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Equivocación

domingo 03 de abril de 2022 | 6:00hs.
Equivocación

Para llegar a mi casa debo tomar un colectivo y luego caminar una cuadra y media. Durante el invierno, los vecinos se esconden y mi horario de llegada me hace sentir insegura. Es como si las personas comenzaran a huir a medida que el colectivo se aleja del centro. Sin embargo, somos varios los que volvemos. Viajamos apretados. Nos chocamos entre nosotros y esa hermandad me hace sentir que no estoy sola. Hay alguien más que viaja para llegar a su hogar en algún barrio. Pienso en mis pantuflas, en tomar un té caliente y en mirar televisión desde la cama. Hace frío y pareciera que mi nariz va a caerse. Quiero creer que mis medias de lana y la ropa térmica me ayudarán a soportar la caminata. De hecho, podría correr, pero sé que mi capacidad respiratoria no me acompaña en estos desafíos. La bufanda me cubre la boca, pero no llega a taparme la nariz. Después de bañarme debería llenarme de crema y deslizarme entre las sábanas. Necesito descansar.

El trabajo de atención al público suele ser tedioso y lo sabía desde el momento que lo acepté, pero hoy fue agotador. A veces me parece que las personas me entienden, aunque me preguntan veinte veces cómo completar un formulario para hacerme enojar. Ahora necesito alguien que valore mi tiempo y quiera sacar mi cabeza de esas situaciones. Entonces pienso en vos, en el refugio que construimos juntos y comienzo a sonreír. El movimiento del colectivo me recuerda que aún mis piernas pueden mantenerme firme y mis brazos todavía pueden sujetarme.

Apenas noto que estoy cerca de mi bajada. Como siempre, me distraje adelantándome a los hechos y pensando en cosas que no puedo controlar. Me tomo del caño para soportar la frenada. Espero que se detenga y dejo pasar a otras personas antes de bajar por la escalera trasera. El frío que me recibe es más contundente del que imaginé. Estiro la bufanda para que me cubra, al menos, parte de la nariz. El único negocio de la cuadra, un kiosco con un poco de todo, atiende por una mini ventana. Si se lo piensa bien es una buena opción para no comprar de más. De todos modos, lo que tienta suele estar delante de los ojos del comprador. Estoy llegando a la esquina y hasta ahora, a la única persona que vi, es al chico que atiende el kiosco. Sinceramente envidio a los que llegan a su casa antes de las ocho y te envían mensajes mostrándote la merienda, como hacen deportes o descansan sus piernas sobre una silla.

No recuerdo dónde dejé la llave y sacudo el bolso para oírla. Quizás debería llevar menos cosas porque el hombro se cansa y sufro mi lado acumulador. Comienzo a buscarlas mientras camino. Noto la botella de agua vacía, un paquete de galletitas a la mitad, la billetera, el teléfono, los pañuelos y sigo buscando. El viento se siente con violencia. Pierdo mi brazo en el bolso, hasta al final para encontrarlas. Tomo las llaves y giro en la esquina. Se escucha la televisión encendida en la primera casa, unos niños juegan en la segunda casa y el silencio absoluto de la tercera casa. Cuando nos mudamos creíamos que se trataba de un lugar abandonado lleno de plantas y humedad. De hecho, al mirar por la pequeña ventana del baño descubrí una anciana sentada en una silla mirando su patio selvático. Hasta nos imaginamos varias historias posibles para entender el pasado de aquella mujer. Vos decías que era una viuda sin hijos y yo decidí averiguar sobre ella con los vecinos. No pudimos llegar a una versión que no se contradiga.

Veo la puerta del edificio y comienzo a sentirme segura. Miro la cámara y sumo algunos escalones. De pie, frente a la puerta, intento colocar la llave en la cerradura. No entra. La miro y pienso que quizás la coloqué al revés. Vuelvo a intentar mientras pienso en cuánto tiempo me tomara subir las escaleras y llegar a casa. La llave no gira.

Alguien me toca el hombro. “¿Buscás esta llave?”, me pregunta. Sus ojos me miran fijamente y no sé qué responder. Voy a tener que asumir que me confundí. Ya no vivo con vos. Ahora es tu casa y yo debería haberme bajado en la parada siguiente.

Noelia Albrecht

Albrecht es profesora de Lengua y Literatura. Su primer libro de cuentos y microrrelatos se titula “Lo que escribí mientras no me mirabas”. En junio pasado salió su libro “Sueño de perro”.

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