El espíritu de la laguna

domingo 03 de julio de 2022 | 6:00hs.
El espíritu de la laguna
El espíritu de la laguna

L
a luna llena se derrama en miles de destellos que danzan en las tranquilas aguas de la gran laguna. El silencio de la noche solo es interrumpido por el canto de las aves nocturnas y los gritos y ruidos de los animales, dueños de ese paisaje bello y misterioso.

Alberto Cárdenas conocía como nadie a la laguna, la había recorrido mil veces de día y de noche. Pescadores y turistas lo buscaban, baqueano como ninguno de los laberínticos canales que conformaban la geografía del lugar, ello le permitía ganarse unos pesos para gastarlo en el pueblo, en algunos tragos o en la compra de pilchas nuevas. A un par de kilómetros de la laguna, tenía el rancho de tacuara y barro, bien prolijo.  Allí vivía junto a su mujer, gran compañera, de la que se enamoró en el pueblo y la trajo a vivir con él.

Apenas el sol comenzó a acercarse al horizonte, montó su caballo y rumbeó hacia la laguna. Subió a la canoa guardada entre los juncos con la intención de pescar unas tarariras y por qué no algún dorado.  Tenía ganas de comer un buen chupín o unos fritos acompañados con mandioca que preparaba tan rico la Zenobia.  Seguramente para la madrugada estaría de regreso con su carga. La luna casi llena auguraba buena pesca, los peces salen en estas noches y en pocas horas su canoa estaría llena, con seguridad.

Las horas comenzaron a pasar, pero los preciados peces no aparecían. De vez en cuando, algunos de ellos saltaban sobre el agua, muy cerca de la canoa, pero en los anzuelos no quedaba ninguno. En un momento, un resplandor iluminó la noche. Sobresaltado, no pudo determinar de dónde vino tanta luminosidad.

-              Un relámpago no puede ser -pensó-. La rodilla no le dolía, así que mal tiempo no era, ¿Alguna estrella fugaz?

Su sorpresa fue mayor cuando de pronto se hizo un silencio ensordecedor, nunca le había pasado. No quería reconocerlo, pero sintió miedo y un escalofrío le recorrió la espalda. Inmediatamente pensó en regresar. Tomó los remos y comenzó a remar muy lentamente, tratando de hacer el menor ruido posible, atento a cualquier movimiento que se pudiera producir. Sintió que no avanzaba, que por más que remara y remara, la canoa estaba como clavada en el lugar, como si algo la retuviese desde el fondo. Otra vez el miedo. Instintivamente desenvainó su cuchillo y expectante miró hacia todos lados, como esperando un ataque de no sé qué cosa.

Pero si estaba solo en el lugar. - ¿Qué podría pasarle? - Pensaba mientras transpiraba a pesar del fresco de la noche. Pasaron unos minutos y fue tranquilizándose. De la nada comenzó a soplar un fuerte viento que provocaba pequeñas olas que salpicaban agua dentro de la canoa.

Tengo que irme, se está poniendo feo. -Pensó. Pero la canoa no avanzaba.

- ¿Se habrá enganchado con las raíces de los juncos flotantes? – Intentó buscar con el remo qué le impedía avanzar, no sentía nada, hasta que golpeó contra algo sólido que llegaba justo de la parte de atrás. Metió la mano en el agua y encontró una vieja cadena, muy herrumbrada, enganchada a una saliente de la canoa. La comenzó a estirar y desde el fondo salió un largo trozo. Estiró con más fuerza y comenzó a levantar algo. Cuando estuvo en la superficie pudo ver una especie de bolsa, como si fuera de cuero, muy deteriorada que pendía de la cadena.

La bolsa parecía a punto de romperse por la acción del tiempo y del agua. Lentamente la depositó en el piso de la canoa que pareció erguirse sobre el agua, liberada de las ataduras que la mantenían anclada. De la misma se escaparon unas monedas, mucho más grandes que las conocidas y bastante oxidadas. En un momento percibió que el viento había cesado y una sorprendente paz comenzó a reinar en el lugar. Probó remar y la canoa empezó a moverse, tranquilizándolo. Quedó muy quieto un momento y mirando la luna trató de entender qué había sucedido, mientras varias preguntas le daban vueltas por la cabeza.

- ¿Cómo llegó la bolsa con la cadena hasta su canoa?, ¡La hubiese sentido al arrastrarla hasta el agua! ¿La habrán colocado a propósito?, ¿Quién podría hacerle una broma en ese lugar y a esa hora? ¿Algún espíritu? - Mucho se hablaba de cosas extrañas, pero jamás había visto nada.

Tan absorto estaba en sus pensamientos, que casi cae de la canoa cuando un enorme pez, intensamente dorado por los reflejos de la luz de la luna, saltó muy cerca del bote realizando una voltereta en el aire y levantando tanta agua al caer, que hizo girar la canoa hasta quedar mirando hacia la costa. Debía tener más de 50 kilos, no recordaba haber visto un pez tan grande y juraría que era un dorado.

Ante tantas cosas extrañas decidió iniciar el regreso.

Comenzó a remar y un par de veces vio que el pez lo seguía. Cuando entró al canal en que dejaba la canoa entre los juncos, éstos se cerraban, empujados por el pez. A duras penas acomodó el bolso roto con las monedas sobre el caballo y emprendió el regreso al rancho. Su mujer, sorprendida de que volviera más temprano, le comenzó a cocinar charqui de carpincho con arroz mientras escuchaba lo que le contaba su esposo.

- Es el “Espíritu de la laguna” le dijo... No tenés que ir más. Si te dio algo es porque no quiere que vuelvas, si vuelves no regresarás.

- ¿De dónde sacaste eso? -le preguntó Alberto.

- El Tata solía contar de alguien que no quiso escuchar y se perdió en la laguna, nunca más apareció. -Le contestó.

Luego de cenar, guardó la bolsa debajo de la cama y se dispuso a dormir. Le fue imposible, siguió contándole detalles de esa noche a su mujer. Aún no había salido el sol cuando se levantó, puso las monedas antiguas en un balde y con un trozo de tela enjabonada las fue limpiando. Podía verse una corona y unas inscripciones. ¿Serían de oro?, habría que limpiarlas mejor.

- ¿Y qué vas a hacer con eso? – escuchó la voz de su mujer.

-Iré al pueblo y llevaré una moneda y le preguntaré al almacenero, el resto las voy a esconder.

Y se fue el Alberto y volvió con tanta mercadería que ella no podía creer.

- Mirá todo lo que me dio don Ramírez, hasta un vestido nuevo te traje y todo con una sola de las monedas que encontré. Me dijo que regrese al lugar, que seguramente hay muchas más, miles, me dijo. Y quizás tenga razón, lástima que esa misma noche no busqué más. Voy a regresar de día, para ver.

- No vayas, recuerda lo que dicen del “Espíritu de la laguna”.

Pero Alberto, siguiendo las indicaciones del almacenero y su propia ambición, volvió a la laguna. Y pasaron las horas, los días y nunca más regresó. Los pescadores lamentaron su desaparición pues se quedaron sin su baqueano y sin él, no se animaban a entrar a pescar.

Algunos comentaban que fue el espíritu que habitaba en la laguna. Pero también, las malas lenguas decían que su desaparición se debía a que fue a vivir una nueva vida a otro lugar con las monedas que cambió por dinero. Lo cierto es que a partir de allí, nunca se volvió a saber nada de Alberto, de su canoa, ni de las monedas. Una nueva historia de misterio nació a partir de este hecho en esos parajes donde el “Espíritu de la laguna” continuó expandiendo su fama.

Este cuento pertenece al libro: Cuentos y relatos que dejan huellas. Editorial “Ediciones Misioneras”. Pereyra es docente jubilado y reside en Virasoro, Corrientes.

José Pereyra

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