La mesa sin dueño

domingo 08 de mayo de 2022 | 6:00hs.
La mesa  sin dueño
La mesa sin dueño

Floreciente estaba el pueblo; en su etapa de mayor prosperidad. Además de comercios de suministro (artículos de primera necesidad) habían brotado numerosos locales de entretenimiento y de ocio, algunos de ellos aptos para comer y beber.

Era tal el auge, que en el centro se dieron casos de contigüidad y plena competencia. Un bar al lado de otro, por ejemplo. Como los dos (o los tres) sacaban mesas a la calle, para captar a los consumidores paseanderos, debían valerse de algún artificio que las distinguiera. A menudo era el colorido. Así, las blancas eran de este bar; las amarillas, de aquel otro; las celestes, de un tercero. Las sillas combinaban colores, a tono con las mesas.

Recordamos, precisamente, tres bares de la Avenida: dos sobre una mano, uno sobre la otra. Los tres sacaban mesas y sillas, no sólo a su propia vereda, sino también a la plazoleta de en medio. Allí era el trajinar de los mozos, el intercambiarse chismes, el arrebatarse clientes. Los dueños disponían que las mesas quedaran separadas por un pasillo entre un grupo y el otro. Así se distinguían, no sólo por el color de mesas y sillas, sino también por la distancia. Entre los bares contiguos en la misma vereda, no había problema: cada uno las disponía, en la plazoleta, de su lado. El conflicto se producía con el bar de la otra mano, que estaba instalado justo en frente, entre uno y otro, casi al medio. Su dueño pretendía ese sitio central en la plazoleta; o sea, en medio de las mesas y sillas de sus colegas de enfrente. Lindo lío.

En general, se respetaba que el primero en salir a la palestra tuviese el sitio preferencial. Esto llevó a que iniciaran su actividad cada día más temprano. Llegaron al extremo de salir con mesas y sillas antes de que el sol se hubiera ocultado en el poniente. Exceso de celo.

Cuando se alcanzaba el punto de mayor clientela, que era, consecuentemente, el momento de mayor actividad, las mesas perdían su alineación movidas por los propios consumidores, que procuraban la ubicación más cómoda, más a gusto.

Yo solía transitar por una y otra vereda de la Avenida. Contemplaba al pasar las mesas allí ubicadas y las ubicadas en la plazoleta del medio. Un día, una tarde de calor, hube de caminar por la Avenida. Sin saber por qué, lo hice siguiendo a lo largo de la plazoleta. Andaba despacio; de modo que pude observar a los parroquianos sentados a una y otra mesa. De pronto, reparo en algo que me llama la atención: había una mesa, una sola, que no se correspondía con los colores de ninguno de los tres grupos. Más bien cabe decir que no tenía color. Era propiamente acromática. A su alrededor había tres hombres sentados en respectivas sillas, las que también se mostraban, por lo que se podía ver de ellas, acromáticas. De uno en uno, averigüé en los tres bares: a ninguno de ellos pertenecía esa mesa (por ende, tampoco las sillas). En cada uno de ellos se abrigaba la suposición de que pertenecía a alguno de los otros dos; pero no era así: la misteriosa mesa no tenía dueño.

Me propuse hacer una investigación por mi cuenta. Lo primero que comprobé es que la mesa no siempre aparecía. Demás está decir que perdí mucho tiempo en averiguar este misterio. Hasta llegué a situarme de tarde, a pleno sol, en la plazoleta, a fin de ocupar la mesa apenas apareciera (o la ubicaran) entre las demás. Todas las veces resulté burlado. O bien la mesa no aparecía; o bien surgía como por encanto ocupada por los consabidos parroquianos.

Entonces comprendí: era una nueva manifestación de los mundos paralelos que con nosotros coexisten.

Inédito 1993. Amable fue un prolífico escritor que abordó todos los géneros literarios: cuentos, novelas, poesía, ensayos y trabajos de lingüísticos
Hugo W. Amable

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