Pinceladas de historia

Bandidos sociales

domingo 15 de mayo de 2022 | 6:00hs.

En un artículo anterior comentábamos sobre las leyes represivas del gobierno de Corrientes durante el siglo XIX para perseguir a los “bandidos sociales” como los llama Eric Hobsbawn a aquellos vagabundos, probablemente muchos de ellos de ascendencia guaraní-misionera que no se habían adaptado a la cultura y las leyes del gobierno de Corrientes al que debieron incorporarse después del abandono de las Misiones en los tiempos del artiguismo.

 Esta legislación, en favor de los terratenientes, ataba a peones y familias a su dominio y con ello conseguía su lealtad.  Al Estado esta decisión le permitía controlar la seguridad interior de su jurisdicción, en épocas de fuertes demandas libertarias, especialmente de las clases populares. Este sistema con el tiempo se fue degenerando en una lealtad de tipo política que transformó a la peonada correntina en protagonistas fundamentales de las graves disputas electorales entre liberales y autonomistas, principales partidos ligados al poder ganadero de la provincia. La rica historia de este género gauchesco transformó muchas veces las acciones ilegales de estos bandidos sociales en símbolos populares.

El problema más serio lo constituye el contexto cultural de éstos. Por un lado es imposible saber si estos pobladores tildados de menesterosos eran concientes del delito que cometían. Los archivos oficiales no muestran el pensamiento de los desarraigados. Por lo tanto, la vida errante, tan perseguida, se transformó en un atractivo género de vida de muchas familias. Los Comandantes Militares, al igual que los Alcaldes de Hermandad (Jueces de distritos), eran seleccionados en los mismos pueblos, generalmente por la relación que éstos poseían con el poder político central. De este modo, los cargos políticos y judiciales estaban en manos de los más importantes propietarios de tierras. Así, el ejercicio de la justicia con la población vagabunda, era manejada por los propios afectados. 

No obstante, a pesar de estas rigurosas leyes, el problema de los menesterosos continuó a lo largo de todo el siglo XIX y derivó en mitos y leyendas populares que transformaron en héroes populares a famosos “bandidos sociales”, en permanente enfrentamiento con la justicia provincial. “¿Porqué fueron sacralizados?, ¿Cuál fue la significación de sus muertes?”.

Isidro Velásquez, nacido en una isla del Iberá, en los esteros del Santa Lucía fue muerto por una partida policial numerosa en el Chaco, después de años de persecución. Se decía que poseía una fuerza inmanente que lo libraba de la acción de las balas. Después de ser acribillado, se arrastró en largo trayecto hasta un árbol que con el tiempo se transformó en un lugar de culto. El Gaucho Antonio María fue muerto por otra cuadrilla en una isla del Iberá, en el paraje Ñu´py  donde vivía, cerca de San Miguel después de haber dado muerte a su compañera, embarazada supuestamente de un amante, soldado de la policía provincial y también a éste. Al pie del timbó donde fue muerto se levantaron varias cruces y se llamó al lugar Curuzú Jethá. Cada tres de mayo (Día de la Cruz de los Milagros, una de las principales celebraciones religiosas de Corrientes) se concentran los peregrinos, sobre todo enfermos que le piden cura. Francisco López, quien diera muerte a unos forajidos cuando iba en busca de auxilio para su mujer parturienta, fue capturado por policías, maniatado contra un árbol y degollado. Dicen que en ese mismo momento su sangre produjo efectos milagrosos en las propias manos de sus victimarios, curando a uno de una parálisis y a otro de un mal en los dedos. Al pie de ese árbol hoy se levanta una ermita que nuclea a sus devotos. Acaso el más famoso de los “gauchillos” correntinos, Antonio Gil, se dice que desertó del ejército, durante la Guerra del Paraguay, porque escuchó al dios guaraní “Ñandeyara” que le indicó que no derramase sangre de sus semejantes”. Lideró una banda de cuatreros y, detenido por las fuerzas policiales, el 8 de enero de 1874, cerca de la ciudad de Mercedes, lo colgaron por los pies de un algarrobo y le cortaron el cuello. A la cruz que se colocó en el lugar, a la que acudían miles de prometeros, se la trasladó al cementerio de Mercedes. Pero una serie de calamidades que comenzaron a ocurrir al dueño de la estancia donde estaba anteriormente enterrado el Gaucho Gil, hicieron que la cruz fuera nuevamente colocada en su sitio inicial. Como el Gauchito murió boca abajo, las velas hay que prenderlas para abajo, según indica la tradición. Cada 8 de enero multitudinarias peregrinaciones, a pie, a caballo y en diversos medios, desde todos los puntos del país, se acercan al “santuario del Gauchito”, donde se celebran fiestas, domas, cuadreras, juegos de tabas, etcétera.

Y como los nombrados hay muchos casos más: el “mencho” José, “Tuquiña”, el “gaucho” Lega, Aparicio Altamirano, y tantos otros forman parte de este santoral popular correntino que hoy, como desde hace un siglo, provoca un hechizo en el colectivo popular. En todos los casos hay un símbolo en común, fuera de lo propiamente característico de “gauchos” luchando contra la Justicia y las autoridades policiales. Ese símbolo es el árbol. Siempre hay un árbol en estas míticas muertes. Mircea Eliade dice que el principal significado del árbol es el de “la idea de la renovación periódica e infinita, de regeneración, de fuente de vida, de inmortalidad y de realidad absoluta”. Y ello se enlaza íntimamente con los supuestos poderes, que, según Eliade constituye una “kratofanía”, una manifestación de fuerza, que puede ser transmitida a partir de símbolos como el del árbol o la cruz, enterrada a sus pies. El árbol, indica Eliade “…no es adorado en cuanto tal…lo es precisamente por el hecho de “mostrar” algo que ya no es un árbol, sino algo sagrado”.

La consideración de santos de estos personajes míticos de la tradición correntina transgrede las normas canónicas de la religión católica, pero su legalidad la otorga el propio pueblo quien, en definitiva es quien resguarda a sus héroes y sus símbolos.

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