Apocalipsis gourmet

domingo 08 de mayo de 2022 | 6:00hs.
Apocalipsis gourmet
Apocalipsis gourmet

El famoso director de cine masticaba un súperpancho, las manos empapadas de kétchup, la uña del dedo meñique luchaba con un hebra de salchicha incrustada entre los dos únicos dientes que le quedaban. Como de pibe aprendí buenos modales en la mesa viendo en la tele al viejo conde Chikoff. Ah, ¿que no saben de quién hablo? Bueno, resulta que este señor era un noble rumano que huyó de la revolución bolchevique y recaló en la Argentina, fue amigo de Perón y le enseño a bailar tango de salón a Evita. Sigo. Limpié con disimulo la lluvia de saliva que me salpicó la cara con un pañuelo de lino que lucía las iniciales de mi nombre bordadas en hilo dorado. No tenía sentido que mi interlocutor se diera por aludido de que tan cerdo era y que sus series con zombis producidas por Netflix era muy malas. Tuve un berretín, ya cancelado: crear un guión con el personaje de una dama arrogante y bella, capaz de desentrañar misterios brumosos con su inteligencia implacable. Siempre estuve enamorado de Clarice Lispector.

Habíamos vivido muchos años de virus y robo de fórmulas científicas para producir vacunas infalibles que nunca prosperaron. Nada de mansiones tenebrosas, lo siniestro se refugió dentro de los hospitales. ¡Cómo había cambiado todo de un día para el otro! De una vida gourmet pasamos a morirnos asfixiados, como si el mundo fuera una gran cámara de gas. Y así fue.

Cuando el tipo dejó de escarbar su menguada dentadura, se despachó comiendo con la boca abierta:

- Aunque le parezca la más grande de las teorías conspiracionistas, la pandemia no se inició en China Repuesto de la escatológica incidencia, respondí: 

- ¿Entonces?

- En unos recónditos fogones donde experimentaban los mejores chefs del mundo. Pero aquel laboratorio culinario no se encontraba en Barcelona ni en París, sino en un restaurante de carretera regenteado por dos hermanas casi ancianas a pocos quilómetros de Madrid. Una cocina con puerta trasera por donde entraban disimulando su visita con disfraces y anteojos oscuros, grandes chefs como Ferrán Adriá, Juan Arzak o Paul Bocuse.

- Así que ¿nada de guisos orientales de murciélago?

- No. Dígame, ¿cómo es la forma que representa a la molécula del virus de la última pandemia? ¿No parece el injerto de un garbanzo con un brócoli? Pues sí, todo comenzó con una receta que cobró vida propia: Hamburguesas veganas de garbanzos y brócoli. Un plato de diseño comercializado por una startup especializada en la distribución de catering vistoso pero con sabor discutible. Quizás la filotocixidad del brócoli activada por herbicidas tóxicos disparó el virus patógeno de las leguminosas y la peste comenzó a rodar. Por supuesto que resultó mucho más a cuenta echarle la culpa a la dieta básica de roedores y vampiros de los chinos que a una simple mezcla nauseabunda que no habría pasado el control degustativo ni de un solo niño o nena en la salita azul o rosa de un jardín de infantes. Sin embargo las hamburguesas de garbanzos con brócoli fueron un éxito. Todo disparado por las aplicaciones en el celular para entrega de comida a domicilio con esos chicos que volaban en sus bicicletas jugándose la vida por dos pesos. Pero estábamos tan satisfechos con nuestros amores Tinder, los teletrabajos precarios, los gimnasios con la música tronando y los viajes en avión a cualquier parte. No la vimos venir y la muerte viral se comió el mundo.

- Usted sugiere como Jorge Alemán que ¿llegamos a esto por culpa del capitalismo salvaje? No sabíamos nada de lo que usted me cuenta. Sospechábamos que el alto consumo de chipa y tereré de alguna manera nos mantenía más inmunizados que en Europa, lo del garbanzo y el brócoli jamás lo imaginamos. Pero como dice el refrán: Si grazna como un pato y camina como un pato… es un pato. ¿Por qué vino a Posadas?

- Aterricé en Misiones para filmar una miniserie gótica y postapocalíptica con escenarios tropicales y guion de Mariana Enriquez. Cuando los vuelos internacionales se cortaron por culpa del virus, quedé confinado.

- Ahora que lo dice hace unos años leí en la revista Nature sobre el riesgo de trasplantar legumbres con la familia de las coliflores. A mí las lentejas y el repollo me sientan en un inodoro de inmediato. 

- Hubiera sido menos riesgoso expandir globalmente el mercado de sobrecitos con sopa china deshidratada de murciélagos criados en Wuhan. Pero la guerra comercial entre occidente y oriente promovió que los especialistas en zoonosis politizaran la peste y endosaran mala prensa a los roedores alados. Lo de Ucrania y Rusia fue el tiro de gracia.

El famoso director de cine terminó de zamparse el súperpancho y fue hasta un contenedor de basura, regresó con los restos de un choripán agusanado. Yo abrí mi portafolio de cuero de carpincho y saqué la última botella de champagne que me quedaba. La compartimos tomando del pico. Algo que habría matado de un infarto al conde Chikoff. Pero la estábamos pasando bien, una brisa fresca mecía la hierba fluorescente, un silencio absoluto calmaba ansiedades y en el cielo todavía chispeaban algunas estrellas. Unos pocos cadáveres brillaban muy bellos bajo la luz de la luna llena, otros no tanto. Ni el hombre ni yo pensábamos en el futuro, ya no nos importaba, nos sucedía algo maravilloso, evadirnos del porvenir con un poco de vida por delante. Escasa, la suficiente para ver las charcas burbujeantes que nos recordaban aquel río Paraná con la evaporada ciudad de Encarnación enfrente, la costanera tan parecida a Miami invadida por la maleza, aquellos inmensos bares que solían servir catraladas de papas fritas gratinadas y cervezas artesanales - ahora cubiertos de hiedras y plantas carnívoras - , los ecos espectrales del pop latino aturdiendo mientras apenas lográbamos escuchar lo poco que teníamos para decirnos, el rugir de los motores de las camionetas 4x4 y esas motos que iban a mil. Recuerdos de un pasado adolescente que creció hasta ser un hoy egoísta y nunca quiso saber nada de un mañana adulto.

Poco nos afectaba, éramos los dos últimos seres que respiraban sobre el planeta y nos quedaba aún por clavarnos media botella. Más que suficiente para mi noche final de vida terrena soñando una cita con Clarice Lispector bajo la gigantesca estatua de metal de Andresito Guacurarí, ahora hundida en un pantanal de barro del cual asomaba sólo la punta de la lanza.

Inédito. Piegari cursó estudios de filosofía y comunicación social. En Posadas se desempeñó como periodista y gestor cultural. En 2018 se publicó en España su novela Kitschfilm y el año pasado Summa Baiulus, (novela)
Carlos Piegari

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