Madre superiora y bella durmiente

domingo 19 de junio de 2022 | 6:00hs.
Madre superiora  y bella durmiente
Madre superiora y bella durmiente

Ya sabe que el idioma es lo más democrático que hay. Lo hacemos los hablantes hablando y no hay autoridad que pueda imponerlo. Todos los intentos –que no han sido pocos– de imponer a la fuerza un modo de hablar, han fracasado. Podría decirse que cada vez que hablamos, votamos. Pero además de las pretensiones autoritarias de imponer vocablos o modos de expresarnos, también hay campañas para que hablemos como le gusta a un grupo, generalmente minoritario, que intenta volverse mayoritario a fuerza de hacernos hablar a todos como ellos quieren, porque atrás de algunos modos de decir hay toda una ideología. Los nacionalismos, por ejemplo, intentan que prevalezcan los dialectos o lenguas locales, mientras que los movimientos globalizantes prefieren las lenguas francas. Cada vez más gente habla inglés o castellano, al mismo tiempo que se refuerzan lenguas minoritarias como el catalán, el euskera o los idioma nativos de nuestra América. Son dos fuerzas, una centrífuga y otra centrípeta, que se repelen pero también conviven.

Las dos expresiones del título vienen a confirmar lo difícil que será imponer el lenguaje inclusivo en nuestra cultura. A nadie le choca la madre superiora ni la bella durmiente, sin embargo no decimos superiora como adjetivo de ningún otro sustantivo femenino: no decimos instancia superiora ni cubierta superiora, mientras que la madre superiora cabe perfectamente en nuestro lenguaje cotidiano. Y nadie diría la bella durmienta, porque tampoco decimos atacanta, ni farsanta, ni dibujanta... pero sí decimos presidenta y también clienta, pero por razones bien distintas o por ninguna razón aparente.

Tanto como adjetivo o como sustantivo, la palabra presidenta no sigue la lógica de otros derivados de participios activos como estudiante, adolescente, paciente o ardiente. Presidenta no deriva de ninguna regla gramatical sino de la lógica de la madre superiora. Ocurre lo mismo con jueza, fiscala o concejala porque, igual que presidenta, son cargos que durante siglos fueron ocupados solo por varones y tienen –tenían– una connotación masculina. También, y hace mucho más tiempo, feminizamos alcalde en alcaldesa y príncipe en princesa. Pero no decimos criminala ni principala; y nuez es palabra claramente femenina, casi idéntica a juez, que ha quedado solo como masculina. Tampoco decimos tenienta ni sargenta y creo que no lo vamos a decir nunca. Ni decimos dentisto, artisto, paisajisto ni periodisto, pero sí decimos modisto, por la misma lógica de madre superiora pero al revés. Y para colmo, no hay nada más femenino que la mano.

Al final –o a la final, que también se puede decir– la pretensión de los inclusivistas se reduce a chiques y algún otro término que les molesta, y al uso poco económico de artículos y pronombres. La economía lingüística es el verdadero obstáculo para que se imponga y también la regla no escrita que hará fracasar cualquier intento de fabricar un idioma artificial. Pero advierto que los que empiezan sus discursos en inclusivo con el consabido todos y todas, cometen un error tras otro, todos muy poco inclusivos, cada vez que a continuación generalizan en compañeros, ciudadanos, trabajadores, argentinos, misioneros... y peor todavía cuando les clavan los artículos como las y los argentinos, las y los compañeros, las y los ciudadanos, las y los trabajadores, las y los misioneros... porque está diciendo las argentinos, las compañeros, las trabajadores, las misioneros... que es lo menos inclusivo y lo más machista que hay.

Le recuerdo que el castellano es el idioma más evolucionado por su capacidad de significar la abstracción de los conceptos universales, y que la distinción de los géneros muchas veces es una regresión a tiempos o a idiomas que todavía platean problemas para organizar el pensamiento. A eso el castellano lo superó hace ya más de cuatro siglos, en la época de Miguel de Cervantes y El Quijote de la Mancha. Los que hablan en inclusivo están borrando cuatro siglos de evolución del castellano, pero además ponen en evidencia su escasa cultura.

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