De la locura a la mendicidad

domingo 12 de junio de 2022 | 6:00hs.
De la locura  a la mendicidad
De la locura a la mendicidad

Semejante a un ensueño macedoniano, inmersos en un mundo donde las palabras parecieran flotar en el aire; uno es parte de esa brisa que trasciende pulsaciones, espasmos batidos por raros sonidos de seres transparentes, y ellos existen en esa alocada manifestación de vida imaginaria. ¡Pero allí están! Entes ilusorios, fantasmagóricos que moran alrededor de nuestro espacio, seres dementes o creemos, viven en otro instante del cual insisten en deslizarse y cometer locuras con nosotros. Momentos en los que uno se halla permeable, mientras se persisten cambios que inducen a la nostalgia, y es allí donde aprovechan la ocasión, o al menos lo intentan. Comunicarse es un bien que augura presagios, en un intento por emancipar el pensamiento ante tanta mentira y falsedad. La comunicación es importante, salvo que se opte por métodos que cumplan mejor con esa función, pero sin saber lo específico y efectivo que llegue a ser. Mientras tanto, uno existe sólo en su aura.

En ese estado de locura es cuando se llega a saber de la existencia de otros seres, algunos incorpóreos, y es un alivio reconocer que no estamos solos, ni que somos los únicos culpables de este desastre, porque además existen cómplices suministrando comentarios, y en ese estado, se torna difícil hablar en serio, o que al menos recepcionen nuestra alusión con seriedad. Podremos inclusive, arriesgar algún pensamiento en ese trajinar malversado de preguntas y respuestas, presentarnos en escena junto a ellas; las palabras, evitemos que su estado no sea de vacuidad, sin sentido, sería desagradable tener al frente alguien al que creemos está escuchándonos, lo vemos, pero no desea oírnos, finge delicadamente, entonces cómo no vamos a presagiar la mentira, si no hay nada más mendaz que hablar sin decir nada, oír sin entender, mirar sin ver, de eso el ser humano en esta contemporaneidad sabe mucho, igualmente hay signos, miradas, gestos que se quedan atravesados entre la idea y las ganas de expresarse.

Las palabras son siempre textuales cuando quieren subrayar un logro, afirmaba Julio, en cambio la memoria, siempre se ampara en la fragilidad de los términos, porque caminamos sobre definiciones teóricas. Pensemos que el idioma y su lenguaje, no es sólo una forma de comunicarnos, sino un fenómeno más profundo donde se arraiga el conocimiento, la historia de las personas y la identidad de un pueblo; si creemos que un pueblo, no es sólo un conjunto de seres humanos que tratan de llevar adelante un fin individual, en el peor de los casos, a lo que debe apuntar, es a la búsqueda constante del bien común, en concordancia con la solidaridad.

Alguien está escuchándome en este momento, es el mismo ser humano que tengo al frente en este café de cualquier barrio, de cualquier ciudad, que bien puede ser Buenos Aires, Posadas o Windhoek. En este momento parece desaprobar mi prédica. Desaparezco bruscamente y queda atónito mirando el lugar vacío que hacía instantes ocupaba, sólo atina a decir: No sabía que los fantasmas existían.

Ahora en otra ciudad, sentado en una mesa del único bar, tomando un café y frente a mí, otra persona que conozco, también se ríe de mis reflexiones, quizá en él exista un sentido mayor de empatía, pero se burla de mí. Apenas evaporo mi ser; asumo para él un estado íntegro de ubicuidad. Y yo, en este estado de omnipresencia, pero colmado de soledad, me pregunto: ¿A mí quién me entiende? Al rato y embargado de tristeza y aislamiento, nuevamente sentado en un banco de la plaza 9 de Julio, de pronto… comienzan a brotarme palabras de la nada, las mismas resumidas en preguntas que jamás tendrán respuestas, pienso y las expulso, en eso la imaginación se emancipa a pesar de mi estado, aunque sigan fluyendo, intento desligarme de ellas, antes de convertirme en su protector.

Quiero olvidar situaciones anteriores, no deseo la ubicuidad ni el vacío de mi ser, no quiero estar en dos, tres o miles de lugares al mismo tiempo, pero reconocer la importancia de los silencios. Ahora deseo estar en este lugar, y que mis piernas respondan al llamado de mi voluntad, por el momento no lo hacen, no responden mis músculos. Mis pies chapotean en el charco de orina y con este frío, a mis impulsos se los fagocitó la indiferencia.

Pido perdón a mi espíritu, he ofendido al bien, como ves estoy arrodillado sobre la acera, sobre el ladrillo desnudo donde queda un pequeño resquicio de luz, y es lo mismo que decir vida, si agradezco y reconozco que aún me existe. He confabulado por creerme universal, estar en todos lados al mismo tiempo, omnipresente, ubicuo. Ahora el inconsciente ingresa a mi ser, a la más oscura fosa que existe en el reino de las tinieblas, minas abandonadas, húmedas paredes que me recogen y expulsan, acción unánime desde huecos donde aparecen animales deformes, extinguidos en esta realidad, espacio en mí, pleno de vivencia en que aparezco y desaparezco, aunque se inflame mi piel y quede roja, urticante y húmeda por el agua que quema, que me muere y me vive, hasta la consciencia nuevamente.

Con todas mis fuerzas me aferro a la longitud de las paredes, voy dando pequeños pasos dirigiendo mi destino de cinco interminables metros, este ha sido un esfuerzo sobrehumano, las piernas tiemblan, el corazón se refriega entre taquicardias y arritmias, se extrema de mi presión sanguínea que dolora mi cabeza, mi cerebro estupefacto, hasta detenerme en un banco de la plaza. Pasa algún pájaro rasante sobre mí y deduzco que también se comunican, los miro y entiendo al dolor también supremo, el que existe en todos lados, la felicidad es la única estridencia contestataria al dolor, no pretendo entender en este estado subalterno al cerebro, si no cesa de enviar preguntas y más preguntas que no logro enlazar respuestas, cuando la mayoría de ellas pasan a ser insignificantes para mí.

En mi indigencia me desplazo a la izquierda unos pasos, despacio, despacito, primero el pie derecho y luego el izquierdo, pasos lentos y cansados… hacia dónde, ya veremos, a ver... vamos, ya sabremos. Unos pasos más, sabremos qué senda o camino emprender, donde el cerebro puede con el pensamiento y con el dolor, puede el humano con la intemperie cuando quema el frío en este estado. Pesadamente caigo y es dolor infernal, el entorno gélido sepulta esperanzas, mientras las fuerzas disminuyen, los ojos buscan desesperadamente el socorro humanitario, no quiero responder sobre palabras huecas, sobre palabras sin sentido, no necesito luces ni sonidos, necesito simplemente un abrigo, agua caliente y un poco de amor. Necesito a mis piernas activas, a mi cerebro obedecido, y donde el vacío inmenso de mi alma se llene de calor, y este sujeto a la irrealidad, donde se haga fehaciente la posibilidad de emerger de un sueño.

Entonces me planto y sé, que no soy yo, porque ya no tengo respuestas, atino a recostarme en el mismo lugar de siempre, hasta que desaparezca el dolor, como si todo lo vivido hubiera curado mi pecado de omnipotencia, y mis párpados aturdidos pueden elevarse para dejarme ver la claridad, puedo ver personas a mi lado, asombradas que observan mi postura pétrea, desolada, e incluso sobre mis pies una espesa frazada, estoy saneado de defectos, puro en mi estado, cristalina mi alma, ahora sonríen mis labios, cierro mis ojos aunque no quiera dormir, es imposible seguir estando acá, el yo perplejo ante un cerebro aún vivo en emociones, sensaciones distintas como si estuviese flotando en la alegría, en busca de la gloria, en ventura inacabable. ¡Estoy muerto!

Heraldo Giordano

Inédito. Giordano tiene publicado los libros: A tientas y a letras, Relatos Inconexos y Nunca más será hoy. Participó en varias antologías

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