Escape

domingo 15 de mayo de 2022 | 6:00hs.
Escape
Escape

Sí, me siento estúpido y ridículo, llorándote en el portón, fumando nervioso y mirando hacia ambos lados de la calle, como si existiera alguna posibilidad de que vuelvas. Debí dudar de tu egoísmo desde el primer momento, o sea, desde aquel maldito día que nos encontramos bajo esa lluvia que ahora maldigo, porque fue la que ablandó mi corazón, y que me hizo verte así, tan linda y mojada, irresistible. Si no hubiera llovido ese día, nunca te hubiera dejado quedarte. Pero no sólo te abrí la puerta de casa. Te ofrecí de comer, de beber, te animé a que encontraras placer y calidez entre las paredes  de casa.

Te acomodaste rápido. Debí intuir que la comodidad era tu religión. Poco a poco, con tu suavidad, tus modos delicados y la dulzura que a cuentagotas me mostrabas, me fuiste envolviendo. En un momento, saciada de todo, simulaste un primer adiós. Pero sabías muy bien que yo ya estaba enganchado. Que no te iba a dejar ir. Y eso fue mi otro error: convencerte.

Qué astucia tuviste para jugar tan perfectamente tu juego de distancia. Por momentos, nos entregábamos a las caricias y de un instante al otro, te alejabas sin que pudiera yo entender el porqué de esos cambios bruscos de humor. Comencé a estudiarte, respetando la lejanía que proponías cuando nada de mí necesitabas. Te observaba.

Entendí que en tu pasado  (como llamo a todos los sucesos que transcurrieron desde tu nacimiento hasta tu llegada a mi vida) hubo violencias y penurias.  Incluso ese día lluvioso de la primea vez, temblabas, vaya a saber de dónde venías, nunca lo supe.

Tus ojos: el tono  exacto de la melaza que alguna vez vi cocinar a los baqueanos de un pueblo que no recuerdo. Hermosos, hipnóticos. Pero tristes. No te voy a mentir. Era allí, en tus ojos, donde me gustaba perderme cuando volvía tarde del trabajo y alterado por las miserias de la vida laboral. Eran mi calma. Disfrutaba mucho más contemplar tus ojos, que el contacto físico que poco a poco, esquiva,  me fuiste retaceando hasta convertir esa apatía en costumbre.

 Siempre viví solo. No quería una relación. Menos una como ésta. Mi rutina y mi refugio hogareño constituían mi felicidad. Tenía aquí, todo lo que creí necesitar y merece: un jardín, silencio y pájaros que cada tarde visitan el patio.  Desde que llegaste y más aún desde que te fuiste, nada de eso significa nada.

Me convertí en esto. Un ser que espera algo que no va a suceder. Una persona incompleta y alterada. Es decir, me convertí, por tu culpa, en lo que siempre odié. Yo era libre hasta que llegaste. Ahora que te fuiste, padezco la soledad. Qué tremendo error fue cuidarte y quererte.

De algo estoy seguro: te fuiste por voluntad propia. No sé cómo, pero tengo esa certeza. Vos te escapaste. De mí, de lo que teníamos. Y es por eso que no voy a salir a gritar tu nombre por las calles ni a pegar carteles con tu rostro. Lo que voy a hacer es deshacerme hasta del último objeto que me recuerde a vos.  Voy a tirar el arenero, tus platos, y hasta tus collares. Voy a regalar el Whiskas que quedó y borrar todas las fotos que tengo con vos en el celular. Así será.

 

Inédito. Alvez nació en Posadas. Es periodista y escritor. Publicaciones: Urú y otros relatos, libro de cuentos. Y Descubiertero (cuentos).

Sergio Alvez

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