‘Un mundo feliz’: la benéfica tiranía de la utopía

martes 28 de junio de 2022 | 6:00hs.

A mediados del siglo pasado, cuando en Occidente reinaba una pueril confianza en que los avances tecnológicos mejorarían nuestra vida, una generación de escritores amantes de la ciencia pudo plantear a través de la literatura el trasfondo de un problema que todavía persiste: ¿y si estos avances, en lugar de darnos libertad y bienestar, nos transforman en una sociedad deshumanizada?

Cuando el escritor Aldous Huxley escribió Un mundo feliz en 1932, nos legó una novela distópica que nos mostraba un mundo enajenado por los avances científicos y tecnológicos. Algo que, por eso mismo, anticiparía el carácter del capitalismo global cuando éste apenas comenzaba a esbozarse. Para ello, Huxley imaginó un mundo donde todas las relaciones sociales se basan en el consumo constante y en el que el pensamiento crítico, el arte y la familia eran erradicados por tratarse de fuentes inevitables de dolor y sufrimiento.

Un mundo feliz también muestra cómo la educación se tecnifica bajo la forma de un método inductivo a través del sueño, mientras que los individuos se entregan libremente a un sistema de placeres y trabajos predeterminados por su casta social. De esta forma, la novela muestra una sociedad que tiene por objetivo la estabilidad de sus miembros en una constante producción acrítica. Para ello, por un lado, crea una droga llamada ‘soma’, un ansiolítico consumido para sentirse felices y despreocupados en todo momento, mientras que por otro, el Estado promueve un liberalismo sexual donde “todos son de todos” y las relaciones son consumadas sin celos ni remordimientos; es decir, una suerte de poliamor donde uno puede gozar sin riesgo. Bajo este supuesto estado de libertad, entretenimiento, satisfacción y confort, las personas se convierten en instrumentos al servicio del engranaje social y técnico. “La rueda debe girar continuamente, pero no al azar. Debe haber hombres que la vigilen, hombres tan seguros como las mismas ruedas en sus ejes, hombres cuerdos, obedientes, estables en su contentamiento”, escribía el británico en su novela.

Ahora bien, ¿qué hay de todo esto en la sociedad actual? El propio Huxley, en un prólogo escrito 15 años después de la publicación de su novela, afirma que un libro acerca del futuro puede interesarnos si sus profecías parecen destinadas a realizarse. Podemos invertir la carga de la prueba: si un libro acerca del futuro todavía tiene vigencia, entonces esto es porque logró representar la actualidad de sus lectores; es decir, el futuro. En tal caso, la idea de un mundo feliz sigue perturbándonos. ¿Quién, entre nosotros, no ha pensado en la posibilidad de dejar de luchar contra los problemas ontológicos del capitalismo global y entregarse dulcemente a la marea del consumo, del confort y la felicidad? ¿No es acaso la utopía capitalista idéntica a lo que planteaba Huxley? En lo personal, creo que no dudaría entre una inconsciencia feliz y exitosa o una abrumadora conciencia de la realidad. El problema, sin embargo, es que no existe tal disyuntiva. Para el filósofo contemporáneo Byung-Chul Han, vivimos en una sociedad con un miedo generalizado al sufrimiento. La llamada psicología positiva, por lo tanto, se ocupa del bienestar erradicando los pensamientos negativos y sometiendo el dolor a una lógica del rendir. De esta manera, sostiene Han, se va formando un imperativo de felicidad que funciona como una fórmula de dominación más efectiva que la antigua obediencia al deber, de modo que la explotación del individuo al servicio de la producción se realiza como una “autorrealización” del imperativo inconsciente de felicidad, mientras que el dolor no es más que “un mal carente de sentido que hay que combatir con analgésicos”, alejándose así de cualquier interpretación simbólica del mismo. El problema, señala el filósofo, es que todo vínculo afectivo implica dolor, por lo que, al evadirnos de este, también resignamos la posibilidad de entablar relaciones. (...)

La sociedad en la que vivimos está altamente tecnificada y huir de eso resulta no sólo absurdo, sino imposible. No podemos prescindir de la tecnología y los avances científicos, pero tampoco deseamos esa prescindencia. De hecho, basta con tener un fuerte dolor de muelas para dar por la borda cualquier intento de volver el tiempo de lo salvaje. Aún así, la dirección en la que el mundo parece avanzar nos está hundiendo en una crisis ambiental, económica y ontológica difícil de negar. (...)

Años después de la publicación de su novela, Huxley dijo que agregaría una nueva alternativa a su mundo futurista: una comunidad de desterrados con una economía descentralizada y una política kropotkiana en la que la ciencia y la tecnología estarían al servicio del hombre; en la que no sería este quien debiera esclavizarse a ella. Una salida que, según él, sería por tanto colectiva, anarquista y utópica; un horizonte que dibuja para no abandonarse a la fantasía derrotista que predice una caída indefinida hacia el apocalipsis. Frente a esta mirada, sólo quedaría sentarse y esperar la destrucción.

La alternativa, en cambio, parece estar del lado de la reflexión desinteresada y la cooperación, así como de la primacía de la estética. Por supuesto, el camino es sinuoso y parece, efectivamente, empeorar cada día, pero añorar un pasado donde el buen salvaje era feliz y vivía en armonía con la naturaleza no conduce a ningún pensamiento concreto sobre nuestra realidad. No se trata de rendirse ni excluirse, pero si no podemos dejar de ser consumidores, entonces podríamos consumir con algún tipo de conciencia. De esta manera, tal vez encontremos un refugio para el buen arte. Es en ese hecho estético donde se encuentra esa parte de la esencia humana que buscamos desde hace casi un siglo.

Por Julián Ferreira
Para Ethic

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