Noventa y dos

(Relato inspirado en la historia del soldado Julio Rubén Cao)
domingo 19 de junio de 2022 | 6:00hs.
Noventa y dos
Noventa y dos

Delmira había puesto a calentar la pava para hacer un mate porque Julio, el segundo de sus cuatro hijos, tenía una noticia muy importante que anunciarle.

La impaciencia por la visita le hizo asomar la cabeza por la ventana que daba a la calle, al menos tres veces, durante el lapso de media hora. El viento otoñal de esa tarde de abril sacudía las hojas de los árboles con especial ímpetu; como el prolegómeno de algo que la preocupaba, pero que aún no lograba identificar.

En una de las repisas de la cocina siempre estaba encendida una radio, cuyo dial se había clavado como una estaca inamovible. A su familia le gustaba esa sintonía en particular, porque pasaba música folklórica y transmitía los boletines informativos de la Guerra de Malvinas.

Mientras buscaba la yerba en la alacena, se sintió afortunada de que a Julio lo habían dado de baja el año pasado, justo antes de que empiece el conflicto bélico. Eso la tranquilizaba, aunque no dejaba de pensar en muchos de los amigos de su hijo, que aún estaban en la colimba y a los que seguramente les tocaría ir a combatir.

Cuando empezó los primeros mates, la intriga ya la consumía por dentro. Para matar el tiempo hizo una especie de mapa mental, buscando posibles respuestas que justificasen aquella visita inesperada. Que iba a ser abuela, Julio ya se lo había contado; que estaba feliz con su cargo de maestro de tercer grado, no era un secreto porque él amaba la docencia; que estaban pintando la casita que alquilaban con su esposa Clara en Ramos Mejía, no ameritaba esa interrupción en medio de la semana.

A medida que las dudas la invadían por completo, la pava silbó ese chillido inconfundible que se mimetizó con dos golpes secos en la puerta.

-Ya voy, hijo -dijo sobresaltada.

Mientras se arreglaba los invisibles que le sujetaban el flequillo, con voz chirriante ordenó:

-Viejo, llegó Julio. Venite para la sala, que yo ya llevo el mate y el bizcochuelo.

Delmira abrió la puerta y abrazó a Julio con el mismo amor con el que lo había recibido veintiún años atrás, en la sala de partos. Pero esta vez, sintió que el corazón se le estremecía.

-Hola, mami. Perdón por la demora. Recién salí de dar clases y me vine directamente para acá -dijo Julio sacándose el guardapolvo y colgándolo en el respaldo de una silla.

Luego de que Delmira y su esposo se sentaron, Julio les comunicó el motivo de su visita en una frase tan breve como aciaga:

-Me voy a Malvinas. Quiero ser voluntario, aunque no me hayan convocado.

Un silencio incómodo y angustiante invadió por algunos segundos la sala, y antes de que sus padres atónitos pudieran reaccionar, espetó:

-Como maestro y como ser humano con valores, no puedo dejar de ir. ¿Cómo me siento después, detrás de un escritorio, si ahora me escondo debajo de la cama? (1)

Los tres se estrecharon en un abrazo interminable, de esos que jamás se olvidan. Julio dejó a sus padres con lágrimas en los ojos, pero antes de despedirse se dirigió por última vez a su madre.

-¿Ves ese pino que está ahí? Lo planté yo. Ahora voy a tener un hijo y solo me falta escribir el libro. Lo voy a hacer cuando vuelva de Malvinas y voy a contar todo lo que viví. (1)

El 12 de abril de 1982, Julio partió hacia Puerto Argentino. Durante el tiempo que combatió, escribió muchas cartas, no solo para su familia, sino también para sus alumnos de tercer grado a quienes jamás olvidó. Su madre Delmira, aún conserva una de ellas como si fuera un tesoro.

A mis queridos alumnos de 3ro D:

No hemos tenido tiempo para despedirnos y eso me ha tenido preocupado muchas noches aquí en Malvinas, donde me encuentro cumpliendo mi labor de soldado: Defender la Bandera.

Espero que ustedes no se preocupen mucho por mí porque muy pronto vamos a estar juntos nuevamente y vamos a cerrar los ojos y nos vamos a subir a nuestro inmenso cóndor y vamos a decirle que nos lleve a todos al país de los cuentos, que como ustedes saben, queda muy cerca de las Malvinas.

Y ahora, como el maestro conoce muy bien las islas, no nos vamos a perder.

Chicos, quiero que sepan que por las noches me acuesto, cierro los ojos y veo cada una de sus caritas riendo y jugando. Cuando me duermo sueño que estoy con ustedes.

Quiero que se pongan muy contentos porque su maestro es un soldado que los quiere y los extraña.

Ahora sólo le pido a Dios volver pronto con ustedes. Muchos cariños de su maestro que nunca los olvida.

Afectuosamente. Julio. (1)

Julio Rubén Cao nunca volvió. Cayó en batalla el 14 de junio de 1982. No pudo conocer a su hija, que nació en agosto, dos meses después de finalizado el conflicto bélico. La bautizaron María Julia, en honor a su padre. Hasta 2018, su cuerpo permaneció enterrado en el cementerio de Puerto Darwin como un NN, bajo una placa que rezaba “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. Fue el héroe número 92 en ser identificado por el departamento de Antropología Forense.

Hoy, la escuela de Laferrere donde enseñaba, lleva su nombre.

(1) Las citas son textuales y corresponden al soldado Julio Rubén Cao (1961-1982)

Marcelo Dacher

Primer Premio en la categoría cuento del Concurso “Voces misioneras rumbo a los cuarenta años de Malvinas” organizado por la Brigada de Monte XII y la Sadem. Dacher es oriundo de Alem. De profesión contador público, docente y productor audiovisual. Prepara su primer libro de cuentos.

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