Perdiendo la inocencia

domingo 24 de abril de 2022 | 6:00hs.
Perdiendo la inocencia
Perdiendo la inocencia

La siesta del domingo no era una verdadera siesta, porque el sueño no alcanzaba la profundidad de los otros días en que los cuerpos agradecían esa pausa. Era más bien una antesala a los preparativos que implicaba la salida a la misa de la tarde, previa recepción de visitas de alguno de los habitúes. Para Doña Rosa era parte de su rutina ese listado interminable de rituales que significaba participar de la vida social del pueblo, que se iba convirtiendo en ciudad y rodeando la propiedad que alguna vez fuera una estancia.

Mantenía a la mulata Gloria en permanente pie de guerra desde muy temprano preparando el desayuno, el almuerzo y la merienda, que ese día eran especiales. Para la sirvienta eran especialmente cansadores, pero no había lugar para quejas en la órbita de la señora, bien lo había sabido su esposo que por eso también se debía haber muerto, como comentaba la cocinera Ruperta a quien debía auxiliar la morena.

Rosita en cambio parecía ajena a todo, encerrada en su cuarto de la planta alta, creía que los cuentos de las princesas en la torre eran verdaderos y un príncipe llegaría en su carruaje a rescatarla. Sus grandes ojos verdes pasaban horas fijos en el espejo mientras peinaba su largo pelo, soñando con que una mano masculina los rozara.

Había nacido el primer día del año 1920 y a sus dieciséis recién cumplidos sentía bullir por dentro los ardores propios de la mujer que ya se encaminaba a ser. Pero todavía no había formalizado un noviazgo, los candidatos que a ella le agradaban eran rápidamente repelidos por su madre que nunca terminaba de aceptarlos y los que estaban autorizados no le interesaban en lo más mínimo.

Esos domingos sabía que la visita de Doña Eduviges era infalible y con ella la presencia de Luisito, su eterno pretendiente según los dichos de su madre. Desde su ventana veía llegar por el camino el sulki que los traía y siempre criticaba los vestidos sombríos de la señora y el aire estúpido del hijo, que a pesar de ser dos años mayor que ella, obedecía a su madre en todo.

- Parece medio raro ese muchachito- había escuchado comentar a su padre cuando lo miraba jugar con ella y sus muñecas, bebiendo tazas de té imaginario sentados en el patio.

Pero él ya no estaba junto a ella, más que en esos recuerdos que se colaban en la cotidianeidad inamovible de las rutinas de la casa. Lo extrañaba a pesar de que se había ido alejando a medida que su niñez hacía lo mismo, dejándola en la soledad de adolescente sin complicidades.

Un rato después bajó decidida a dar su saludo y, como esperaba, ellos la recibieron mostrando gran interés.

- Buenos días Rosita, Luisito ya estaba impaciente por que vinieras- arrancó Doña Eduviges.

- Buenos días, me alegro de verlos por acá de nuevo, los domingos no serían domingos sin su presencia- respondió educadamente.

El muchacho se adelantó y tímidamente entregó un pequeño ramo de flores que ella recibió encantada.

- Decíle que está muy linda- intervino Doña Eduviges, ante la falta de palabras de su hijo para acompañar la ofrenda.

- Estás muy linda hoy Rosita- repitió el muchacho, transpirando dentro de su traje oscuro.

- Bueno muchas gracias, por las flores y por el cumplido, voy a ponerlas en agua para que se conserven ¿Querés acompañarme a la cocina?

- Andá hijo ayudala a la Rosita con eso- contestó la madre a la interrogante mirada de Luisito.

Las dos señoras miraban complacidas a los dos jóvenes perderse tras la puerta.

- Que lindo sería si los chicos se pusieran de novios.

- Hay sería hermoso- dijo doña Rosa extrañada.

Se asombraba de que su hija volviera a tratar tan amablemente al hijo de su amiga de toda la vida, desde que había dejado la niñez ella lo ignoraba completamente. Las familias de ambas eran de las primeras en asentarse en la zona y estaban unidas por años de amistad y varios lazos familiares que se habían formado a lo largo de las generaciones, pero este parecía que no se iba a dar.

- ¿Luisito me puede acompañar a buscar unas flores para llevar a la iglesia?- interrumpió alegre Rosita, asomada a la puerta de la cocina.

- Si hija, pero no demoren mucho que en un rato salimos.

- No se preocupen, volvemos enseguida.

Las señoras se miraron sorprendidas y pensaron que tal vez si podría pasar algo entre ellos, pero no le prestaron demasiada atención porque estaban muy entusiasmadas con los últimos chismes sobre casos de infidelidad pueblerina.

Varias veces debió llamarlos Gloria a los gritos en el patio, se habían metido al monte que rodeaban la propiedad por el lado sur y no regresaban a pesar de que estaba oscureciendo y las mujeres se impacientaban subidas al sulki.

Las visitas se repitieron, incluso durante la semana se hizo más asidua la presencia de doña Eduviges, siempre acompañada por su hijo, listo para llevar las mujeres a la misa de la tarde. Pero antes de salir, siempre había un paseo de los chicos con diferentes excusas.

Hasta que de pronto, para sorpresa de su madre, Luisito empezó a poner pretextos para no acompañarla en las salidas a lo de doña Rosa.

- ¿Le pasa algo a su hijo que no viene más a visitarme?

- No, él anda bien.

- Hace días que no lo veo.

- Anda con muchas cosas que hacer preparándose para ir a estudiar a la ciudad.

Rosita enmudeció con la respuesta.

- Voy a salir a tomar aire al patio- dijo sintiendo un nudo en la garganta.

Las mujeres la vieron salir y comentaron sobre la extraña actitud de los jóvenes, pero después se conformaron afirmando que eran propias de esa edad las contradicciones, sobre todo en los temas del corazón.

Al rato escucharon los gritos, primero lejanos y después más próximos hasta que Gloria irrumpió en la sala, con el susto pintado en el rostro.

- ¡Señora, señora! Venga a ver que algo le pasó a la señorita.

Salieron de prisa hacia la galería, siguiendo los pasos apurados de la mulata hasta donde estaba Rosita semidesvanecida en uno de los sillones de mimbre.

- ¿Qué te pasó mi hija?

- Me atacó madre, quise escapar pero no pude, me rompió el vestido y me retuvo hasta someterme.

Las mujeres miraban horrorizadas las ropas rasgadas y el llanto iba invadiendo sus rostros.

- ¿Pero quién fue hija? ¿Pudiste verlo bien?

- Era bajito y peludo, la piel no era como una persona y tenía los pies al revés, con los talones para adelante. Pero lo que más me asustó fue su …

- ¿Qué fue hija? Contestá.

- Su…su….miembro que era gigante.

- ¿Te lo mostró?

- Si y me lo hizo tocar, lo tenía enrollado en la cintura, después me tiró al suelo y….-

Rosita se cubrió el rostro con las manos y las lágrimas rodaron por sus mejillas con arañones y cayeron sobre la pechera rota de su vestido.

- Bueno hija vamos a llevarte a tu cuarto y llamamos al doctor para que te vea.

Se puso de pie ayudada por la mulata que la acompañó por las escaleras hasta la planta alta y regresó ante el llamado de la señora.

- ¿Vos sabés quien la atacó? ¿Viste algo?

- No señora, pero por lo que ella cuenta debe ser el Curupí que anda de nuevo.

El silencio las cubrió al recordar el caso de hacía unos años que había sucedido en la zona, con varias chicas atacadas y que nunca se pudo detener al agresor. Todo llevaba a pensar que podría ser una nueva incursión del monstruo del que tantas historias habían escuchado desde niñas.

- Andá hasta el pueblo y avisen al doctor y al comisario que vengan urgente para acá.

- Mi sulki las va a llevar, llámelo a Ramón para darle las órdenes- intervino Doña Eduviges.

Y salió el carro a toda prisa hacia el pueblo, regresando al rato con el doctor y la custodia de un policía que los acompañaba en su caballo. El profesional estuvo con Rosita y constató en una revisión superficial que los daños no eran graves, pero que tenía un gran susto. Mientras tanto, el policía recorrió el lugar donde habría sufrido el ataque, pero tampoco halló nada que le pudiera servir para la investigación, ni siquiera huellas. El caso quedó sin resolverse, pero al poco tiempo se comenzó a notar una incipiente panza que iba creciendo en la víctima del misterioso ataque.

- Ojalá que sea una guaina (1) así se va a salvar, sino va a tener también la maldición- repetía Gloria, que cada vez que la veía se santiguaba tres veces.

Y los temores se disiparon a los siete meses, cuando el llanto de una niña completa y normal sacudió el silencio de la casona. Todos estuvieron aliviados y hasta contentos, menos Rosita que lloró amargamente cuando recibió la visita de Doña Eduviges que venía sola y con la noticia de que su hijo se había ido a Buenos Aires para continuar los estudios.

Ella se recuperó y siguió mirando desde su ventana los carruajes que llegaban hasta la entrada, pero Luisito nunca más volvió a pisar el pueblo.


El Curupí

El mito fálico en la cultura guaraní está representado por este ser, que representa el mito de la abundancia, de la multiplicación de la especie. Originalmente recibe el nombre de Curupiré (2) y era un demonio menor, está representado como un hombre pequeño, de piel escamosa y con orejas en punta, otra particularidad son sus pies con los talones hacia delante, para que cuando camina pareciera que va cuando en realidad vuelve. Pero su mayor rasgo distintivo es el miembro fálico de tamaño descomunal, que lo lleva enrollado en la cintura y con él puede embarazar mozas a la distancia. La hora de la siesta es su preferida para acechar a niños y doncellas desprevenidas que puedan andar vagando por sus dominios.


1 Niña.

2 Curú: escamosa. Piré: piel. Indicando la rugosidad de la piel de este ser.

Jorge Lavalle

El cuento es parte del libro Releyendo mitos. Lavalle tiene publicado además Sarita (novela), Andrés y la Melchora (novela), Argentina 78, el otro mundial (cuentos) entre otros

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