El descanso

“…y con rayos y truenos la tierra se abrió, cobijando a Yete-í y Cabure-í, los enamorados muertos. En ese mismo lugar las aguas del arroyo cayeron, formando entonces el salto.” Leyenda del Salto Encantado
domingo 27 de marzo de 2022 | 6:00hs.
El descanso
El descanso

Tenía razón el Guardaparque, estamos en pleno verano y a pesar de que ayer la temperatura fue como de treinta y cinco grados a la siesta, anoche hizo frío. Tuve que vestirme para poder dormir. Hace ya una hora que amaneció y todavía siento frío. La carta ya está. La dejo aquí, sobre la mesa del quincho para que puedan encontrarla fácilmente. Yo se que Clarisa va a entender. Los mellizos son recancheros y lo que no tiene uno le sobra al otro, así que tampoco van a tener problemas. ¿Romina? Desde que Papá y Mamá murieron es como que desapareció.

Mejor cierro la carpa. El césped está húmedo y se me mojan los pies; pero son tan cómodas estas sandalias. No se si Papá habrá pensado que alguna vez su gran aserradero dejaría de existir. Vinieron los chilenos con sus millones, compraron todo y comenzó a morir cuanto negocio hubiera alrededor. Así de fácil. Porque trabajo había. Recuerdo cuando chico, que iba casi todos los días después de la escuela a verlos trabajar. ¡Cuántos empleados! Madera aserrada, en sándwiches, tablones. Qué lindos tiempos aquellos, con tantos camiones esperando cargar que nunca se tenía tiempo de atenderlos a todos. Pero en este país nunca se puede sentir uno a salvo.

Esta baranda que protege del precipicio tendrían que haberla hecho de madera, no de metal. Justo aquí, que es un parque ecológico. Ayer fui hasta el otro salto; “la olla”, creo. Lindo lugar ese. Hay que caminar bastante, eso sí. Recuerdo el día que me recibí. “Estás hecho un ingeniero y sos el orgullo de tu familia” dijo mi padre. ¡Pobre! Él era de la vieja casta, de aquellos hombres de palabra, caballeroso, puritano y defensor de su apellido. Es que en sus tiempos todo era más fácil porque no existía la timba legal que se vino después. “No hay que especular” decía el Presidente y no hubo un solo funcionario que no se enriqueciera aprovechando los vaivenes de la economía. Ahí fue donde comenzamos la caída. Uno vendía a un precio y después esa misma plata no alcanzaba para reponer la mercadería.

¿Cómo podré pasarla? Está bien hecha esta baranda. Por abajo es imposible y es también un poco alta… voy a tener que saltar. Ya está. ¡Así que desde aquí de despeña el arroyo! “No dejen de conocer el Salto Encantado” nos había dicho Cecilia cuando pasamos con Clarisa en nuestra luna de miel. Sesenta metros de caída libre decía el folleto que me dieron en la entrada, pero mirándolo desde aquí parecen muchos más. Los créditos blandos para las empresas. ¡Qué gilada! Como si a los bancos les interesara que uno se haya equivocado en alguna compra o te haya clavado algún cliente. Pero no un cliente cualquiera… ¡uno de cientos de miles! Y al final de tanto luchar, tratando de que cierren los números te aparece una carta documento del banco emplazándote, so pena de iniciar acciones legales. ¡Claro… el viejo ya había muerto y uno que se la pasó siempre esperando que él lo solucionara todo…! Cuando tuve que decidir hice lo que pude.

Por suerte todavía nadie se despertó. Estoy solo. La rodilla flexionada, los brazos hacia delante y el resto es como en un clavado. Todavía no llegué a la verticalidad y el agua me moja la cara y parte del cuerpo. Está verdaderamente fría. El viento despeina mis cabellos. “Son como los de tu Mamá” me decían cuando era chico. Ella murió de tristeza cuando falleció Papá. Mis padres. ¡Qué unidos eran! Con los hijos no tenían mucha comunicación, supongo porque fueron educados así; pero se jugaban por la familia. Eso hay que reconocer. Cuando nacieron mis hijos fue como si se les alegrara el alma. Como que les dieron más afecto a ellos que a Romina y a mí. No sé cómo puede ser eso; en lo personal debo confesar que nunca me cayó del todo bien.

En alguna parte leí que en las paredes, detrás de este salto, hacen nidos los vencejos; esos pájaros parecidos a las golondrinas, que los hay también en Iguazú pero solo durante el verano, porque emigran. Estoy comenzando a ponerme de espaldas al suelo. Pero lo peor de todo fue el remate. Nunca creí que llegaríamos a eso; porque para poder salvar la empresa, nadie puede decir que no hice todo lo posible. Vendí los autos, las casas grandes, el yate, casi todas las demás propiedades y hasta embargué el mismo aserradero con el último crédito, pero el país tenía que tener la última palabra. Se liberó el dólar y todo pasó a costar el doble o el triple; fue el golpe de gracia. Con las cosas legales no hubo muchos problemas, el asunto fue con los usureros.

No veo el sol, lo tapa el inmenso barranco. Tampoco alcanzo a oír el ruido del agua golpeando las piedras, es que el viento me da en las orejas. Allá en lo alto hay un mirador y por sobre el monte aquellos jotes como un presagio. Por eso lo decidí. Por eso me vine; a descansar. Ya nada importa. Hasta a Clarisa la he perdido. Ella no lo sabe pero yo la he visto en aquel pasillo, besando a Edgardo. Justo el día que llamó “el chueco” para que arregláramos cuentas. Inútilmente traté de explicarle la situación. Fue humillante que, a pesar de haberme rebajado ante una basura como él, me tratara como tanta bajeza. ¡Pero si ya no tengo nada! ¡He perdido la fortuna de la familia! El plazo se cumple hoy.

Solo faltan unos pocos metros. El frío es intenso y el cielo límpidamente azul. No caben dudas que es un hermoso día para morir. Aquí, en el mismo lugar donde… ¿cómo se llamaban? …la leyenda… ¡Ah!

Azarmendia es cofundador de los grupos literarios AVE (Aristóbulo del Valle) y Misioletras (Posadas). Tiene publicado los libros: Desde lo profundo y Amor y Semilla (Poesía)

Miguel  Azarmendia

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