Los dibujos de una niña

domingo 20 de febrero de 2022 | 6:00hs.
Los dibujos de una niña
Los dibujos de una niña

María Elena se sintió desmayar. No lo podía creer. Lo que le habían dicho escapaba de toda lógica. Se sentó en un sillón antiguo que estaba en un rincón de la habitación y escondió su rostro entre las manos. Tenía ganas de llorar y no podía. Además de un deseo intenso de gritar con toda la fuerza que le daban sus treinta y nueve años recién cumplidos. Pero no podía hacer todo ese escándalo que asustaría a su pequeña hija a la que veía desde hacía tantos días, con un rostro de tristeza.

Comenzó a rememorar lo que había sido su vida. De joven, vivía con sus padres en la capital, y con un grupo de amigas, habían ido a bailar como casi todos los sábados. No había mucho más para pasar unas horas entretenidas, y las chicas siempre tan amables habían llegado a buscarla. No estaba muy dispuesta a acompañarlas, pero ellas insistieron así que se vistió con el vestido que su mamá le había hecho esa semana, y salieron muy contentas a pasar un buen rato. Iban a bailar a un pequeño club de barrio, adonde no siempre habían muchachos que las invitaran. Pero bailaban todas juntas y se divertían igual.

Sin embargo, esa noche iba a ser distinta.  Al entrar, en la puerta, casi tropezó con un  joven bastante apuesto, aunque algo desaliñado en su forma de vestir. Rieron los dos y el grupo siguió su camino, a la mesa en la que estaban habituadas a  ubicarse, como si la tuvieran reservada para ellas. Y como otras noches, bailaron y rieron de buena gana,  compartiendo de a ratos con algún amigo o ex compañero de colegio.  Y para sorpresa de todas, el joven de la puerta, se acercó a invitar a María Elena, que sonriente, porque sabía lo que opinarían sus amigas, accedió a la invitación. Y esa noche fue totalmente distinta para María Elena.

 El joven, que se llamaba Gabriel, había venido del interior de la provincia, adonde tenía un pequeño campo que había recibido de su padre. Y lo que en principio fue una amistad incipiente, poco a poco se fue transformando en noviazgo. María Helena se sentía feliz esperando la visita de Gabriel cada fin de semana. Y al tiempo la relación se volvió íntima, aunque en ningún momento se habló de la posibilidad de contraer matrimonio. Pero  casi un año después, Gabriel  comenzó a faltar los fines de semana, y contrariando a su familia, María Elena resolvió ir a verlo. Y en su primer visita, se quedó una semana, y después casi un mes, hasta que decidieron que buscara sus cosas y se instalara con él definitivamente.

Los padres no se sentían felices con el rumbo que había tomado la relación, pero nada podían hacer ante la decisión tan firme de su hija.

Además, como ocurre en estos casos, comenzaron a notar aspectos de la personalidad de Gabriel que no les satisfacía. Les parecía innecesariamente autoritario, más aún ante la docilidad de María Elena.  Y para no tener que emitir una opinión que lesionara la relación, resolvieron que no visitarían a su hija y la verían solamente cuando ella viajaba a la ciudad, porque necesitaba comprar algo que no conseguía en el pueblo.

Así pasaron los años, hasta que el nacimiento de una niña, Carmela, vino a llenar de alegría a sus abuelos, que  ante este hecho tan trascendente, olvidaron todo aquello que  no les agradaba en la relación de su hija. Para mejor, según sus palabras, Carmela era la copia fiel de su madre cuando pequeña.

Como ocurre casi siempre, la niña fue el nexo de unión de ambas familias y los abuelos muy felices, se prodigaban en ternura y afecto.

La vida  en el campo, no ofrecía demasiados atractivos. Gabriel trabajaba mucho y salía con una vieja camioneta a vender sus productos, mientras María Elena se ocupaba de las tareas de la casa, y de su pequeña hija, que para alegría de todos, ya estaba concurriendo a un jardín de infantes en el pueblo, que era atendido por una maestra jardinera en su propia casa. Y todos estaban muy contentos porque en el jardín le habían festejado su cumpleaños número cinco.

Pero en ese momento, María Helena que no salía de su estupor, no podía entender lo que le habían contado. Era demasiado grave y siniestro para pensar que podía ser cierto. No podía quedarse de brazos cruzados porque su responsabilidad era afrontar lo que debía hacer.  Aunque, aun si tuviera una mente perversa, jamás se le hubiera ocurrido imaginar nada semejante.

Se levantó lentamente, se lavó el rostro, se peinó como al pasar, y salió rumbo al pueblo llevando a su hija consigo  y un pequeño cuaderno adonde Carmela hacía sus dibujos.

Al llegar frente a la Comisaría, se paró un instante como dándose fuerzas para ingresar. Ya adentro, pidió hablar con el comisario. Estaba tan agobiada y con el rostro contraído, que el agente le preguntó qué le pasaba y cual era el motivo de su presencia.  María Elena lo dijo claramente:

Vengo a denunciar a mi marido. Después de unos quince o veinte  minutos de espera, el comisario la recibió.  Lo primero que dijo fue:  señor, ¿habrá una agente mujer que pueda atender a mi niña porque no quisiera hablar en su presencia? Una vez que la agente retiró a  Carmela, María Elena abrió el cuaderno y exhibió los dibujos que había hecho la nena..

Con palabras entrecortadas, fue narrando lo que le había dicho la maestra jardinera, a quien le habían llamado la atención, los dibujos que en esos días hacía la niña, además de su tristeza y el llanto fácil,  que nunca había sido habitual en ella. Y de qué manera,  indagando con suavidad, la niña le contó lo ocurrido.

A la pregunta de la maestra, de si le había contado a su mama, la nena había llorado y dijo, a ella no puedo contarle porque si le cuento papá la va a matar.

 - Señor comisario, mi marido violó a nuestra  hija de cinco años…. Dijo María Elena y el llanto desbordó su rostro. No podemos regresar a nuestra casa. Recién hoy comprendí porqué mi hija tiene una carita tan triste y llora con facilidad.  Incluso en dos oportunidades se despertó por la noche llorando y yo pensé que le dolía algo. Pero al decirme que no, creí que había tenido una pesadilla.  Cómo podría pensar que había ocurrido algo así. No sabía que la presencia de su padre la llenaba de miedo y dolor.

Entre tanto, el comisario ya había hecho buscar a la maestra, que llegó a los pocos minutos, para corroborar lo que había dicho la madre y contar de qué manera había surgido el tema con la niña. Hacía días que no la veía jugar ni integrarse con los otros chicos y de ser una  pequeña alegre y comunicativa, se había vuelto silenciosa y triste. Y sus dibujos, sus monigotes, tenían una  saliente que parecía ser el sexo masculino, y después que dibujaba, los rayaba con toda su bronca.  Eso me llevó a conversar con ella, tratando de  saber qué le estaba pasando. Por qué estaba triste y por qué rayaba sus dibujos con rabia. Y me dijo claramente, a vos te puedo contar, porque a vos no te va a matar…. Ante un hecho tan grave, llamé de inmediato a la madre ...

María Elena lloraba y  decía, señor, mi marido es un mostruo. Nunca hubiera pensado que era capaz de algo así. Cómo pudo hacerle daño a  nuestra hija, un inocente que le decía mi papi querido….

Cuando Gabriel llegó a su casa, dos policías que lo esperaban lo llevaron detenido. No opuso resistencia, ni hizo preguntas.

María Elena manifestó su deseo de ir a la ciudad, a casa de sus padres.

Necesitaban la protección de la familia, un refugio adonde guardar tanta angustia y dolor. El comisario le indicó que al día siguiente giraría las actuaciones al Juzgado y que dejara su domicilio, porque seguramente la citarían incluso para que la niña fuera examinada en el hospital.

Al día siguiente, María Elena cerró la casa de campo en la que habían vivido esos años, y llevándose sus pertenencias y las de la niña, fueron a instalarse en casa de sus padres.

Por su parte, Gabriel quedó detenido en la comisaría, hasta que el juez ordenó trasladarlo a una cárcel. Ese mediodía, el pueblo estaba en silencio,  como respetando el día caluroso. Pero sin que se supiera como se había corrido la voz, cuando lo sacaron para subirlo a un móvil policial, un nutrido grupo de vecinos que fue apareciendo rápidamente, comenzó a gritarle bestia, monstruo, animal… E incluso levantaban la mano como queriendo agredirlo. Todos estaban realmente indignados y juraban que si alguna vez lo dejaban libre, y aparecía por el pueblo, se armarían con palos para darle una lección que no la olvidaría jamás.

 

Josefina Bosco Demarchi publicó poemas y relatos. Docente y taquígrafa parlamentaria. Falleció en el año 2020

Josefina Bosco Demarchi

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