El dueño de los pájaros

domingo 08 de mayo de 2022 | 6:00hs.
El dueño  de los pájaros
El dueño de los pájaros

Era la soledad frente al gran río. Los rumores del Uruguay se esparcían por el ámbito en vertiginosas correderas borbotando sobre las piedras casi a flor de agua, partiéndose en mil formas de la iridiscencia y la espuma. Más allá, sobre las arenas, la costa del Brasil tendía su cuerpo como un paquidermo adormecido. Puerto Mauá era un caserío blanco anaranjado teñido de tierras y lloviznas. Frente a mí el color, la trementina, la tela sobre el caballete y el lenguaje vivo del paisaje misionero.

Caminos para transitar con ojos ávidos las formas del misterio, tintas ocultas en la sombra y la luz, palabras del suelo generoso. Las gigantescas raíces de los sarandíes, socavadas por las crecientes, como pulpos vegetales habitaban la playa y todo era armonía en la magia de la tierra. Sólo me dolían todavía los tres pajarillos traídos por los niños, derribados en la selva. Pensar que ya jamás volverán al bosque de sus amores esas flechas del aire que yacían heladas sobre un tronco, caído también como ellos.

-¿Por qué matan ustedes a los pájaros? –recuerdo les dijera a la runfla (1) artera de ojos pícaros, conmocionado-. ¿No saben que Dios ha puesto a las aves sobre la tierra para bien del hombre, no para la muerte? Él tiene un mayordomo que las cuida y las cuenta una a una y castiga al que las apresa o las mata. Se llama el Dueño de los Pájaros. Vela por su canto, desde que nacen. ¿No han oído que ninguno de ellos tiene el mismo sonido?, todo es parte de la sinfonía de la naturaleza. Las aves tienen madres, hermanos, novias, nidos que quedan llorando cuando ellas mueren.

- ¡Cuidado con el Dueño de los Pájaros, pues se lleva a los matadores, lejos, entre los troncos y les da de comer hongos e insectos y los convierte a su vez en otras aves extrañas del monte!

-Yapú etereí co (2) este Ramón –saltó el cabecilla, esgrimiendo su voz de jefe en miniatura.

-Ese Dueño de lo’ pájaro no existe mismo. Nosotro’ matamo’ porque queremo total jhetaite lo guirá’ (3) -aseguró con un desparpajo de inconciencia el gurí de catorce años, arrastrando otra vez a la bandada a otra aventura de la selva.

Se perdieron por las arenas hacia el túnel de fronda generosa. ¡Me duelen los animales muertos por placer! Pensar que el hombre no puede construir una simple ala, una pluma, un resplandor de los ojos de un ciervo, el relámpago de una ardilla y los mata ferozmente.

Los niños son la semilla del hombre y en la medida en que la planta crezca sana, será un árbol erguido y noble. A lo lejos se oían todavía las risas de los chicos apagándose en la hondura. El pincel corría en el rectángulo. Era la alquimia del color y el equilibrio, la proporción áurea, la intensidad de la luz en sus distintas gradaciones; desde el susurro en los apartados rincones hasta el color puro en la dimensión exacta para su destello. De pronto, fue el ladrido hacia las márgenes del agua. Me sorprendió el tono en la voz del animal. El único perro de los alrededores era el Pirayú (4), nombrado así por su color amarillento y ojos de pescado. Tenía una voz ronca y cavernosa, en cambio ésta, sonaba altísima y fluida. Pensé en un duende y me acerqué a los pájaros muertos. Cuidadosamente los oculté en la maleza observando los alrededores con cautela. El Pirayú era el guardián de nuestra casa. Atravesando el monte, a mis espaldas, la gran casona de madera convertida a medias en posada, se erguía soberbia en su estructura. Había pertenecido a Coco Alba Posse, pintor del pueblecito del mismo nombre y crecido a orillas del río Uruguay. Algún antepasado suyo creó al pueblo, añares atrás. Ahora la casona es habitada por su viuda, una bandada de niños de todas las edades, las ratas que por las noches regresan de la selva y el amor, que pervive en el recuerdo. Tiene un lenguaje de crujidos extraños en sus maderos que soportan las tormentas violentas del clima subtropical.

En el eco lejano regresaban los gurises con otras piezas cobradas al monte, pájaros despanzurrados y la mortífera honda en ristre. Entonces, con la mejor expresión para el asombro y brotado de misterio, les salí al encuentro:

-¿Oyeron ustedes ese ladrido yaguá-i (5) allá abajo, casi sobre la costa?

-Sí... lo oímos -dijeron como cosa sabida.

-Así que no creían en el Dueño de los Pájaros... escuchen... -noté que algunos se aproximaban con ojos interrogantes.

El Roba Mbeyú (6) se sentó casi al pie del caballete, sigiloso; El Cambacito corriéndose de a poco se instaló casi sobre mis pies. El único que permanecía impávido era el cabecilla.

Me lancé nuevamente al ataque frontal:

¿Han visto lo que ocurre cuando uno mira hacia delante y por el rabo del ojo presiente que algo se mueve a los costados? Bien, yo observaba el río concentradamente, pintando, cuando noté que algo se movía y desaparecía entre los raigones de la playa, rítmicamente. Giré de pronto la cabeza y alcancé a sorprender la cola blanca de un perro que se ocultó velozmente tras del árbol. Reapareció el animal y tras de él, el hombre. Tenía la dimensión de las raíces del Sarandí y caminaba con pies descalzos, arremangado en los tobillos del pantalón -como los pescadores- sombrero de paja y ojos de diablo.

El círculo de los gurises se cerraba cada vez más, expectante.

¿Quem mató esses pasarinhos? -me lanzó como un viento entre los labios. Observé entonces que llevaba una barba oscura y rala, bigotes indios, nariz de pájaro y un extraño olor a caburé sobre la piel.

Los gurises, que recién notaban la falta de las avecillas, comenzaron a ponerse sombríos.

-No sé señor- le engañé temeroso

- ¡Eles fizeram… os garotos danados!- aseguró.

-No sé señor -le repetí acorralado.

-¿E vocé, que está fazendo aquí na Praia?

- Soy pintor, señor, y me llevo un recuerdo del paisaje, nada más...

 -Mmmm, eu vou dar uma olhada ne seu trabalho- y a grandes zancadas se situó a mis espaldas.

El perro mostraba de a ratos los colmillos verdosos de musgo, como el que ha comido extrañas yerbas y volvía a mover, desconcertado, la cola.

-¿E pra onde fugeram esos bandidos? -soltó de pronto como el trueno que llevaba el río.

- Pienso que para allá, señor -volví a mentirle, respetuoso, señalando la dirección contraria.

- Eu vou tras eles -me dijo súbito lanzándose por las arenas. Observé que mis vellos se erizaban lentamente al comprobar que no quedaban rastros de los dos sobre la playa. Perro y duende volaban a pocos centímetros del suelo. ¡Comprendí entonces que había estado con el Dueño de los Pájaros! Uno de los niños tenía aprisionada una de mis manos y el chiquitín se refregaba en otra de mis piernas, protegiéndose. En todos habitaba el temor y el asombro.

 -¡Yo no fui el que mató ningún pájaro! -estalló Cambá Bolsa escondiendo la honda delatora.

-Mi mamá es amiga del Pombero y suele venir de noche a llevar caña y tabaco del mortero -saltó Miñoca Hú encendido.

-El que tiró a los pobres pajaritos fue el Romualdo -aseguró el primero quitándose el lazo del cuerpo.

-Pero el que los sacó del monte fue Yaguá Pirú -refiriéndose al líder, acusaba otro con ojos congestionados.

Aquél, sacudiéndose el encantamiento y con voz autoritaria, intentó recobrar su condición de mando.

-Eso e mentira, chamigo... un cuento viejo, inventado. ¡Neike la gurisada!, ¡agarren la honda y vamo’ detrás del guirá, que hay mucho! A mí no me impresiona el cuento...

Uno a uno fueron poniéndose de pie, el mayor los acicateaba enarbolando su poderío sobre el temor que rápidamente se disipaba en los niños. Con la terrible arma en ristre volvieron a desaparecer en la floresta. Continué mi obra sumergido en la problemática del color por un buen rato con la sensación de un primer fracaso en mi intento pedagógico.

El Uruguay traía el resplandor del día muriente sobre la espuma. Puerto Mauá declinaba lentamente su esplendor sobre la costa brasileña y un silencio de templo crecía dentro mío. Largo rato detuve mis ojos en el regusto del trabajo, apartándome del cuadro y volviéndolo a contemplar en la búsqueda del equilibrio último. El día cansado apagaba sus lámparas.

De pronto, el grito gutural, lejano, como de un extraño pájaro fue creciendo desde la hondura como un viento, agrandándose, cobrando forma de alarido... uuj huhuuuuÕµÕ½... uujhuuuuu... Perdiéndose en decenas de sonoridades por el eco de una catedral oculta para volver a comenzar misteriosamente más cerca. Confieso que algo insondable me crecía por el pecho. ¿Sería verdad lo del duende o sin proponérmelo había penetrado en una dimensión secreta del paisaje? ¿Podría la imagen convocada por la mente haber cobrado forma en la energía vegetal, pariendo al misterioso ser?

En el silencio tenso, con los sentidos puestos en cada latido de la naturaleza, pude sentir el pulso de mi propio corazón. Permanecí en acecho, expectante, unos segundos que semejaron horas hasta que estalló de pronto el tacuaral.

Un tropel de cuerpos lanzados contra las cañas, un viento incontenible, el ruido sordo atacando las fibras vegetales y el llanterío de los gurises que con ropas y pieles desgarradas llegaban desbordados luego de arremeter en loca estampida la maraña, fue todo uno. Arrodillado ante mí y llevando mi mano derecha hasta su corazón, me repetía el jefe entre sollozos:

-¡Es verdad... es verdad... levimo’ al Dueño de los Pájaros... nos sigue... le oimo’  por el monte!

La gurisada estremecida, aferrada a mi persona como a un tronco en la correntada no me permitía movimiento. Mis ojos recorrían el verde misterioso sin hallar señales del personaje. Todo era estático, denso, natural como los remolinos que luego de la convulsión desaparecen espejando el cielo. Las correderas repetían su letanía de agua. Puerto Mauá era una sombra verdosa, fundida, lejana... y lejos de la playa, donde la vista se hace horizonte, una figura con un perrito blanco desaparecía... lentamente en la bruma dorada, sobre las arenas... flotando.

1) Runfla: (regionalismo misionero.Camarilla, banda.

 2) Yapú etereí co: (guaraní) Muy mentiroso.

3) Jhetaite lo guirá: demasiados pájaros hay.

4) Pirayú: pez dorado.

5) Yaguá-í: perro pequeño.

6) Rová Mbeyú: cara chata.

7) Mbeyú: torta de almidón.

El relato es parte de Cuentos Misioneros, Antología de relatos breves de la provincia de Misiones (2004). Ayala es músico, escritor y artista plástico.
Ramón Ayala

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