cacería y su relentecido arrastrarse por entre los pajonales cerca del arroyo. Cada día que pasaba Nicolás se mimetizaba un poco más con los movimientos y las actitudes de sus animales observados. Se concentraba en sus meneos, en sus pequeños cambios de actitudes hasta que una tarde, justo antes de una noche de tormenta, Nicolás era un lagarto y el lagarto era Nicolás. Movió lentamente su cola y comenzó a arrastrarse por entre las piedras del arroyo. De un salto cazó una mosca y la engulló casi sin masticar. Reptó con moderación y cuidado entre las ramas caídas de los árboles, se tendió al sol para cargarse de energías y de fuerzas. Cuando la tormenta comenzó a hacer resonar los primeros truenos y ya los relámpagos largaban sus latigazos de entre las nubes Nicolás, todavía corporizado en el reptil, comenzó a buscar refugio en alguna cueva. Pero al caer el primer rayo de la tormenta, que estaba en ciernes, despertó de su transmutación y volvió a ser un ser humano derecho y bien erguido. Algo asustado por la experiencia volvió a su casa donde los padres ya lo esperaban preocupados. Habló de esta experiencia solamente con su maestro, éste le aconsejó hacer el ejercicio varias veces hasta que la experiencia de metamorfosis se volviera natural. Ya de grande pudo evitar situaciones complicadas utilizando esta artimaña. La última lección del sabio fue una larga charla sobre el porqué y para qué utilizar este artilugio ya que siempre debía pensar en el bien, para ayudar a otros.

Estimados lectores, ustedes dirán que fantaseo, al igual que el escritor checo, pero en esta tierra misionera, tan llena de sortilegios, de magia y de misterios una historia contada por alguien de mucha edad, como don Huberto, puede seguramente tener visos de verdad. Será cuestión de mirar más de cerca cuando andamos por ahí, una sombra pasajera, o lo que nos parece un pájaro pasando subrepticiamente entre las ramas o una lagartija saltando de un tronco, que al instante de prestar atención ya no están pueden ser alguna de las misteriosas transformaciones. Seres que nos parece que estaban ahí, pero al fijar los sentidos no los hallamos porque desaparecieron, son ingenio que tiene el cosmos para disfrazarse o pasar desapercibido e incluso transmutarse. Tal vez tan solo es cuestión de escuchar a nuestros mayores o mirar detenidamente a nuestro alrededor, sobre todo en las horas crepusculares, tanto a la mañana, como al atardecer. Los hechizos, los encantamientos y los embrujos tienen lugar, hay andar sigilosamente para descubrirlos. Repito aquí uno de los dichos de don Huberto “Todo es una cuestión de deseos”, vayamos entonces por la vida con los mejores deseos, porque si no corremos el peligro de que los malos también se cumplan.


Inédito. Von Hof es oriundo de Montecarlo, reside en Entre Ríos, publicó los libros De letras y tierra roja, Siesta en el río de los pájaros, De letras chicas y anotaciones al margen, entre otros.

Waldemar Oscar von Hof

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