La corrección

domingo 22 de mayo de 2022 | 6:00hs.
La corrección
La corrección

La noche se mostraba oscura como pocas veces, se alcanzaba a escuchar el rumor cadencioso del agua en el pedregoso lecho del arroyo sin nombre, que a metros iba a desaguar en el arroyo Paraíso, y los músculos llamaron al sueño.  En el momento en que el sol prometía llegar, Vicente Amarilla avivaba los tizones de canelaviado en el fogón del campamento, iniciando la liturgia mañanera de los montaraces. Inmediatamente, apurados para aprovechar el buen tiempo, enfilaron por el rumbo principal que los llevaba al lote que habían dejado la tarde anterior, en un tren de bueyes, cachapé, montaraces, bueyes, cachapé y otra vez hombres.

   Antes del mediodía, al intentar palanquear una tora de guatambú, Alcides Amaral avistó miles de hormigas, quizás millones, prácticamente la habían cubierto; era la punta de una gran corrección que avanzaba por ese sector del monte. Sin pensarlo Alcides gritó:

¡La Corrección, escuchen a la Corrección!

  Más que verla escuchó su característico ruido, semejante a la mezcla de zumbidos y ronroneos que se juntan con los mínimos estrépitos de miles de rasgaduras de hojas secas y chillidos de insectos, en los últimos e inútiles movimientos por salvar sus vidas retorciéndose en la hojarasca del húmedo suelo:

¡Si, “baita” — (inmensa) Corrección! —Lo confirmó Federico y propuso un retiro prudencial.

Vamos para atrás, hasta el trillo; vamos a esperar una hora y volvemos.

  Todos los montaraces presentes conocían la Corrección, en algunas oportunidades fueron visitados en sus casas por esa masa móvil de hormigas que avanzaban sin ser detenidas por nada y por nadie. Les impresionó que en esta oportunidad fueran de mayor tamaño que las que habían conocido; estas subían y bajaban de cada rama; movían las hojas de los arbustos y las que estaban en el suelo; cuises, ratones, pichones de aves y hasta algún descuidado pajarito no tuvieron la menor oportunidad de escapar, fueron envueltos en un manto de hormigas y se transformaron poco a poco en una bola irregular y temblorosa por los estertores finales de las víctimas, antes de convertirse en su alimento. Era la marcha de un voraz ejército de mínimos soldados que inexorablemente limpiaba y fagocitaba todo lo compuesto por materia orgánica devenida de insectos y la fauna, que encontraban en su camino.

   Una hora después, no existían indicios de su paso. Alcides dijo con entonación solemne, que si una persona permanece absolutamente quieta, la Corrección lo envuelve todo y no lo daña, sigue su marcha; aunque ninguno de los compañeros pretendía hacer esa prueba, ni siquiera el mismo Alcides, como lo reconoció en medio de risas y cargadas.


El relato es parte del libro  “Federico Batista matador de tigre”. El autor ha publicado además Nevada en Oberá (cuentos)

Ricardo Argañaraz

 

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