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La noche de Rocamora

domingo 13 de marzo de 2022 | 6:00hs.
La noche de Rocamora

Afuera solo los chistidos nocturnos de pájaros. El coronel eleva la leontina del reloj, acercado al parpadeo de la lámpara, pasadas las tres de la madrugada ¿Es el canto de reina mora? Gregorio sale un instante de su concentración. Rocamora lo tiene acostumbrado a estas ocurrencias. El estridente gorjeo continuaba ahora más cerca. Después del acta de fundación Rocamora mandó pintar de blanco la imagen en terracota de San Antonio y el gentío del futuro Gualeguay se persignaba con cuidados y sumo respeto.

-En la albura resplandece la santidad -dijo Rocamora- ¿Tantito puede ser el trino a esta hora?

Canto traducido como espacio inusual o la necesidad de enmarcar el fenómeno que rompía el natural sosiego de la noche fría y húmeda.

-Cualquier hora es buena para pelear entre machos, coronel, aunque sean pájaros -Gregorio carraspeó y volvió al texto. Ahora se sumaba el escarceo, el mordisco al freno, el piafar más allá en la cuadra. Tragaluz  inquieto a la espera de la letra acunada con secante tras los ribetes que Gregorio terminaba de restregar en el papel.

-Servido, coronel.

-Sé de memoria el escrito, Gregorio -Gregorio busca lacre y sello entre los planos amarillentos de aguadas, dispersos verdes montesinos, las líneas azules de arroyos en pos de desniveles.

-Era resumir en un trozo de papel la hechura de Dios, mascullaba Rocamora. Y ranchos, ranchos, calcos grises de arcilla cocida y pajas esterales. Dibujados en cuadradas manzanas y luego levantados al cielo de la Entre Ríos.

- Así usted bautizó esa tierra, coronel.

-Eran otros tiempos, Gregorio. Aquello era una avanzada calculada, ordenada, se ejecutaba por mandato, se cumplía el deber sin premeditar sobre los alcances. Vértiz sabía las coordenadas de las geografías de nuestro mundo. Y a su vez dependía de un plan superior vislumbrado sin una revelación explícita pues era cosa devenida del poder divino real, recalcaba Rocamora.  Además, confiaba en Vértiz pues era su amigo con orígenes comunes, ¿acaso no extrañaban por igual Yucatán y Granada a orillas del lago? Se sabían hermanos americanos. Quedaron las villas en pie, suspiró Rocamora. Ahora es la soledad con Dios como escuchando el velamen crujiente de un navío a la deriva. Cuando todo parecía indicar en Rocamora su apogeo militar con relieves de costurones corporales y memorables hazañas, surgían presagios de cambio. Si se avenía a ellos sería un reciclar del curtido uniforme de blandengues y los galones sostenidos por las hombreras de la casaca roja, además de la infaltable plomada de albañil y las letras de las actas que darán testimonio. 

Mientras el dolor avanza insostenible en la rodilla derecha.

Pero antes de que venga Petra con sus abluciones, necesito descansar el antebrazo para que no tiemble la mano en la rúbrica, Gregorio. Puedo sujetar firme la empuñadura del sable y esgrimir mandobles y apuntar con el mosquete sin apoyo. Mas una simple pluma registra mis nervios íntimos y la mano misma es un áspero cascarón que apenas se cierra sobre los suaves trazos. Pero espero el  tirón brevísimo de tiempo en que se recobra la memoria física de la firma para aprovecharla y que denote la personalidad aguerrida y sin cuartel del soldado. Refrendo siguiendo la línea imaginaria sin lastimar el Gobernador Interino de la Provincia de Misiones y estampo la adhesión a la causa. Por primera vez en mi vida una sola voluntad y conciencia como si se instalara un símil Rocamora frente a mí dictándome las órdenes.

-Con la saeta de Tragaluz, Zoilo, por el Yuquerí a Buenos Aires para que seamos la primera provincia en saltar el cerco a la libertad.

En estos años apilamos en los armarios planos a escala de las villas, nombres brotados de una saga creadora, actas fundacionales, censos de pobladores, animales y sembradíos. Incluidas las lajas de asperones en pie de la épica jesuítica y libros antiguos que zozobran al tiempo, más los guaraníes en sus catedrales de selva virgen, sangre y savia y fauna misionera, todos adheridos al Mayo revolucionario de este año del Señor de mil ochocientos diez.

Y tras de ese estruendo libertario irás Zoilo, los belfos de Tragaluz hendiendo esta noche de estrellas eclipsadas. Serán ocho patas por el arrastre de la yegua tobiana como repuesto. Y en las alforjas de cuero el resguardo del oficio que es parte letrada de tu ser: tragártela frente al enemigo.

-La patria se juega en el resuello de los chasquis, fiel Gregorio.

¿Qué pasará, coronel?

-Creamos otra realidad, Gregorio. Si unidos ponemos pasión por la revolución… ¡seremos libres!

Las agujetas se cuelan otra vez esta noche, solo el montar en campaña me calma el dolor. Nací con humores acuosos alrededor, el rielar de las aguas frente al Cocibolca en la casa paterna herían la vista de belleza. En el buque rumbo a Cádiz devolvía al mar en cubierta el revoltijo de mis intestinos infantiles, lejos de la mirada severa de mi padre. Me prendía como salvación a la piedrita que me obsequió mi madre, un fragmento del vecino volcán Mombacho, allá en la Nicaragua, que creció conmigo colgada al cuello.

-Mixtura de ortiga con grasa de yacaré, don Tomás –dijo Petra. La negra Petra se arrodilla con el ungüento. El líquido hidrópico sin filtro se acumuló en la rodilla. Me ocurre como al santo de Padua, arrastrando la pierna en los arenales tras las viñas del evangelio. ¡Cómo quisiera que Jesús me sanara! 

-Es la frialdà. Sube por el güeso. Fue en esos esteros del Iberá, don Tomás. El agua quieta y helada.

-¿Es reina mora, Petra? Las palmas movedizas de Petra friccionan con presteza sobre la hinchazón de rótula perdida, separadas de la inmovilidad de su cuerpo inclinado.

-Es el mismo pajarito, don Tomás. Mucho reflejo de luna sobre la niebla del río le hace creer que viene el día. Por eso canta.

-Es un buen augurio de parición, Petra. Como en vísperas de parto aúllan los perros a la luna. Tan lejos María Ramona de los partos ahora, mi amada señora, expuesta en Monserrat después de que llegue Zoilo con la nueva al brigadier Saavedra, mucho después quizás si el fracaso nos visita y los godos se vengan en ti y mis entrañables hijas pues no escatiman en crueldad ni aun tratándose de mujeres. Pero tendré confianza sabiéndote sabia en decisiones como cuando me acompañaste en la lucha callejera contra los ingleses pese a mis reproches. ¡Ah! ¡María Ramona! Aprieto la piedrita del Mombacho y una leve sensación de alivio relaja los músculos.

Parece de día. Por las rendijas de los ventanales se filtran claridades. Quizás es la niebla dormida de blanco desperezándose sobre Nuestra Señora de los Reyes Magos del Yapeyú.  Desenvainada del Uruguay en hilachas suaves ascendiendo sobre los tejados. Y cuando se disuelva estaremos a días de la fiesta de San Juan  y será un esplendor de sol con las faenas acabadas. O recién comenzadas aún con la pulcra guerrera del cuerpo de blandengues y con un nuevo bullicio en la sangre. Mientras Gregorio sigue rezagado en el pasado sin sueños prendado de los croquis donde surgen los claros desmontes de Arroyo de la China y el damero de Gualeguaychú.

Sin saber él los rostros del martirio porque no he comentado de los fusilados conjurados en mis tiempos de la Guardia Real española. Mirando los condenados la nada en las rugosidades del paredón, hace cincuenta años. Entre las paletillas entrando el aire insuflado de pólvora fulminante buscando el pecho de salida.

Eso haría con el teniente Láriz. Y fray Lorenzo Gómez. Al amanecer, cuando finalmente se acaben los trinos por la descarga y se oiga nítido el balbuceo líquido del Uruguay rumbo al Plata compitiendo con los cascos en tándem de Tragaluz y la yegua tobiana.

Apacible el deslice por el tobogán donde las rebeldías a la luz libertaria se pagan con la vida. Mi naciente voluntad solitaria de mando, un capullo hecho adulto de pronto por oposiciones traidoras, se pone a prueba. Por las dorsales como traidores. Así comenzaría la alborada revolucionaria.

Pero sería una flaqueza ultimar por espaldas. Preferible el destierro griego o las mazmorras del fuerte portuario, me dice el símil, el otro yo llamado Rocamora.

-Los pliegos a la Candelaria y Concepción, coronel. 

Las voces resuenan porque los corredores del colegio jesuítico se construyeron para recoger y guardar los ecos, Gregorio. Es la tanda de chasquis a quienes hago formar y saludar una vez aquietadas las chanzas. Lucas Chepoyé, Saturnino Ojeda, Juan Osunú, me miran desde los pozos brillantes de sus ojos a punto de confundirse a la carrera de retumbos, siseos vegetales y la rotación en lontananza del horizonte cerrándose tras las grupas galoperas. Solo mi silencio acompaña sin arengas mientras montan y después sí un largo sapucay de despedida espanta los pájaros del higuerón.

-Que el negro Sinfó vaya a la iglesia Petra y, después de la diana, se anime al repique con todas incluso la mayor. Es un día de gloria.

Petra pasea el olor dulzón a azúcar y yerba quemada con tizones en la galería. Trae en bandeja tazas humeantes de mate cocido y bollos de maíz horneados desde el fogón.

Gregorio se ha dormido sentado acodado sobre la mesa. La cabeza rulosa descansa sobre el esquema de nuestra reducida tropa destacada en el Aguapey, las cifras en provistas y pertrechos. Allende los símbolos del cerrojo: al este los dragones y águilas imperiales del general Diego de Souza a orillas del Cuareim, al sureste oriental el virrey español Javier de Elío en Montevideo, al norte el gobernador Velazco desde Paraguay.

-¡Ni tantito ahí! -exclamó al fulgor incipiente del ventanal. Gregorio se despabila. 

-Fray Lorenzo Gómez reza en su celda -informa el capitán Ulpiano-  Se le quitaron las jinetas a Láriz y el misal al cura y está listo el pelotón para lo que mande, coronel.

Los subalternos conocen el ritmo sonoro del tranco en círculos previo a la toma de decisiones. Es un tacón fuerte izquierdo y uno más leve derecho. Hasta parear y detenerse en la matizada lumbre de la sala.

-Prepare nota a la Junta con los antecedentes de los prisioneros, Gregorio. No tenemos tiempo para perder ni balas para gastar en Judas como estos.

Después sonó la diana y tras ella el vuelo de campanas.

Amaneció.

 

Integra el libro de cuentos “Brumas del Cántaro”, (Ed. Pax, 06/2017). Es un relato histórico que recrea la noche en que Tomás de Rocamora redacta la adhesión a la causa revolucionaria de Mayo. Ilustración: “Asamblea de Candelaria” pintura de Gerónimo Rodríguez

Raúl Novau

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