El reclamo de la selva

domingo 27 de febrero de 2022 | 6:00hs.
El reclamo de la selva
El reclamo de la selva

-¡Buenos días don Ramón!

    - Buenos días Pedro, ¿cómo te va?

    - Y bien nomás, como siempre, tratando de encontrar alimento bien temprano, como puede ver somos muchos en la familia y la comida está escasa, estos chicos cada vez están más grandes y cuesta que aprendan a encontrar su sustento, los del año pasado aprendieron rapidísimo y pronto se fueron por su cuenta.

No se asusten, lo que les estoy contando es una conversación normal entre animales, Ramón es un tatú que acompañado de su señora trata de enseñar a los dos hijos que tuvo este año a encontrar su alimento. Normalmente demoran entre seis y doce meses en independizarse las crías, por eso el comentario que le hace a Pedro.

Pedro, sin embargo es un carayá que andaba tomando sol en el árbol más alto  y bajó a saludar  al tatú. Ustedes dirán, ¿un tatú y un carayá?, sí, también hablan entre ellos, no todos se entienden bien pero hacen lo posible, lo que no saben decir en el idioma del otro lo dicen con señas y listo, es como entre los “humanos” que aprenden varios idiomas para comunicarse.

    - ¡Já! Decime a mí, el hijo que tuve con la Catalina el año pasado todavía toma la teta de ella y cuando le parece poco va y se prende de la Palmira o la Yolanda, ¡ya les dije a las tres que se dejen de amamantar!, así nunca va a aprender a buscar su comida, se pasa el día de holgazán, total sabe que en algún lado se va a rebuscar, pero ya sabe cómo son las madres con sus hijos apenas lloran ya les aflojan.

Mientras decía esto, Pedro se tomaba la cabeza con ambas manos en un gesto de impotencia, provocando la risa de Ramón que asentía moviendo su hocico de arriba abajo en señal de comprensión.

Así estaban de charla el Pedro y el Ramón, y digo “el” porque entre ellos, los animales, se dicen siempre así anteponiendo “el” o “la” según corresponda. Es como una señal de respeto, cuando de pronto escuchan un canto muy particular pero fuera de época, recién promediaba agosto y para esa fecha estamos a mitad de invierno en la selva misionera.

    - Che Pedro, vos que estas más arriba que yo, ¿escuchaste eso?

    - Si Ramón, escuché, pero esperá que subo más alto a ver si veo bien, no puede ser que ya estén acá devuelta. Es muy pronto.

Así que Pedro subió en un santiamén hasta la copa del ambay donde había estado comiendo los brotes más tiernos y haciendo visera con una mano comenzó a auscultar el horizonte en busca del sospechoso. Como desde ahí no veía nada le avisó al Ramón que ya venía y se cambió de árbol, pasó con rapidez a un anchico, luego saltó hasta un palo rosa y desde ahí pudo ver con claridad al sospechoso cantante, estaba dos árboles más delante de cara al sol estirando las alas y luego las patas como si quisiera descansarlas después de un largo paseo. Efectivamente se trataba de una golondrina, la primera de la temporada, pero ¿qué hacía en Misiones en agosto? Normalmente llegan a mediados de septiembre y para eso faltaba como un mes todavía. Como no se convenciera Pedro de lo que veía decidió acercarse más así que con tranquilidad se fue balanceando de rama en rama hasta llegar al lapacho donde estaba la supuesta golondrina y con asombro ve no solamente que era una golondrina sino que el lapacho donde estaba ya empezaba a marcar sus brotes en la punta de sus ramas más altas y eso estaba mal también, era muy pronto para eso, saludó con la mano a la golondrina y esta le respondió el saludo alzando un ala.

Era temprano, el sol recién se asomaba en el horizonte y Pedro desde su puesto ventajoso observaba el Yabebyry, una niebla baja lo ocultaba entre los árboles, la mayoría grises y sin hojas, lo que era muy normal y debería extenderse al menos treinta y cinco o cuarenta días más pero el lapacho en el que estaba le decía que no, que muy pronto ese árbol se pintaría de rosado y todo el resto de la selva estaría verde y rebosante de vida  sabía muy bien por experiencia que cuando él empezaba a florecer era porque se terminaba el invierno y la golondrina venía a confirmar eso.

Así, observando ese río cubierto por la niebla que parecía una inmensa serpiente blanca entreverándose en la selva recordó las historias de los carayás más ancianos en donde anunciaban estos desastres. Observó una vez más a la golondrina y cuando estaba a punto de preguntar por qué estaba aquí tan temprano cambió de opinión recordando que se entendían muy mal entre ellos, tenían un idioma muy difícil que nunca alcanzó a aprender así que balanceándose tranquilo volvió a contarle al Ramón lo que había visto.

Cuando llegó a donde estaba el Ramón el revuelo ya era otro, los zorzales y palomas ya estaban organizando junto a los loros y benteveos un concierto de bienvenida, ya habían mandado avisar a las calandrias que tenían un canto muy especial para que estuvieran presentes. Después de escucharlos a todos organizar la fiesta el Pedro aulló lo más fuerte que pudo y todos hicieron silencio.

- ¿No se dan cuenta de la fecha que es? – dijo en tono serio- es muy pronto para que ellas estén acá.

- ¿Y qué vas a hacer? ¿echarlas y que vengan más tarde? - cuestionó la lora Pepa-.

- No, solamente digo que se están cumpliendo las historias que contaban los antiguos animales de la selva. Poco a poco los humanos nos sacaron el monte para su beneficio cambiando así todo el clima.

    - ¡Si! –dijo la liebre que recién llegaba- a nosotros nos sacaron los mejores pastizales para plantar yerba, tabaco o soja, esto último al menos podemos comer un poco hasta que llenan de remedios y tóxicos entonces debemos dejar de comer eso porque nos causa unos terribles dolores de panza.

- Y nuestros bañados y charcos se secaron por tanto eucalipto y pino que plantan- gritó el sapo Felipe en el fondo.

- Ya nos arruinaron la fiesta – dijo la cotorra Paulina-.

 - No les quiero arruinar la fiesta – dijo pedro muy serio- pero debemos pensar la forma de dar nuestros reclamos a los humanos para que paren con su locura, aparentemente no se dan cuenta que están poniendo en peligro no solo nuestra existencia, sino la suya también.

 - ¿Y qué vamos a hacer? - Gritaron casi todos al unísono.

 - Voy a buscar a mi primo – dijo Pedro- el mono tití que se llama Aurelio, él estuvo toda la vida cerca de la escuela de los humanos y allí aprendió a escribir bastante.

Todos estuvieron de acuerdo en buscarlo, y efectivamente lo encontraron en la galería de la escuela garabateando en el pizarrón de la galería con una tiza azul que había dejado la maestra de turno después de hacer el recordatorio de San Martín. Pedro convenció a Aurelio de que lo siguiera un momento a la selva y allí entre todos le explicaron lo que estaba pasando. Muy entusiasmado Aurelio entró por la noche a la dirección y llevó un cuaderno, una birome y comenzó a garabatear la nota que sus amigos de la selva le dictaron para que los humanos leyeran. Cuando hubo terminado ya casi salía el sol así que corrió y dejó el cuaderno a la vista de todos, con tanta mala suerte que el primero en verlo fue un gobernador de turno que ese día vino para el acto principal por la conmemoración del gran prócer don José de San Martín. Caminaba el gobernador por la galería y al llegar al pizarrón tan bien decorado lo observa un instante y toma el cuaderno que estaba allí en el posa tizas, pensando que era para que lo firmaran los invitados, al abrirlo ve la nota garabateada por Aurelio y la lee, eran dos hojas al final firmaba “atentamente el mono Aurelio y los animales de la selva”. Sostuvo el mandatario el cuaderno un instante y lo dejó donde estaba, se dio vuelta y mirando a su asesor dijo muy bajo

- Estos chicos y su imaginación… no tiene límites.

Pereyra es oriundo de Buenos Aires, reside en Apóstoles. Tiene publicado los libros Cementerio de Almas, Viajeros y Atraco

Damián Pereyra

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