Prohibido Olvidar…

domingo 12 de junio de 2022 | 6:00hs.
Prohibido  Olvidar…
Prohibido Olvidar…

!Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla! – vociferó el presidente con voz ronca, desde los balcones de la Casa Rosada, al anunciar el desembarco militar en las Islas Malvinas.

-¡El pueblo unido, jamás será vencido! - repetía una y otra vez la multitud que colmaba la Plaza de Mayo que –enardecida-, estalló en cánticos de apoyo al encendido discurso referido a recuperación de las Islas

Malvinas. La entonación -a voz en cuello- del Himno Nacional fue el espontáneo cierre de aquella manifestación de apoyo popular

Semejante frase -expresada por el Presidente- no pasó desapercibida en ninguna casa argentina y fue replicada infinidad de veces en los noticieros del país . El mundo entero hizo eco de esa iniciativa bélica. La suerte estaba echada. La guerra era inminente. Argentina le disputaría a Gran Bretaña la soberanía de las islas.

Esther, maestra, escuchó el discurso por la radio mientras planchaba el inmaculado guardapolvo que primorosamente preparaba cada tarde para el día siguiente.

-No hace falta que mires la radio cuando escuchas las noticias, no es televisión – le decía ella siempre a Pablo - su marido- … esta vez fue ella quien, abrumada, apoyó la plancha en la mesa, caminó los seis pasos que la separaban del aparato y se quedó parada frente a él mirándolo fijamente, mirando sin ver un receptor… lo que veía era la imagen del rostro de Demetrio, su hermano. Lo veía nublado, las lágrimas que entibiaban su rostro impedían ver con nitidez la amplia sonrisa que lo caracterizaba . Ahí se quedó, hasta que finalizó el panorama informativo… Lo que acababa de oír la angustió, porque Demetrio, su amado “hermanito”, estaba bajo bandera, al servicio de la Patria, cumpliendo con el Servicio Militar Obligatorio en la Base Naval de Puerto Belgrano.

Esther amaba a todos sus hermanos -eran seis en total-, pero Demetrio era especial para ella, el más pequeño. Cuando nació ella ya era señorita-la mayor-. Cambiar sus pañales, darle de comer, bañarlo y llevarlo con ella a todos lados eran actividades que hacía por elección, por amor. El instinto maternal que él le generaba era inmenso, tanto, que cuando su mamá lo quería castigar por alguna “macanita” propia de los infantes, ella se lo impedía. La sola idea de pensar que la vida de su hermano a partir de ahora estaba echada a la suerte, estrujaba su corazón con mucha fuerza.

Corrió al baño para no llorar delante de sus hijos. Pensó en llamar por teléfono a su madre para conversar.

No, quizás era mejor ir a verla algunos minutos, desahogarse juntas. Rápidamente desechó las dos ideas. No podía llamarla ni ir así: estaba en shock. Mejor se calmaría primero para no angustiarla aún más.

Los días siguientes fueron de mucha tribulación y ansiedad para Esther. La guerra era el tema que predominaba en casa, con su esposo y sus hijos, en las reuniones familiares, en la escuela, con sus colegas y alumnos, en el barrio con sus vecinos y en la iglesia.

Una vez por semana se reunían y se sentaban todos en ronda hasta que llegara el momento de hablar telefónicamente con Demetrio. Los minutos de cada llamada eran contados. Hablaba primero con sus padres, luego saludaba a sus hermanos y si sobraban algunos segundos, saludaba a algún amigo que acompañaba la “juntada” de los martes y jueves a la espera de novedades del valiente soldado.

Los viernes a la tarde Esther acudía al kiosco y compraba las revistas semanales “Gente” , “Para ti” y alguna otra, con la esperanza de ver a su hermano en algunas de las tantas fotografías que publicaban los reporteros gráficos que cubrían las crónicas del conflicto. Uno de esos viernes, hojeando con la misma ilusión, aseguró reconocer a su hermano en una fotografía.

-Es él, es él, este es Demetrio – decía. Su esposo se acercó a la mesa … no logró reconocer a su cuñado en la fotografía, pero ella insistía. Arrancó esa hoja y la llevaba con ella a todos lados.

Un día, una de las hijas de Esther llegó alborotada de la escuela y muy emocionada, abriendo muy grandes los ojos dijo:.

-¡Mami! Esta tarde, con la maestra escribimos cartas a los soldados y yo les conté a mis compañeritos que mi tío es súper valiente y que va a volver sano y salvo a casa.

-Ah sí? – eso dijiste?

-Sí mami, porque escuché cuando el tío te dijo por teléfono que no llores, que no tenía miedo y que no te preocupes, que nada malo le va a pasar. Él va a volver, yo creo lo que te dijo… vos también tenés que creerle, ¿sabés mamita? ¿Me prometés?

- Si mi amor, prometido. Lavate las manos y sentate a merendar mientras voy a regar mis plantitas…

Pero Esther, lloró. Había cosas que no les confiaba a sus hijos para no abrumarlos ni preocuparlos. No podía, no quería contarles que esa mañana el barrio estaba conmocionado, que el teléfono no paró de sonar, que algunos hasta se acercaron a golpear a su puerta para preguntar si el “Benítez” que había llegado envuelto en una Bandera argentina era Demetrio. No… era otro conscripto que tenía el mismo apellido y vivía en la misma ciudad. No es fácil explicar que estaba aliviada de que no hubiera sido su hermano el que había perdido la vida pero tampoco se sentía feliz, porque la guerra les dolía a todos y se sufre como sociedad por cada caído en batalla aunque no sea parte de la familia. ¿Cómo explicarles que en realidad lloraba por muchas cosas más? Cómo decirles que su extrema sensibilidad se potenciaba por estar atravesando el post parto? Era muy pequeños, no lo entenderían. Hacía dos meses había parido a su cuarto bebé y se sentía muy débil. Cada vez que conversaba con Demetrio él preguntaba por la beba y ella le decía que esperaba a su tío y que hasta la mirada y el mismo color de ojos tenía…era su manera de alimentar la esperanza del reencuentro.

Los primeros días de junio se rumoreaba que Argentina se rendiría. Así fue. El 14 de junio, luego de setenta y cuatro días de haber combatido con coraje y honor por mar, tierra y aire, se produjo la capitulación argentina. La rendición fue solo en las armas. Jamás en el corazón de los héroes de Malvinas dejó de ondear la celeste y blanca... Más de seiscientos soldados argentinos perdieron la vida en esa guerra injusta y sin sentido y muchos de los que regresaron lo hicieron con secuelas físicas y psicológicas.

“La vida sigue”, es una trillada frase que dicen muchos cuando el alma duele y hay que seguir adelante sin saber cómo. Para los veteranos de Malvinas que pudieron volver a casa no fue una frase más sino una cruda y cruel realidad. Cada uno siguió como pudo.

Demetrio, al regresar a casa, no tenía heridas ni secuelas físicas, pero sí una profunda y dolorosa herida que aún sangraba en el alma. Una mezcla de sensaciones que se resumían en alivio por el fin de la guerra y el reencuentro con sus seres queridos y amigos y pesar, mucho pesar, por la rendición, por sus camaradas caídos bajo el fuego enemigo. Continuó sus estudios, se graduó, se casó, tuvo hijos, es un hombre de bien que trabaja incansablemente día a día, pero no volvió a ser el mismo, nunca más, porque aunque hayan transcurrido cuatro décadas de la gesta, toda herida infligida al alma, de vez en cuando quiere doler. La gratitud y el respeto de la sociedad , el amor de la familia, son el bálsamo perfecto que siempre logra que la vida siga, no de cualquier manera: con Gloria y Honor. Prohibido olvidar… />

Mariela Stumpfs

Stumps es docente y reside en Oberá. Obtuvo premios, menciones de honor y reconocimientos. Publica en Antologías y en ediciones propias para niños y adultos.

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