El mandadero fiel

Ernesto ingresó al hospital Carrillo hace muchos años junto a su hermana. Ambos con diagnóstico de epilepsia, a cuyos ataques le antecedía un episodio violento según detallaba tiempo atrás su historia clínica.
Llegaron muy jóvenes y cuando el hospital funcionaba en Miguel Lanús, puesto que el funcionamiento en las actuales instalaciones por ruta 12, recién se dio en 1971. Ella estaba casada y tenía un hijo pequeño cuando fueron internados. Pasaron los años y nunca obtuvo la externación. Se intentó, siempre se insiste a las familias pero los resultados en la mayoría de las veces no son fructíferos.
Tras la muerte de su hermana, Ernesto, cuyo nombre no es real, se quedó con el cariño y las visitas, de tanto en tanto, de su sobrino. Tiene una pensión y una misión que lo mantiene ocupado entre los pabellones y la calle: es el mandadero fiel.
Lo que se necesite él sale a comprar, siempre vuelve. Es tranquilo, correcto, lee y algo entiende pero prefiere tener todos sus deberes por escrito, anotados en un papel: avisa a los internos cuando es la hora del baño o si alguien quiere alguna cosa del kiosco cercano. Su jornada diaria tiene sentido porque su mente está centrada en un proyecto de servicio al otro.
Más allá de la ternura que le inspira esta historia, la psiquiatra Marta De Simón advierte una verdad: “Ha habido casos de personas que fueron internadas y nunca más vinieron a buscarlas; esto es un hospital de rehabilitación pero hay familias que lo ven como un asilo”.
La revinculación de los pacientes crónicos con su familias es prácticamente una misión imposible.
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