El dormitorio de las crisálidas

domingo 10 de abril de 2022 | 6:00hs.
El dormitorio  de las crisálidas
El dormitorio de las crisálidas

“Ahora no sé si soy un hombre que sueña que es una mariposa, o si soy una mariposa, que sueña ser un hombre”
(Chuang Tzu siglo IV a.C.)

De lejos la vieja parecía una bruja ¿y si de cerca era una bruja? Toda su apariencia y longevidad apresuraban esa sospecha, aventando el hecho de que también hay brujas jóvenes, aunque de preferencia sean princesas o la bella hija de un molinero.

Pero, la vetusta encorvada de pelo ceniza desgreñado, vestida con un batón raído, que ceñía una suerte de piola trenzada, sugería aprontes de aquelarre. Su escoba voladora no estará muy lejos, pensé; y el agua hervirá en un caldero de guisantes con sapos, murciélagos y piel de culebra con orín de yegua en celo. A su lado un perro bebía con mucha sed moviendo la cola. La anciana llenó sus dos baldes y se incorporó con dificultad pero con firmeza. Entonces el can comenzó a ladrar haciendo girar a su dueña hacia donde yo estaba. Aunque me miró sin verme tuve un poco de miedo y mi rugosa tranquilidad se vio perturbada por un mundo comenzó a zumbar de nuevo.

Poco antes me encontraba sumergido en el remanso con lustral fondo de piedra oscura del arroyo Paraíso, en la reserva de biósfera de Yabotí, saboreando el atardecer de libélulas transparentes, sin apenas moverme. Recordaba ¿o imaginaba? que en algún momento estuvimos así nueve meses; seguros, tibios, flotando en la dulce paz del vientre y que éramos frágiles como un huevo sin cascaron. Mis hermanas me contradicen afirmando que eso ocurrió en apenas una o un par de semanas. Pero ¿cómo creerlas si de día piensan una cosa y de noche otra?

La vida apenas dura algunos suspiros largos o cortos y la que más tarda en gestarse es la que más persiste, nos trae al mundo a contabilizar las horas que no habrán de perdonarnos “…las horas que limando están los días, los días que royendo están los años”.*

En este lugar de Misiones, en la provincia profunda, libre de turistas y otras plagas, el monte y los arroyuelos se extienden sin signos de presencia humana por decenas de kilómetros. Sólo hay selva, agua, mariposas, peces, aves, ciervos y tigres, pero, éstos feroces siempre están lejos y no se dejan ver gratuitamente; nos tienen más miedo que nosotros a ellos. Y con razón.

Y paz. Mucha paz. Aquí la tranquilidad se expande y las aflicciones se contraen hasta desaparecer; basta con un suspiro o un aleteo. La paz diferente del día y la paz diferente de la noche, difieren como el día y la noche; oscuridad que alumbra el día y luz que asombra la penumbra.

Paz es lo que al nacer venimos a turbar con dolores y plañidos. La quietud de que partimos se quiebra; revolviendo y revoloteando se altera el orden del cosmos, la armonía que rompemos para arrepentirnos. Por eso anhelamos el sosiego de los primeros instantes, “la tranquilidad en el orden *2.

Hacemos la guerra, pero siempre queremos paz. Mi madre solía decir que las dos imágenes más tranquilizadoras del universo son dos: el titubeo de una vela encendida contra el fondo de la oscuridad y un niño dormido en su cuna. “Cuando me cuesta dormir pienso en esas imágenes y me entrego a Morfeo sin darme cuenta” solía repetir, con voz suave, con delicadeza de mariposa que pliega sus alas.

Nada se movía. El viento había dejado de acariciar a las hojas y el agua corría por debajo dejando en la superficie un espejo pulido que duplicaba un cielo naranja recortado por los desafilados serruchos del monte negro. En esas horas, las piedras cercanas al agua ya no se poblaba de colores móviles y batientes; los pétalos que vuelan aman el sol y se cierran por las noches en un lugar secreto nunca develado.

Hasta que ladró el perro.

Me acomodé entre las piedras a mirar y escuchar el gorjeo de las corrientes voladoras y el murmullo de las aves transparentes, el fresco de la tardecita, el oscuro verde que la selva extinguía con pereza. La paz es un agua que corre sin diques en que las piedras se entrometen para añadir murmullos. Oscurecía y el perro seguía ladrando.

Pensaba en el origen, el principio, la tenue forma de todos los comienzos; la vida informe de la inocencia larval, el conmovedor ritmo de los latidos inaudibles, la fragilidad escondida por membranas endebles, la cubierta de cascaras delicadas, los niños que tienen la conciencia vacía. Preferimos decir que la tienen pura pues tampoco podemos afirmar que no tienen conciencia. Por eso los niños duermen un dulce sueño tranquilo “…y se pliegan en la noche en un lugar secreto nunca develado”. Qué dulce es el sueño de una conciencia tranquila. Qué apacible y muelle el lecho que cobija un cuerpo que al final del día reposa del agotador trajín, de las agitaciones cumplidas con los brincos, la pelota, el néctar, las flores y los azarosos aleteos. Qué bello el dormir del que no sufre a cuenta, de quien se desvanece al tumbarse en la litera, al que nada inquietará al despertar, salvo el sol, el agua, la sal.

La oscuridad se hizo más oscura, las sombras más pesadas, el silencio más espeso. La vieja se había ido y a su paso quedaba un reguero brillante en el trillo. La seguí despacio, por curiosidad y por hábito. Cerca de su rancho había muchas planchadas de rocas lisas acolchadas con musgos cenicientos, el lecho de un arroyo pedregoso que sólo existía con las lluvias torrenciales y un jardín lleno de flores rústicas con algunas rosas de pétalos herrumbrados.

Dejó los baldes en el piso y comenzó a verter en ellos mosto de caña dulce recién exprimido. Luego, para mi sorpresa y mi alegría, comenzó a regar las piedras con el dulce brebaje.

Ya es hora de descansar. Mañana tempranito, antes que salga el sol, habrá que adelantarse a las melindrosas abejas, las negras cabichu-í, las incisivas lechiguanas, las innocuas camoiatí, las temibles avispas coloradas, las menudas yate-í y todos los colores alados que se posen sobre los cristales de azúcar untados con rocío. En la selva misionera, el desayuno es una fiesta.

Pero a los sapos no nos gustan las cosas dulces; preferimos las moscas, los mosquitos y efímeros insectos locos por el néctar.

Y el perro…

Recién entonces me di cuenta; no me ladraba a mí.


*1 ”De la brevedad engañosa de la vida”, Luis de Góngora y Argote.

*2 “La paz es la tranquilidad en el orden” San Agustín.

*3 Cabichu-í, lechiguanas, camoatí, yate-í, avispas coloradas (avispones del monte misionero)

Rodolfo Roque Fessler

Inédito. Fessler ha publicado “Los blancos dientes de la aurora y otros cuentos”. Tiene en preparación otro libro de relatos.

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