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Aun con temor, nos quedamos

miércoles 16 de marzo de 2022 | 6:00hs.
Aun con temor, nos quedamos

Se dice que el temor físico es igual en todos los seres humanos, pero a la vez distinto y variado según se reaccione. El que huye, acorralado, tiene dos alternativas: entregarse mansamente o dar pelea. Esta última, la pelea, se observa en los animales tanto domésticos como salvajes. Conservan en la reacción desesperada su instinto de conservación hasta el último resuello; herencia primaria de los seres irracionales.

Este instinto de conservación se observa en el valeroso pueblo de Ucrania, tras la invasión sangrienta y cruel de su país por el ruso Goliat. Instinto vuelto racional porque fue pensado y meditado. Dijeron: los hombres nos quedamos a pelear por nuestra patria poniendo el pecho. Las mujeres y los niños irán a refugiarse en el exilio de los bienhechores países que bien los recibirán. Y hacia allá rumbearon mujeres y niños angustiados por los hombres amados que allá quedaron a defender el terruño. Y ellas y los niños agradeciendo a los bienhechores que los protegerán en el destierro, pero a la vez degustando el sabor amargo del exilio forzoso como expresara el Dante Alighieri, cuando debió huir de su querida Florencia a la que jamás pudo volver: *Cuán amargo sabe el pan de manos extrañas, y cuán áspero es bajar y subir por la escalera de otros*.

Si se analiza que entre las emociones el temor o miedo es la sensación más antigua de todas, el animal carente de ella no atinará a defensa alguna. Sin reacción permanecerá indiferente a cualquier tipo de ataque y perecerá. Por eso en la filogénesis de los animales se considera al temor o miedo, el primario y ancestral mecanismo de supervivencia que los humanos hemos heredados. A ese mecanismo de defensa emocional, devenido en racional, exhiben los hombres de la Ucrania invadida en defensa del suelo natal. Acción que conmueve las fibras más íntimas de los que habitamos en el mundo libre, admirando solidarios valentía tan heroica.

El miedo colectivo es de los peores. Se presenta en sucesos desgraciados tras golpes de Estado y en gobiernos totalitarios y tiránicos.
Esa sensación de miedo colectivo ocurrió en la Argentina después del golpe de Estado de 1976 con  todas las secuencias de horrores que hubo. Igualmente sufrieron pueblos enteros tras el régimen comunista del Soviet Supremo, el fascismo italiano, o el nazismo alemán. Ocurre en pueblos de Oriente gobernados por facciones de fanáticos religiosos con las libertades conculcadas y democracias inexistentes. La muerte y el éxodo son las consecuencias.

Nuestra historia registra tres éxodos angustiantes: el primero cuando José Artigas emigra desde el sitio de Montevideo hacia al Salto Chico en la orilla entrerriana del río Uruguay en octubre de 1811.  A medida que se alejaban, otros contingentes de paisanos se acoplaban al destierro hasta sobrepasar las quince mil almas entre caminantes, hombres de a caballo y los que viajaban en carretas. Se alejaban del resabio omnipotente de los últimos realistas acantonados en Montevideo.

El segundo fue el éxodo jujeño con Belgrano a la cabeza y los realistas pisándole los talones. Ocurrió en mayo 1812 y la orden del General fue implacable: había que destruir todo lo que no pudiera llevarse, levantar las cosechas y quemar el sembradío inmaduro. Con este plan, Belgrano quería dejar a los realistas tierras arrasadas, sin comida ni cobijo.

Pero el más despiadado éxodo ocurrió en las Misiones allá por 1630, cuando aterrorizados por los bandeirantes que venían en busca de seres humanos para arrearlos como esclavos a las fazendas de ricos latifundistas paulistas, se produjo la huida masiva del pueblo guaraní.  El ideólogo de la ordenada retirada fue el cura jesuita Antonio Ruiz de Montoya. Bajo su mando doce mil almas, entre hombres, mujeres, niños y ancianos, iniciaron la marcha río abajo en canoas construidos por ellos mismos. Dejaban atrás las llamas y la humareda del incendio inducido debido a la consigna de tierra arrasada para no dejar nada al invasor bandeirante. Al grito de zarpemos soltaron las amarras del cardumen de balsas convertidas en jangadas humanas. Pronto el gran pueblo construido muy al norte del Iguazú quedaría reducido a humeantes cenizas, ante miradas de asombro contemplando el doliente espectáculo de la destrucción. De aquellos doce mil seres acosados, quedaron en el camino ocho mil hermanos y, los sobrevivientes, con el espíritu dispuesto a recrear definitivamente la gran nación misionera, jesuita y guaraní.

*El que huye, acorralado, tiene dos alternativas: entregarse mansamente o dar pelea*. En aquella ocasión huyeron los originarios guiados por los curas jesuitas. Más acá, en el tiempo, vinieron curas guerreros a adiestrarlos y preparar un formidable ejército de cuatro mil bravos indianos. Y en la famosa batalla de Mbororé en 1641, primera anfibia en esta parte del mundo, vencieron a la poderosa fuerza bandeirante que les doblaban en combatientes, y liberaron para siempre del peligro de anexar, como era el propósito, de la Mesopotamia, Paraguay y Uruguay al imperio lusitano.

Hoy, en la Ucrania invadida por las huestes del imperialismo ruso, más de dos millones y medio de seres humanos se obligaron al éxodo. Otros se quedaron a defender el suelo natal, destacándose entre los hombres mujeres combatientes, a sabiendas que pueden morir como los más de dos mil muertos actuales.

*Se dice que el temor físico es igual en todos los seres humanos, pero a la vez distinto y variado según se reaccione*. Pregunta: A estos ucranianos que se quedaron a defender el suelo patrio con las armas y de cualquier manera ¿Cómo calificarlos moral, espiritual y psicológicamente?

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