Fue su tío paraguayo quien le enseñó todo lo que sabe

Es zapatero desde hace más de 40 años y recorre barrios en busca de clientes

Adolfo Núñez (67) abraza este oficio antiguo y artesanal que aprendió por herencia familiar. Tiene su taller en Miguel Lanús, pero es un personaje conocido en la ciudad
viernes 17 de junio de 2022 | 5:30hs.
Es zapatero desde hace más de 40 años y recorre barrios en busca de clientes
Es zapatero desde hace más de 40 años y recorre barrios en busca de clientes

El oficio de zapatero es una tradición antigua, generalmente traspasada de generación en generación entre miembros de una misma familia. Una profesión artesanal que persiste a través del tiempo, de la industrialización, de los embates del capitalismo.

Rodeado de zapateros, la herencia del calzado le llegó a Adolfo Núñez desde joven y sin elegirlo.

Hace ya más de 40 años que se dedica a esto y es un personaje muy querido en la ciudad, porque no se queda en su taller esperando a que el trabajo le llegue, sino que varios días a la semana por la mañana recorre los barrios y llega casa por casa, visitando a sus fieles clientes y tratando de ganarse otros nuevos.

Cuando Adolfo se ausenta por un tiempo en sus visitas, los vecinos le reclaman su presencia. Fotos: Marcelo Rodríguez

Adolfo es un hombre cálido, humilde y con un sentido del humor que le sale por los poros. Las arrugas se dibujan con fuerza en la piel de su rostro, un par de cicatrices surcan sus manos trabajadoras y sus uñas manchadas son el rastro de lo artesanal de la profesión del arreglo de calzados.

En su casa del barrio Miguel Lanús, Adolfo recibió a El Territorio para contar su historia, las vivencias que lo trajeron a este presente.

Si bien sus padres llegaron desde Paraguay (de las localidades de Villarrica y San Juan Nepomuceno), nació en Posadas y vivió gran parte de su infancia en uno de asentamientos costeros de la ciudad (a la altura de donde se encuentra hoy el anfiteatro Manuel antonio Ramírez) ya desaparecido por las obras de la costanera.

A las herramientas para ejercer su oficio sumó un celular, que “está lleno de clientela”.

Hizo hasta quinto grado en la Escuela N° 42 República del Paraguay. “Es lo que a uno le toca, yo para el estudio no sirvo. Mis padres no me incentivaron, ellos lamentablemente tampoco tenían estudios. Cuando uno es criatura a veces no le gusta ir a la escuela, entonces hacíamos maña para no ir. Éramos cuatro hermanos, yo era el tercero”, contó, sin resentimientos y con humor.

Para Adolfo no era una novedad ser zapatero porque ya estaba presente en la familia. Aprendió el oficio de su tío -con quien ya trabajaba uno de sus hermanos mayores-, aunque antes repartía panfletos -junto a un cuñado- para otro zapatero, con lo que se hizo conocido.

Todo empezó cuando tenía 24 años, tiempo después de haber vuelto del servicio militar obligatorio. “Mi tío que ya falleció, vino de Villarrica, Paraguay, era muy profesional. Me animó a que me compre los materiales y me cedía el espacio y lo que me hacía falta para empezar”, contó sobre sus inicios.

Y continuó con su relato: “Por acá en mi mano tengo una marca del cuchillo -contó, señalando a la altura de su muñeca izquierda-. Mi hermano me había dado para que corte una goma, me puse nervioso y la goma resbaló, por lo que me terminé cortando. Mi tío se mató de risa y me dijo: ‘Sobrino, por ahí entra el oficio’. Agarró de un rincón un montón de telaraña y me puso en la herida, paró de sangrar al ratito”.

Andar por los barrios

Se casó muy jovencito y tuvo una hija, Cristina, que tiene actualmente 42 años. Nietos biológicos no tiene ninguno, pero se siente orgullosos de los postizos, que son un montón y lo llaman abuelo. Se radicó mucho tiempo en Garupá, pero al fallecer su esposa -hace una década-, volvió a entablar una relación amorosa y se mudó a Miguel Lanús.

“Dios es tremendo, yo salgo y como soy conocido, la gente me da trabajo”.

Desde que empezó, Adolfo adoptó el hábito de no quedarse encerrado en su taller, se calzó la mochila y salió a recorrer los barrios. Tiene bien programadas sus salidas: los lunes el barrio Kennedy, los martes y jueves va a Villa Sarita y otros días va a Santa Helena, su antiguo barrio. Visita a sus viejos clientes, pero también va en busca de nuevos.

“Dios es tremendo, yo salgo y como soy conocido ,la gente me da trabajo. Esto, que es mi herramienta ahora -señala el celular- está lleno de clientela, por cualquier cosa ya me están llamando, por eso no tengo descanso”, se alegró.

Con los años se fue esmerando, perfeccionando y volviéndose más delicado en sus trabajos, gracias a la exigencia y confianza de las personas. “A veces no aparezco por un tiempito por los barrios y cuando vuelvo, me preguntan si sigo en la zapatería. Les digo ‘pero, doña, a doctor ya no voy a llegar, a ingeniero menos, entonces no me queda otra que seguir con esto’”, relató con una larga carcajada de por medio.

Madrugador, tenaz, de andar manso pero decidido, Adolfo no adquirió ningún vicio. Probó una vez el cigarrillo de adolecente, pero se asustó y nunca más lo tocó, lo mismo con el vino, aunque confesó que de vez en cuando en alguna fiesta se toma unos traguitos de cerveza.

Su salud es de hierro, le dijeron los médicos, al igual que su oficio que no piensa dejar de lado, porque aunque es sacrificado le sigue dando inmensas satisfacciones.


Contacto

Taller. Adolfo tiene su taller en el barrio Miguel Lanús de Posadas, sobre la calle Golfo San Carlos al 8926. Quienes lo quieran contactar le pueden escribir al 376-4366277. La tardanza en el arreglo de los zapatos es según la necesidad del cliente, destacó.

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