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Un mate con media carga de yerba

domingo 03 de julio de 2022 | 6:00hs.
Un mate con media carga de yerba

Tibias cenizas de tiempo han consumido los sueños del viejo tarefero. Sus párpados se entornan fácil, pesados de largos silencios. El braserito gastado, calienta la pava negra de hollín y de noches desveladas. El viejo tarefero sostiene el mate con media carga de yerba.

Las zapatillas gastadas, muestran los dedos con llagas de caminatas al sol o cuerpeando a la lluviarada. Los regresos bajo la luna con la jornada ganada.

¡Cuántos caminos andados persiguiendo la esperanza!

¡Cuántas leguas recorridas sin alcanzarla!

Le ha crecido la barba en esos trajines y se le ha achicado el cuerpo. El alma se le ha puesto dura y nada le causa asombro.

Pero hay veces que antes de empezar el mate - con media carga de yerba -, se larga a pensar. Los que lo ven creen que está durmiendo. Y tal vez sí, por fuera pero en su interior bulle un sapucay de vida. Su pobreza externa es un tesoro que nadie ha descubierto, un canto ahogado, un grito trunco. Como un cigarro apagado en la escarcha.

Los callos condecoran sus manos por mil tarefas pasadas, mientras aprietan un mate con media carga de yerba.

¡Cuántas guaironas cargadas en las chatas! Preñadas de verdes brotes cortados, las bolsas se fueron yendo hasta volver sapecadas y canchadas, al matecito antiguo de tiempo y sueños, gastado pero útil, para llenarlo hasta la mitad, mientras espera que el agua de la negra pava cante su temperatura a punto.

A veces, silba bajito polquitas o chamamés entre sus dientes estragados. Otras, entona apenas unas letras en guaraní o en portuñol..

Despacio, si las dice para él solo.

“Habré nacido pa’ pobre / eso quisiera saber”, cantan, suspiran, sus labios mientras se lleva a la boca la bombilla y sorbe el amargo jugo verde de la yerba. Es la yerba que ha arrancado en mil tarefas y algunas más, las que le han endurecido las manos.

Y piensa. Los ojos cerrados. El pelo lacio y descolorido sobre la frente. Quien lo vea creerá que está durmiendo. En cambio, el viejo domador de silencios y soledades, está escarbando en sus recuerdos de días jóvenes de bailantes, en las que descansó - bailando -, sus pies del caminar y el trabajo.

Una noche - tal vez -, se duerma como un cigarro apagado en la escarcha, cuando yací brille alta.

Lo hallarán acurrucado, junto al braserito frío. Una mano en la ceniza como para recuperar sus sueños y llevárselos con él. La tierra humedecida de sudor, le abrirá - madre al fin -, su roja entraña para acunarlo y prepararlo para el retorno.

Retorno en verdes brotes, llenando guainonas, llenando el mate de otros. Y el de él, a medias...

El relato es parte del libro Cuentos galardonados. Abad tiene publicado además La única amiga, La muerte de la chipera y El amor de la palmera y el horquetero, entre otros.

Esteban Abad

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