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El pombero enamorado

domingo 12 de junio de 2022 | 6:00hs.
El pombero  enamorado

Sucedió en la otrora Colonia Fracrán, hoy municipio número 78 de nuestra hermosa Misiones… cuando la selva era selva todavía y los duendes hacían de las suyas, con total libertad.

Ya habrán pasado unos 15 años, desde aquella tarde en que Juliana y Renata decidieron que el salto “Soberbio” merecía pasar a la inmortalidad a través de una pintura al óleo.

Eran estudiantes de la facultad de Arte, de Oberá. Habían pintado rostros, calles, cerros, casas antiguas, nuevas mansiones, ranchos de barro…amaneceres y atardeceres.

Yo les avisé del peligro de adentrarse solas en la selva…no me escucharon…ni cuando a los gritos y haciendo ademanes, intenté frenarlas.

Subieron a sus bicicletas, con sus carritos acoplados, atiborrados de telas, pinceles, pinturas y otras tantas cosas.

- ¡No te preocupes tío Mario! ¡No existen los duendes! Vendremos antes del anochecer. ¡Son solo cuatro kilómetros hasta allá!

La imponencia del selvático paisaje, coronado por el magnífico salto, las regocijó tanto, que olvidaron todas las recomendaciones dadas.

Andarían por la mitad de su artístico trabajo, se hacía de noche, cuando una de ellas, encendió la lámpara a gas y también un cigarrillo.

Todos sabemos del encantamiento especial que siente el Pombero por el aroma a tabaco.

Renata fue la primera que vio la sombra entre dos pindóes. Se refregó los ojos, para ver mejor.

Del susto, quedó con sus ojos muy abiertos, mirando al frente. Fija la mirada en ese algo neblinoso que se movía entre las hojas del pindó.

- ¡Juli, vamos! ¡ Ya es casi noche! -atinó a decir, mientras la colilla del cigarro le quemaba los dedos.

- ¡Eeeeh! ¿Qué te pasa? -dijo Juliana. Solo faltan los últimos retoques, pasame el color verde esmeralda.

- ¡Nooo! ¡Vamos a casa ya! ¡Hay algo ahí! -dijo señalando la casi oscuridad y encendiendo otro cigarrillo.

El duende del salto “Soberbio” se sintió atraído por esa mezcla sublime… noche, hembra y tabaco… quizá tendrían caña también. Se acercó despacito, rodeándolas, sin que lo vieran… podía casi invisibilizarse, era parte de su don, dado por la madre tierra para resguardar la selva y espantar a los cazadores.

Desde unos metros atrás de las chicas, observó la pintura. La luz de la lámpara iluminaba con detalle el cuadro ¡Fascinante! ¡Maravilloso! Ella también tenía un don especial.

¡Esas manos capaces de recrear con absoluta fidelidad esa parte de su hogar eran únicas!

El Pombero, se arrodilló, puso sus manos sobre la tierra e hizo una súplica en idioma ininteligible.

Inmediatamente, a medida que se incorporaba, se iba convirtiendo en hombre…

Volvió a rodearlas, colocándose delante de ellas, para no asustarlas.

-Buenas noches, soy el guardaparque de esta Reserva. ¡No deberían estar aquí, es muy tarde!

-¡Ayyy! ¡Qué susto! -dijeron al unísono las jóvenes. No sabíamos que había guardaparques en este lugar. Disculpe. ¡Ya juntamos todo y nos vamos!

-Yo les ayudo, si lo necesitan -dijo el hombre amablemente.

-¿Nos ayuda, por favor, a desmontar el caballete? Nosotras nos encargaremos de los pinceles, tela y demás cosas.

Cuando ya tenían todo organizado en el carrito y con las bicicletas a punto, preguntaron al gentilhombre, si le debían algo por su ayuda.

-Solo una colaboración, pero no se preocupen, no se trata de dinero… las vi fumando ¿podrían invitarme un cigarro?

-¡Si! No hay problema –respondieron- le dejamos el paquete entero. También íbamos a saborear un vinito, pero no nos alcanzó el tiempo. El “Arte” está primero. Queríamos terminar la pintura. Ni siquiera abrimos la botella. Se la obsequiamos.

-¡Mil gracias! Dijo el hombre. Ahora suban a sus bicis, prendan las luces y regresen a sus casas. Yo estaré mirándolas mientras se alejan. Vayan tranquilas.

Yo, su tío Mario, las estaba esperando en el frente de la casa, desesperado, a punto de llamar a la policía.

-¡Tío, no te enojes! Nos copamos con el paisaje y la pintura. Llegamos sanas y salvas. Menos mal el guardaparques nos ayudó a desarticular el caballete y guardar las cosas porque ya era de noche.

Sentí un mareo y caí desmayado. Me desperté una hora después, con el doctor del pueblo a mi lado. “¿Se siente bien? Solo tuvo un susto grande. Sus sobrinas lo trajeron a la guardia”.

Recordé todo y grité: “¡El salto Soberbio no tiene guardaparque!”

Mientras tanto, en la cueva, al lado de la exuberante cascada, el Pombero había recobrado su identidad de guardián de la selva, mientras fumaba su cigarro y saboreaba un Malbec de bodegas mendocinas.

Andrea Reyes

Reyes es docente, miembro del Grupo Literario “Buscapalabras” de Puerto Esperanza, Misiones

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