Cada día canta mejor

miércoles 22 de junio de 2022 | 6:00hs.

El 24 de junio de 1935 murió en accidente de aviación Carlos Gardel, en Medellín, Colombia. Como no podía ser de otra manera, desde aquel día en la prensa amarilla aparecieron distintas hipótesis acerca del trágico accidente que, incluso, generaron teorías conspirativas. Una, que el accidente fue a causa de un tiroteo a bordo por asuntos de polleras que mató accidentalmente al piloto. Otra, porque el piloto, quien además era el dueño de la aerolínea que operaba el vuelo, estaba alcoholizado. Una tercera escenifica que el piloto maniobró para amilanar a un avión de otra empresa y provocó la catástrofe. Incógnitas develadas muchos años después: se determinó que fueron varios factores ambientales los que provocaron el choque de los aviones; las deficiencias topográficas y aerológicas propias del aeródromo y la aparición súbita de una corriente de aire precedida de fuertes vientos.

Junto a Gardel murieron sus querido amigos: el compositor y letrista Alfredo Lepera y los guitarristas Guillermo Barbieri y Ángel Domingo Riverol.

Cosa rara en Argentina: la fecha del 24 de junio pasa inadvertida pues, necrófilos como somos, se hubiera puesto el día de la música o del cantor como sucede con la mayoría de próceres y hombres insignes tras sus muertes. Pero para contradecir el hecho de que solamente recordamos a nuestros muertos en el día de su muerte, la fecha del Día del Tango en Argentina es el 11 de diciembre, recordatorio del nacimiento de Carlos Gardel y del gran violinista y compositor Julio de Caro.

La fecha y el lugar donde nació Gardel fueron objeto de controversia, pues para el periodista uruguayo Erasmo Silva Cabrera nació en el departamento de Tacuarembó, Uruguay, el 29 de noviembre de 1881, y era hijo del coronel y estanciero Carlos Escayola y doña Manuela Bentos de Mora, que no era su esposa sino su concubina. Este argumento no pudo ser comprobado por ausencia del acta de la partida de nacimiento y debido a que los libros pertinentes del Registro Civil local se hallan pegadas e ilegibles. 

No obstante, en Montevideo, en la clásica avenida 18 de julio esquina Yi, se encuentra el monumento de Carlos Gardel. La obra representa a Carlitos sentado en una mesa de un bar, degustando un café, con una silla vacía a su lado. Esta genial obra demuestra que el tango es tanto argentino como uruguayo, resultado folclórico de ambas orillas.

La confusión viene porque Carlos Gardel adulto decía haber nacido en Tacuarembó. De ahí que todos sus documentos y pasaportes registraran la nacionalidad uruguaya. ¿El motivo? No uno, dos. Uno, no quería hacer el servicio militar. Dos, criado en el sórdido barrio del Abasto, fue lumpen social, de manera que cayó preso varias veces. En una de esas fue a parar a la cárcel de Ushuaia; entonces, su temor radicaba en que en los documentos figurara su prontuario. Todo se aclaró tras su muerte al encontrarse el documento que Bherte Gardes tuvo un hijo de nombre Charles Romuald Gardes, nacido el 11 de diciembre de 1890 en Toulouse, departamento de Haute Garonne. El 9 de marzo de 1893, en la Dirección de Migraciones figura la entrada a la Argentina de Bherte Gardes con su hijo, siendo ella soltera de 27 años de edad y de profesión planchadora. 

Gardel fue amigo de caudillos conservadores que le brindaban protección en la pesada zona del Abasto, y reivindicó el golpe militar que derrocó a Hipólito Yrigoyen en 1930. Es que, aunque en estos tiempos no se crea, la revolución gozó del fervor y entusiasmo popular, y en la Plaza de Mayo más de 350 mil personas vivaron a la revolución. Carlos Gardel se encargó de grabar días después el tango ‘Viva la patria’, de Anselmo Aietta y García Giménez, que celebraba el “triunfal amanecer de la revolución”.

La niebla gris rasgó veloz el vuelo de un avión.
Y fue el triunfal amanecer de la revolución.
Y como ayer el inmortal 1810,
Salió a la calle el pueblo radiante de altivez.

Sin embargo, muchas de las letras de sus canciones denuncian la pobreza, el hambre y la miseria de la Década Infame, como ‘Acquaforte’ (“Un viejo verde que gasta su dinero/ emborrachando a Lulú con su champán/ hoy, le negó el aumento a un pobre obrero/ que le pidió un poco más de pan”). O con el lamento de Celedonio Flores por el encarcelado que salió a robar pues “sus pibes se mueren de frío/ y lloran, hambrientos de pan”. El canto antibélico de entreguerras, el triste paisaje ciudadano de la Década Infame, la crítica moral al materialismo, la soledad urbana con las letras discepolianas darán cuenta del costado humanista de Gardel. Eso es lo que valoró y valora el pueblo de ambas orillas del Plata para convertirlo en mito después de su muerte.

La efigie de Gardel es la más popular del país. Figura en los tableros de los colectivos, en las vidrieras, en las fileteadas puertas de los camiones, en las paredes de enormes edificios como ese de Libertador y Tagle en Buenos Aires, y suele competir con las estampas de la Virgen de Lujan, de Itatí, de Ceferino Namuncurá y otros populares como las de Perón y Evita, salvo que a estos muchos los odian. Pero es el hombre de pueblo quien lo toma en serio y lo coloca en el sitio de las cosas venerables sin importarle su pasado.

Alguien escribió: “En los últimos años de su vida habitó lejos de su país y conoció el crepúsculo de la decadencia y el fracaso. Muerto, su figura ha sido santificada en la memoria popular, de tal manera que la imagen que venera el proletariado no es la de un hombre de pueblo”.

Es sí, el de un hombre bien peinado a la gomina, luciendo smocking, frac o con sofisticada indumentaria gauchesca: casaca de seda bordada, botas de charol y sombreo gacho. Es la pinta de un bacán, y a la vez un hombre de su clase que supo alcanzar ese lugar de privilegio con su voz. Y como no podía ser de otra manera, el pueblo de ambas márgenes del Plata afirma convencido que “cada día canta mejor”.

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