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Mostró la hilacha

domingo 13 de marzo de 2022 | 6:00hs.
Mostró la hilacha

Ella estaba contenta, por primera vez cenarían en casa una noche de viernes, él se lo había prometido desde hacía varios días y preparaba la mesa de la mejor manera posible. Se miraba a cada rato en el gran espejo de la sala, disfrutando de ver su figura casi perfecta envuelta en el vestido rojo que tan bien marcaba su cuerpo. Los más de diez años de casados habían dado a la pareja un gusto amargo que asomaba cada vez más seguido en las discusiones, tomaba diferentes formas pero siempre terminaban en el mismo lugar: él no quería tener hijos. Nora nunca lo entendió, pensaba que a Javier su experiencia de crecer entre tantos hermanos lo había traumatizado, pero no lo consideraba un motivo válido. Esa noche iba a ser diferente, ella sabía que era su día fértil y no le dejaría lugar para negativas.

Su cara de sorpresa se mantuvo durante varios segundos, cuando él entró y apenas la saludó para dirigirse directamente al cuarto. Después que se recuperó lo siguió hasta donde él se disponía a cambiar sus ropas de trabajo.

¿Qué pasa? ¿No te acordás que día es hoy? Habíamos quedado....

Si ya sé en que habíamos quedado, pero yo no me fijé bien en el almanaque y hoy va a ser imposible.

No me podés hacer esto ¿Otra vez vas a salir?

Tengo que salir, entendeme.

No sé que más decirte, pero esta es la última vez que me hacés algo así.

Mañana lo recuperamos, te lo prometo.

Si salís volvés hecho una porquería, al otro día estás irreconocible, no hablás sólo das gruñidos.

Él sacudía la cabeza con incredulidad, pero seguía poniéndose apresuradamente ropas de calle y no prestaba atención a la figura de Nora recostada en el marco de la puerta con los puños apretados.

No me podés dejar plantada de esta manera, no voy a perdonarte esta vez.

Querida....

Se quedaba sin palabras, solamente atinaba a mirarla y abría las manos intentando explicar lo inexplicable, con un nerviosismo que lo iba dominando. Cuando salió del cuarto apurado intentó darle un beso de despedida, pero ella movió la cara negándole sus labios. Apenas él cerró la puerta al salir Nora corrió hasta la ventana, para verlo alejarse entre las sombras que la luna llena proyectaba en la vereda.

No llegó a pensarlo, salió decidida con los zapatos haciendo ruido sobre las baldosas, hasta que tuvo que quitárselos para que él no se diera cuenta que lo seguía. El pueblo dormía y solamente en algunas pocas ventanas de las casas bajas podía verse el reflejo de las pantallas de televisores encendidos. Sus pasos se fueron alejando de las calles iluminadas y entre las calles ripiadas llegaron hasta las puertas del cementerio.

La oscuridad era casi completa, solamente se filtraba entre las hojas algunos rayos de la luna que avanzaba sobre el cielo estrellado. A lo lejos un perro aulló largamente y Javier lo escuchó muy atento, después recorrió el tejido perimetral y se introdujo por una rotura oculta por las ramas de una enredadera. Ella no salía de su asombro por las actitudes del hombre que creía conocer desde hace tanto tiempo, su único punto oscuro eran esos viernes que se tomaba para salir solo y ella no había podido averiguar adonde iba. Intentó sacarles algún dato a algunos de sus pocos amigos, averiguó en la peluquería para ver que hacían los hombres, pero nunca le habían comentado que su marido estuviera metido en algo raro.

Dudó con la cabeza asomada en el mismo sitio donde él había entrado y le pareció ver una silueta que recorría las tumbas buscando algo con las manos. Cuando por fin hizo pasar todo el cuerpo intentando dejar atrás sus miedos, un escalofrío le recorrió la espalda, pero siguió caminando hacia donde creyó escuchar ruidos. Un jadeo sordo la hizo volverse hacia unos matorrales que crecían al borde de las lápidas, pero no alcanzó a distinguir nada más que unos ojos brillantes que la observaban.

Javier ¿sos vos? Ya basta de bromas que estoy bastante asustada, podés salir nomás y vamos a casa a hablar de esto.

El gruñido iba aumentando su volumen hasta que ella dejó de hablar y vio que se le abalanzaba una figura de entre las sombras. Agachándose pudo esquivar la primera embestida, que dejó un olor nauseabundo a su paso, desesperada corrió hasta uno de los árboles que daban sombra al sendero y trepó con todas las fuerzas de sus brazos y piernas. Casi alcanzaba una de las ramas más altas cuando sintió el tirón del ruedo del vestido que le hizo perder el equilibrio, pero se rehizo y resistió una nueva sacudida que la atraía hacia unas fauces pestilentes tirando dentelladas al aire en su furia desesperada. Le pareció percibir algo familiar en esa cabeza de perro gigantesca que buscaba morderla, pero solamente conseguía convertir en jirones el vestido que tan bien le quedaba.

Un aullido volvió a romper la noche y el furioso animal se detuvo para escucharlo, enseguida sonaron otros y después de olfatear con el hocico levantado, corrió hasta perderse en la oscuridad que los rodeaba.

Javier....Javier... – llamó repetidas veces antes de bajar temerosa del árbol.

No se escuchaba un solo ruido y el chistido prolongado de una lechuza que pasó volando la sobresaltó, emprendió el regreso a toda prisa, con la vista nublada por el llanto.

La mañana siguiente lo encontró como siempre después de sus salidas, sucio y maloliente durmiendo desnudo en el sillón de la sala. Ella preparó el café y las tostadas dejando que el olor invadiera la casa, parecía haber olvidado la discusión por la ansiedad que tenía de preguntarle si había visto al monstruo que la atacó.

Él se sentó a la mesa y bebió dos vasos completos del agua de la jarra, cuando ella le sirvió el café la miró sonriente y carraspeó agradecido. Ella se paralizó, en su rostro se pintó el terror y no supo como mantenerse en pie.

Ya vuelvo, creo que dejé la hornalla encendida.- dijo, mientras caminaba retrocediendo a la cocina, sin dejar de mirar esa sonrisa que le helaba la espalda.

La esperó bebiendo su café y comiéndose las tostadas que le correspondían a los dos, pero cuando ya la taza servida enfrente de él estaba fría, fue a la cocina a buscarla. La puerta trasera estaba abierta, pero no la vio en el patio, la buscó en el baño y en el dormitorio, hasta se asomó a la última pieza, donde guardaban las cosas que no se usaban habitualmente, pero no la encontró.

Nora ¿Dónde estás? ¿Seguís enojada por lo de anoche?... Contestame.

Fue inútil llamarla varias veces, pensó que había salido por atrás, pero le pareció extraño que no le avisara, entró al baño y luego de lavarse repetidamente la cara con agua helada tomó la pasta dental y puso un poco en el cepillo. Recién entonces se miró al espejo y pudo ver con claridad los hilos rojos que colgaban entre sus dientes.

El lobizón

Según la tradición el séptimo hijo varón se convertirá en lobo los días viernes, especialmente los de luna llena. Es un ser mítico importado de Europa, donde la licantropía está ampliamente descripta. En la Región de las Misiones se reproducen y aparece como un perro grande negro, que ronda los cementerios buscando carne de las tumbas. Revolcándose en la tierra de esas tumbas o en la bosta de animales de los corrales es donde sufre la transformación de hombre en Lobizón o Lobisomem. No se lo puede matar con balas normales, éstas tienen que ser de plata o estar bendecidas.

El cuento es parte de Releyendo Mitos, publicado por la Editorial Universitaria. Lavalle tiene publicado además Sarita (novela), Andrés y la Melchora (novela), Argentina 78, el otro mundial (cuentos) entre otros

Jorge Lavalle

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