Cosas de brujas y lobizones

lunes 21 de marzo de 2022 | 6:00hs.

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

Los mitos y las creencias populares han existido siempre. Cada región posee características diversas; de acuerdo a lo que ha sido trasmitido de generación en generación. En la nuestra, este tipo de cultura ha estado asociada a la de los pueblos guaraníes y sus costumbres.

Las franjas etarias muestran también, el estado de conocimiento y asimilación de estos mitos. Los de mayor edad suelen percibirlos como reales, mientras que la denominada Generación Z, que han utilizado internet desde muy pequeños, lo niega casi por completo.

Muchos padres utilizaban, como estrategias de enseñanzas las historias de estos seres mitológicos, con el fin de infundir temor en sus hijos y lograr que éstos adquieran buen comportamiento.

-¡Portate bien o te va llevar el Hombre de la Bolsa!

Ernestina, mi madre, a pedido de mi hermano Toto y mío, contaba, en las noches de invierno, historias de las más inverosímiles. Mientras disfrutábamos de un mate cocido caliente con tortas fritas, iba desgranando los cuentos de estos personajes míticos.

Parecía una puesta en escena teatral por los detalles relatados, como en su propia creencia, sobre los personajes fantásticos. Siendo mi hermano Pepe muy pequeño, Toto y yo descreíamos bastante de las historias.

Mamá decía que el Pomberito era malo o bueno según la actitud de la persona. Para ella, era un duende que siempre le ayudaba. Si perdía algo, le pedía ayuda al Pombero y le dejaba tabaco negro en un naranjo.

–¡Vieron que los encontré! -nos remarcaba- ¡El Pomberito no me falla nunca!

Le preguntaba, enigmático, cómo estaba tan segura de la existencia de los personajes y me contestaba:

–Un mediodía se perdió mi hermano menor, Armando. Lo encontraron después de una larga búsqueda a 400 metros de donde vivíamos, todo embarrado. Armando tenía 3 años y cuando le preguntaban dónde había estado, respondía con gestos referidos a una persona de baja estatura. ¿Tenía un sombrero brillante?, le interrogaban y Armando asentía. ¡Vieron, el único que lo podía llevar tan lejos era el Pomberito!

Continuaba con las historias del Lobizón, que eran muchas y de las más variadas.

En el pueblo existía un personaje, a quien todos conocíamos como Don Zerbelón o Cervelón, que deambulaba con una bolsa de arpillera y un montón de latas. Al mediodía, en algún baldío, hacía una pequeña fogata y preparaba sus alimentos, o lo que la gente le brindaba. En relación a él, mi vieja tejía sus historias.

–Dicen que Don Zerbelón es lobizón. De noche se transforma. ¡Nadie sabe dónde vive!

Sumado a esto, en la esquina de casa vivía un herrero, Don Kozinski. Tenía la costumbre de trabajar por las noches. A lo lejos se escuchaba el ruido de la fragua, golpes sobre hierros y ladridos de perros.

-Todos comentan que Don Kozinski es lobizón.

-Ernestina, son suposiciones tuyas.

–No, mías no, la gente dice eso, por algo será. Una vez, papá me comentó que un amigo iba de noche para la zona del cementerio y le siguió un bicho parecido a un perro, pero que no era, en actitud de atacarlo. El hombre llevaba un facón y un ponchillo rojo sobre el hombro, sacó el cuchillo y enrolló el poncho en sus manos para defenderse ¡El animal le dio un tarascón al ponchillo y se alejó! Al día siguiente se encontró con un vecino que tenía restos del ponchillo entre sus dientes.

Nos reafirmaba que eso le contó su padre. O sea, mi abuelo. Nosotros, ante la consistencia de los relatos, con un poco de miedo y duda reflexionábamos: “¿Nos dice para asustarnos o será cierto?”.

Siguiendo con las narraciones; otra noche, nos sorprendió con las historias de las brujas.

-Dicen que en el almacén más grande de Garruchos, durante las noches se escuchaban ruidos extraños, gritos, risas y golpes de botellas. La mujer del dueño encontró, una mañana, el local totalmente desordenado: vasos con bebidas, botellas destapadas, sillas y mesas en lugares distintos a los habituales. Le comentó al marido sobre ese descomunal desorden.

-Si ayer estaba todo arreglado y limpio -respondió él-. Voy a averiguar esta noche qué es eso. Me esconderé y observaré si aparece algo extraño.

Resulta que a la mañana siguiente observó el mismo desorden y el tipo le explica a su mujer:

-Vieja, vos sabés que anoche cuando me escondí al fondo del almacén para ver qué pasaba, No imaginas lo que aprecié ¡Por la cerradura de la puerta ingresaron un grupo de mujeres desnudas! ¡Abrieron varias botellas de vino y caña, empezaron a tomar y armaron un total desorden! De pronto, por la misma cerradura que ingresaron, se fueron; dejando todo desparramado y las botellas casi vacías. No vas a creer, ¡eran brujas! ¡Por eso pasaban por la cerradura de la puerta! -dijo el hombre y la mujer le creyó.

Y, así como pintaban las cosas, yo también creí el comentario de mi vieja.

Durante mucho tiempo comenté ese hecho como real. Algunos amigos y conocidos decían:

–¡Vos estás bolaceando, quién se va comer ese verso!

Entre sospecha y sospecha una tardecita le pregunté a Ernestina.

-¿Quién te contó esa historia de las brujas de Garruchos?

–El tío Arcadio Navarro -respondió.

Allí todo se aclaró; el tío Arcadio era un fabulador de aquellos, de los cuentos más mentirosos y alegres que podamos imaginar.

La verdad de la historia era que tanto mi vieja como yo nos comimos el viaje. En realidad, el dueño del boliche, en connivencia con otros pobladores del lugar, iba por las noches a buscar mujeres a Garruchiño o San Borja, Brasil, y armaban unas jodas de aquellas. Con el pretexto de que las brujas ingresaban por la cerradura de la puerta camuflaban estas picardías. Pensar que, actualmente, hay muchos que se creen vivos. Cuando sabemos que la joda se inventó hace muchísimo tiempo. ¡Yo no creo en las brujas, pero que las hay, las hay!

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