La intromisión

domingo 30 de enero de 2022 | 6:00hs.
La intromisión
La intromisión

El muerto. Se había contratado la funeraria, el único servicio que existía en la ciudad, previa discusión del precio y detalles en voz baja como corresponde en estos casos. Los de la empresa salían siempre gananciosos, cobrando un poco más de lo que la categoría del servicio indicaba pero dando la impresión, o procurando darla, de que concedían graciosos beneficios por tratarse de ustedes o porque estas pompas son para una categoría mayor pero nosotros no nos fijamos en eso, lo importante es quedar bien con el cliente. ¿Y por qué se llamarían pompas, tan poco cristiano el término ya que en el bautismo y en la confirmación se renunciaba a Satanás, a sus pompas y a sus obras? Pompas fúnebres. El muerto no era responsable, los responsables eran los vivos, como siempre. Pero los vivos se tenían que tomar la molestia del velorio y el sepelio, y sufrir el pesar de recibir los pésames, que no todos eran sinceros y las más de las veces una necesidad de cumplir para que no se diga. Qué bien estuvo el que sentenció que la muerte de uno es cosa de los demás.

Pero este muerto no murió de muerte natural, salvo que sea natural que se muera quien ha recibido una puñalada en el corazón, como dijera un chistoso. Sin embargo, no es nuestro caso, porque a éste no le dieron certera puñalada sino que le inyectaron un compuesto letal sin que nadie lo supiera. Un crimen, en efecto. Y el criminal está presente echándole el ojo a la viuda que se queda con una chacra de muchas hectáreas, casa, autos, tractores y una buena cuenta en el Banco y en la Cooperativa.

Un crimen perfecto. Nadie lo sabe ni lo sabrá nunca. ¿Quién va a iniciar una investigación si no hay denuncia? Y aunque se investigara, ¿con qué medios obtener la prueba? Si ni siquiera se logró probar la culpabilidad del Encargado en el robo de la Compañía, cuando fue tan torpe que metió la mano en un cajón con papeles carbónicos y dejó sus huellas en muchísimos lugares… Aparte de que nadie ignoraba que… Aquí nunca se esclarece nada. No hay que temer, por tanto, que llegue a saberse la causa del óbito.

Queda bien decir óbito, pensaba el criminal, y ella que es tan delicada y leída no era para él quién sabe cómo llegaron a casarse quizás por esas coincidencias esos encuentros en circunstancias propicias ¿y ése por qué me mira tanto? No creo que sospeche y ahora sí será mía, no sé qué me acosaba más si el deseo o la codicia algo complejo de a ratos me parecía que aunque no hubiera tenido un peso pero no, sin plata dos secos para qué muchas veces hablamos y ella me aseguró que casada nunca y que no estaba dispuesta a separarse por nada pero que si alguna vez quedaba viuda … ya estás viuda querida, viuda y rica; no nos hemos encontrado ni una vez estas idas y venidas ¿será casualidad? no creo que me eluda ni siquiera me ha mirado de lejos como podría hacerlo en este momento en que estamos distantes y rodeados de gente, ella con las mujeres y yo ayudando a atender a los hombres: caña licor o café o lo que guste … como si fuera de la familia pronto lo seré claro pero de la familia de ella y no de ese papanatas que bien frito está; me da no sé qué de pensar que le haya puesto la mano encima … y abajo, jeje las cosas que se me ocurren, no la veo a ella haciendo el amor con el finado quenpazdescanse ¡y bueno! de algo tenía que morir no voy a arrepentirme ahora nunca nadie lo sabrá ni ella siquiera, ella menos que nadie…

¡Habráse visto! El autor había estado allí, metido entre los personajes. Ningún estudiante de letras ignora que el relato corre por cuenta del narrador; es decir, de mí. Desde afuera o desde adentro observo y cuento lo que veo, oigo, supongo aprecio, imagino, sé … Y entonces suele ocurrir que sea propiamente un demiurgo, narrador omnisciente que le dicen; o que mi conocimiento de la historia corra a la par de la actuación de uno o dos de los personajes, o que … Pero ni, el autor de este suceso estaba allí, restándome a mí, narrador autorizado, negándome el derecho de proseguir con mi cometido según el tácito acuerdo de la creación. Demudado, rabioso, gritó:

Autor - ¡Mentira! ¡Ella lo sabía! ¡Falsa, como todas!

Criminal - ¡No, no lo sabía! ¿Si yo no se lo dije a nadie, cómo habría ella de saberlo?

Autor - ¡El narrador!

Criminal - ¿El narrador? (Dándose vuelta) ¿Usted?

Narrador - ¡Basta! ¿Qué ha hecho? Yo llevaba tan bien el relato … ¿A qué se metió?

Autor – (Con humildad) Tenía necesidad de hacerlo. La soledad…

Narrador – La soledad, la soledad… ¡Pretextos! Qué ha de sentirse solo usted que tiene mujer, hijos, amigos, colegas, compañeros de juerga, admiradoras… ejem … por no decir …

Autor – De eso habría mucho que hablar; pero, aun admitiendo que la compañía de la gente … Usted lo sabe: lo ha dicho en otras narraciones. De cualquier manera, eso es en este mundo, que llamamos real; pero en el mundo de la creación mi soledad es espantosa. ¿No comprende?

Narrador – (Con ironía) ¿Y qué me sugiere que haga, señor mío? ¿Cómo desenredo la madeja?

Autor - ¿Cómo? Muy fácil. Hagamos levantar al muerto.

Sencillo: historia cancelada, ¡arriba el muerto!

No tan simple, sin embargo. Tan pronto el muerto vivo se despabiló, supo enseguida cómo fuera la cosa, quién lo hiciera cadáver. Tomó una faca que estaba allí, a pocos metros (según yo mismo lo había imaginado para facilitar la trama de los sucesos por venir) y la emprendió conmigo a punta y hacha, con tan gran denuedo que si no salgo a las corridas concluyen en ese mismo sitio mis devaneos de narrador de cuentos.

Mientras el autor se llevaba a la ex ‐ viuda hacia quién sabe qué recóndito pliegue de su atribulada conciencia … Error de no haber borrado previamente el entorno, de no haber desmontado el escenario para que, consecuentemente, el tiempo de la acción se detuviera.

Hugo Wenceslao Amable

Este cuento forma parte de “La mariposa de obsidiana”. Ed. Castañeda 1978. Amable fue un prolífico escritor que abordó todos los géneros literarios: cuentos, novelas, poesía, ensayos y trabajos de lingüísticos.

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