La sequía

domingo 10 de abril de 2022 | 6:00hs.
La sequía
La sequía

Los rayos del sol eran llamas sobre el monte. Las cabezas de los colosos se agachaban ante el fuego del cielo. Los corpulentos guatambúes arqueaban sus troncos buscando sombra.

Los tiricas, antas, yaguaretés y los tatetos, dejaban estela de babas, arrimándose a las aguadas. Las ramas tenían un tono quejumbroso ante la desesperada huída de los animales.

Toda la selva era un gemido. Un solo eco de seca llenó el ambiente de angustia.

Los machetes resbalaban sudor sobre la maleza y las hachas calientes sangraban los árboles llenos de savia.

El viento norte zumbón y pesado y lleno de polvo y hojas secas, mordía las carnes de los hombres y los llenaban de cansancio. Era un viento sofocante, anticipo de yarará enloquecida y mal humor. Viento que hacía destilar veneno a las ñanduríes y a los kuimbaés (hombres).

Los perros de los mensúes del obraje le ladraban a la luna que estaba apretada por un círculo de seca.

Los cururúes (sapos) desde los charcos croaban agua y los mitaíes (niños) del rancherío, a latigazos los ponían panza arriba para ablandar a Ñandeyara (Dios)

Los mbarigüíes, molestos y pegajosos sobre la piel sudada, a lancetazos abrían bocas. Eran nubes oscuras, deseosas de sangre humana. En escuadras preparaban sus certeros ataques, antes de que el brazo del hachador cayera sobre el tronco. La picada mostraba su herida roja, blanda y chamuscada por el ambiente ardiente.

Tres meses sin lluvia. El trabajo en el obraje se hacía penoso e intolerable.

Diez hombres sobre los piques hachaban en el monte. Los gigantes de la selva caían vencidos ante la profunda herida que les seccionaba el tronco.

Arrastraban con un estrépito ensordecedor a los arbustos de los alrededores en medio de los sapucay de triunfo.

Cerca del Piray empezó el incendio. Los árboles resecos comenzaron a arder con el sol de fuego. El incendio se extendía. Otra lengua avanzaba sobre Monte Carlo. Toda la mensusada sobre la picada roja, el domingo, día de la Virgen, pasearon la imagen de María, leguas y leguas.

Con 40º de infierno sobre el cuerpo, a las 14 hs para que la Virgen sienta en carne propia los efectos del calor, recorrió la procesión desesperada toda la selva. Imploraban, en medio de oraciones a la virgen: ¡Amá! ¡Amá! (lluvia, lluvia).

Al día siguiente, como si la Virgen María hubiese sentido la desesperación de la seca, gruesas gotas golpearon sobre el monte seco.

Enseguida una cortina apretada de lluvia blanca cubría el monte y las picadas y el rancherío todo. De los ranchos, mujeres y hombres salieron a bailar polcas de alegría y hasta los yaguáes (perros) movían contentos las colas y ladraban una tosca canción.

Después de cuatro días de fuerte precipitación pluvial, se apagó el incendio y se tranquilizó la selva.

Los arroyos cantaron fuerte y desbordaron risotadas de sus causes.

Había caminado más de cinco leguas y estaba muy cansado Amalio.

Aprovechó un claro del monte, cerca de un fresco arroyo.

Mientras, el agua cantaba en voz baja una canción de cuna, que sonaba acariciadora. El cuerpo grande se estiró sobre el cuero de oveja y fue sobre el suelo una mole pesada que no se movió más.

El monte se estaba perlando de rocío y la luna se hacía más nevosa encima.

La claridad del nuevo día comenzó a abrirle los párpados cansados.

Amalio arrimó unos trozos de ramas y preparó fuego. Dentro de una olla negra de tres patas ya el reviro estaba caliente y a punto. Con el apetito que le dio la caminata del día anterior se devoró íntegro el nutritivo desayuno.

En tres horas más ya estuvo en el obraje y el capataz que había cortado por la picada del Bora, lo estaba esperando.

-Terejh´o embaapó (Vayan a trabajar), saque de esa roga (casa) el hacha – dijo precipitadamente el capataz y se fue a controlar el trabajo de los labradores (los que preparan vigas).

Los rollizos y vigas dormían un sueño pesado, tumbados sobre el desmonte. Los rayos del kuarajhy (sol) les abrían heridas profundas hasta la médula. El agua y el fuerte sol agrietaban las maderas.

Recién se estaba apresurando el transporte de los gigantes dormidos. Los alzaprimas o diablos con sus bueyes pesados, pero de gran fuerza trabajaban sin descanso.

Las ruedas se hundían bajo el peso en la picada húmeda, dejando profundas huellas. Desde la terminal de la maestra cien piques en forma de abanico indicaban lugares donde el hacha y la sierra arrancaban a los troncos. Los bazos de acero con hacha y sierra hacían saltar trozos, dejando una corona de aserrín y cáscaras de corteza alrededor de los quebrachos, birarós, cedros y peteriby.

La selva moría lentamente. La muerte de esos colosales ejemplares debilitaba sus fuerzas. Mientras ella se empobrecía los obrajeros se enriquecían. El paso lento de los bueyes trasladaba los fuertes rollizos y vigas hasta el puerto, 25 kilómetros de marcha paciente.

Se desbarrancaban los poderosos troncos y se preparaban las jangadas sobre el Paraná. A la deriva sobre el canal, rumbo a Posadas.

Dos meses en el obraje y recibe Amalio, la orden del capataz, de presentarse al Centro (barbacuá) pues ahí lo necesitarían durante la cosecha.

La fuerza, tesón y corrección de Amalio González, lo habían conceptuado como el mejor peón del establecimiento y le querían sacar el jugo. Con la experiencia que tenía en montes. Por algo lo habían mandado llamar desde Tartagal (Salta) para un obraje. Ahí estuvo metido cerca del Puesto Buista dos años. Pero el pago le tiraba y volvió a Misiones.

Además Mensú era un hombre leído. Hizo hasta segundo grado en la vieja escuela Peralta de Posadas y en ella aprendió las letras y los números, que le enseñó el viejo educador puntano D. Juan L. Peralta.

Donde se desarrollaban los trabajadores más importantes, ahí estaba firme el fuerte trabajador.

Miguel Ángel Alterach

El relato es parte del libro “Mensú” publicado en 1948. Alterach fue electo gobernador en 1997, y posteriormente vicegobernador. Publicó los libros: Fiebre verde mensú, La ciudad que ya no existe, La expulsión de los jesuitas y Rudecindo el descubiertero, entre otros.

Fotografía: Natalia Guerrero

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