Rayo en la noche

domingo 24 de julio de 2022 | 6:00hs.
Rayo en la noche
Rayo en la noche

El reloj de pared seguía haciendo ese fatídico latido en medio del silencio frío de aquella noche…

Su fastidioso y al mismo tiempo sonoro tic-tac irrumpía en aquella oscura habitación de cabaña.

Afuera la tormenta parecía no terminar jamás.

La única luz que se filtraba por la ventana era la de los relámpagos que a cada minuto irrumpían sin permitir descansar a gusto, por esa sensación de miedo que aterroriza y espanta hasta al más valiente.

Allí estaba él. A paso cansado, intentando reponerse de una tos infernal; una de esas que ante cualquier coff-coff significa un comienzo de un ataque imparable de tosidos y quejidos, seguidos de algún escupitajo, y una nueva mala palabra salida de aquella boca tan quejumbrosa del anciano.

No era habitual verlo de buen humor, es más, dicen que en el pueblo lo han visto reír una vez hace muchos años, y desde entonces jamás nadie más lo ha visto feliz. Algunos afirman que la tos incurable viene desde esa época, cuando Don Octavio fue feliz. Desde aquellos años cuando Octavio no era un anciano de mal carácter, y con ataques repentinos de tos, sino que era un joven apuesto que rompía corazones en los bailes del lugar.  

Allí estaba Don Octavio, nuevamente tosiendo y vociferando en esa pequeña habitación fría de campo, con el fuego de la estufa a punto de apagarse, y con una de las tormentas más terribles afuera.

Un suspiro reaviva el andar, y luego de agarrarse del respaldo de la silla, logra levantarse para avivar el fuego. Coloca una madera entre las brasas y aviva unas chispas con el viento de unos trapos que allí colgaban. Tose de nuevo, y otra vez más fuerte. Y no sabe si fue el humo que tragó en ese momento, o el trueno tan increíblemente extraordinario que lo asustó, pero en ese preciso instante, se toma su pecho y cae al piso hecho un ovillo con la pose de un feto en vientre materno, así acurrucado, tiembla y luego de unos segundos queda inmóvil, inerte, allí en el suelo de tablas roídas, junto a un pequeño fuego que intenta sobrevivir en la estufa herrumbrada de esa pequeña y oscura habitación.

Don Octavio yacía allí, duro y frío la mañana siguiente cuando entraron a ver por él sus nietos.

-¡Mamaaaaaaaaaá! - gritó el pequeño Juancito. Y luego entre corrida y tropiezo llega a la casa donde estaba su mamá; la hija de don Octavio quien preparaba el desayuno para Juancito y su hermanita Anna.

- ¡Mamá! El abuelo se cayó y se quedó dormido ahí en el piso -dijo con inocencia Juancito y mientras Anna había quedado con su abuelo en la cabaña que tenían para él, la mamá de ambos, corre al encuentro de su padre muerto.

Al llegar a la habitación, observa que su hija Anna le estaba tapando con una frazada, aduciéndolo por encontrarlo frío y tieso.

Los mellizos de cinco años salieron rumbo a la cocina de su casa cuando la madre les dijo que sus desayunos esperaban allí.

Rosario se arrodilla junto al cuerpo de su padre, intenta juntarle las manos y le da un beso en la frente. Atónita decide avisar al resto de la familia que su padre se había ido.

Fue un velorio corto, de apenas unas horas, y un entierro con ceremonia relativamente breve, de unos pocos allegados a la familia. Nuevamente se veía el cielo negro y tormentoso, y apenas colocaron su cruz en la sepultura recientemente hecha, y cae del cielo una bocanada de agua helada y nuevamente dejan el cementerio sin personas a la vista, cada uno refugiándose para llegar a sus respectivas casas, y no enfermarse.

Rosario y sus hijos pequeños corrieron hacia el techo de la parada de colectivos que había justo en la entrada del cementerio. Allí quedaron un rato, mientras esperaban que desalojaran el lugar, y terminen de saludar y recibir condolencias de la poquita gente que asistió a aquel funeral.

Don Octavio no fue muy amado en sus últimos años. Más bien, fue un renegado de la sociedad, “un viejo mal arriado” decían al referirse a él. Pero muy pocos pueblerinos supieron conocerlo de verdad.

Rosario apenas tenía unos pocos recuerdos felices con su padre, porque decían que la “época feliz de su vida” fue antes que ella naciera. A menudo estos comentarios hacían estragos en la estima de Rosario, quien se culpaba porque a su padre no se lo veía reír, o porque a su padre no se lo escuchaba contar anécdotas como a los demás… ella aprendió a que su padre solo tuviera una mueca en su rostro como risa, y la tos tan potente fuera el único sonido que recordaría por siempre. Los quejidos y el mal carácter. Lamentaba y lo seguiría lamentando por mucho tiempo que sus hijos no hayan tenido la oportunidad de sentir el amor de un abuelo, ya que su madre había fallecido cuando era pequeña, y sus abuelos paternos estaban muy lejos de allí, y solo los veían de tanto en tanto.

Se seca las lágrimas de dolor, de impotencia, de perdida, suspira hondo y se aferra al brazo de su esposo que allí estaba.  

Van rumbo a la casa, y de camino la tormenta se intensifica, nuevamente un rayo cae cerca de la entrada de la casa, y ese estruendo tan impresionant6emente fatal asusta a la familia; hace llorar a  los pequeños que iban sentaditos y temerosos en el asiento trasero del auto, nuevamente un trueno estalla en el sonido tenebroso de un mega trueno, y el atardecer se adelanta, se adelanta la noche, y al llegar a la casa, aunque la hora aún no era la que se suponía que estaría oscura… allí estaba acechando la noche, oscura, tormentosa nuevamente como la anterior, como la de la muerte de don Octavio.

Al llegar se abrigan, prenden la estufa, y Rosario se pone a cortar pan para una merienda previa a la cena. Al ver por la ventana de la cocina una sensación de frío inunda su ser, todos y cada uno de los bellos de su cuerpo se erizan y con un gran susto se dirige a su marido y le dice: - Hay alguien en la habitación de papá.

-No; querida. Cerramos bien la puerta, debió ser reflejo de la tormenta. _dice para tranquilizarla su marido.

-Te digo que no; mira que está la luz prendida dentro y yo la apagué antes de ir. Estoy segura. _afirmó nuevamente Rosario.

-Voy a ir a apagarla, no hay caso que se deje prendida si ya no hay nadie allí. Mañana iremos a ordenarla un poco, y vemos que hacemos con ella. _afirma el marido y sale con el paraguas en la mano rumbo a la habitación-cabaña del padre, que estaba construida separada de la casa, al estilo departamento en el patio.

Rosario lo ve dirigirse hacia lo que había sido la habitación de su padre, y nuevamente ve movimiento dentro. Abre la ventana para alertar a su marido que veía sombras allí dentro moviéndose como si habría una persona caminando allí. Y se horroriza nuevamente al sentir la mano de su marido en su hombro, pidiéndole que cierre la ventana, que entraba mucho frío.

-¡¿Pero si estás acá?! _grita espantadísima Rosario.

Al ver por la ventana nuevamente observa la luz prendida de la habitación del padre, y movimiento de una persona dentro, y al volverse hacia su marido pregunta aterrada al punto de tener alta la presión y sentir que se iría a desmayar de espanto.

-¿Quien está en la casa de papá? ¡Sigo viendo que está la luz prendida, y hay alguien que camina allí dentro!

-Tu papá. Lógicamente. ¿Quién más estaría allí a estas horas? Ven a la cama querida… no asustes a los niños… _ dijo pacíficamente su marido. Y Rosario sintió un solo segundo paz, y contención. Pero al segundo siguiente dijo: -¡Pero papá murió! ¡Lo venimos de enterrar! ¿No te acuerdas?

-¿Otra vez olvidaste las píldoras cariño? _ Le dice amorosamente mientras la guía hacia la habitación.

Rosario con susto nuevamente, nota que no era la tardecita que creía hace una hora, sino que ya era entrada la noche, sus hijos dormían, su marido estaba llevándola hacia la habitación, y lo muy pero muy extraño era que ambos estaban vestidos con piyama; ¡su papá seguía vivo! ¿Cómo era eso posible?

Nuevamente un trueno muy fuerte se oye, y ella instantáneamente “aparece” en la casa que había sido de su padre.

Parada viendo por la ventana hacia su casa, y en la cocina la escena que ella acababa de vivir…

Incapaz de comprender nada más, se autoconvenció que sería un sueño. Que si se acostaba despertaría un día feliz, y hasta una de esas sería un día lleno de luz, de alegrías y sin más tormentas que asusten, sin funerales, sin más confusión…

Se acerca a la estufa de la habitación de su padre, la enciende con unas maderas que allí encontró, y se sienta y se abriga con una manta, observando el fuego y las chispas.

Suspira hondo, luego mira a su lado, y allí yace su padre en su cama, dormido y roncando a vivo pulmón…

Ella observa un rato el fuego, y se levanta… se acerca a la ventana, ve a través del vidrio su propia habitación, y a sus hijos dormidos con su padre en la pieza de ambos…

-¡Veo a través de las paredes!_ exclamó al darse cuenta que efectivamente veía a su marido, y a los mellizos allí en su cama._ se sienta nuevamente, suspira pero el aire no parece llenarle los pulmones, siente una opresión en el pecho y la falta de aire se hace visible.

-¡Ahora entiendo todo! _ Un silencio en la noche, y retoma una especie de monólogo fantasmagórico; luego dice con voz quebrada: - Yo soy quien ha muerto.

 

Inédito. Martini reside en Puerto Rico, es abogada y docente. Ganadora (2004 y 2005) del concurso literario “los jóvenes cuentan”.

Jéssica Martini

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